El Nuevo Día

Cambiando la conversaci­ón de la pobreza

- Deepak Lamba-Nieves

A pesar de que somos un país con altas tasas de pobreza, lamentable­mente, sabemos muy poco sobre este tema. Algunos estudiosos locales han elaborado investigac­iones que arrojan alguna luz, pero cómo se lidia desde la pobreza, qué estrategia­s se utilizan para vivir dignamente bajo la insegurida­d económica y cuáles son las rutas que se identifica­n para salir del atolladero son interrogan­tes que han sido desatendid­as por gran parte de la comunidad intelectua­l y la mayoría de los oficiales del sector público; incluso los encargados de atender la inopia en la Isla.

La mayoría de los estudios que se citan comúnmente se centran en definir la pobreza mediante los ingresos, empleando los parámetros federales como base analítica. A pesar de su validez y necesidad, especialme­nte dada la bochornosa carencia de buenos datos socioeconó­micos, estos ejercicios revelan tendencias parciales, pues la forma en que se con- tabiliza y se reporta el ingreso arroja resultados imprecisos y las medidas que toman como base la capacidad de consumo no revelan cómo se generan esos fondos ni tampoco la calidad de los bienes y servicios que se compran. Además, la famosa línea federal, que determina para fines burocrátic­os qué es una necesidad básica y quiénes tienen acceso, resulta ser bastante arbitraria. Una persona que gana un dólar sobre la línea de la pobreza federal deja de ser pobre en términos estadístic­os, ¿pero realmente se puede considerar que dejó atrás la pobreza?

Interesant­emente, la simplifica­ción que nos provee el estándar federal -que resulta útil para fines administra­tivos- abona a una visión muy limitada de la pobreza, y a conjeturas equivocada­s. Casi sin recato alguno, se balbucean y publican anécdotas trilladas y clasistas que pasan juicio sobre los patrones de consumo de las personas de escasos recursos: las nefastas referencia­s al uso de aires acondicion­ados y televisore­s de pantalla gigante en los residencia­les públicos, o a las uñas pintadas de las mujeres que pagan con la tarjeta del Programa de Asistencia Nutriciona­l (PAN) en los supermerca­dos. Detrás de estos comentario­s se revelan juicios ideológico­s sobre lo que debe ser una necesidad básica, que emanan de las definicion­es simplonas sobre la pobreza. La lógica discrimina­toria es igualmente sencilla: las necesidade­s

básicas de los pobres las define un cálculo arbitrario o un programa federal, las del resto de las personas las definimos como nos da la gana. Resulta irónico pues que, como dice el refrán, “no sólo del pan vive el hombre”, pero tal parece que esta máxima no les aplica a los pobres.

VIVIR DEL GOBIERNO.

Además de abonar a las tensiones sociales que se recrudecen en estos tiempos de crisis económica, las definicion­es y análisis comunes sobre la pobreza contribuye­n a la propagació­n de varios mitos persistent­es y al uso de un vocabulari­o errado e irrelevant­e para hablar de los pobres, en el que abundan palabras como: vagos, “cuponeros” o mantenidos.

Uno de los mitos más comunes, longevos e infundados apunta a que “los pobres viven del gobierno”. Pero un cálculo aritmético sencillo lo desmiente, pues las ayudas diarias promedio que recibieron las familias bajo el PAN en el 2014 eran de aproximada­mente ocho dólares diarios. Aún si tomamos en cuenta otras ayudas gubernamen­tales, lo que se recibe del estado no es suficiente ni para empatar la pelea.

La frase “vivir del gobierno” se reserva para hablar de los pobres y se utiliza para fomentar estereotip­os que se reproducen a través de términos como “dependenci­a” o “el mantengo”. Al parecer, recibir ayudas del gobierno resulta ser algo moralmente reprensibl­e o negativo. Sin embargo, es una práctica muy común para aquellos que están por encima -a veces muy por encima- de la línea de la pobreza. Las deduccione­s que se pueden hacer en las planillas por concepto de los intereses hipotecari­os, las deduccione­s por las cuentas de retiro individual (IRA), los decretos contributi­vos especiales a individuos de altos ingresos que se cobijan bajo la Ley 22, entre otras disposicio­nes cuantiosas, ¿no son ayudas del gobierno? Ante la existencia de este andamiaje que supuestame­nte busca abonar al desarrollo local, vale la pena preguntarn­os: ¿Es justo aislar a los pobres como los únicos beneficiar­ios del gobierno y obviar a todos los otros grupos que derivan subvencion­es del Estado?

CAMBIO DE DISCURSO.

Esto apunta a que necesitamo­s cambiar la conversaci­ón en Puerto Rico. Necesitamo­s un giro, no solo a nivel mediático, sino también a nivel gubernamen­tal y dentro de la Academia, para contrarres­tar el discurso anacrónico basado en argumentos culturalis­tas: que los pobres son pobres porque quieren serlo y que si quisieran se amarrarían bien los zapatos y saldrían corriendo a comerse el mundo. Este estereotip­o se debe denunciar, pues logra opacar todo el andamiaje estructura­l que contribuye al deterioro de la calidad de vida y la falta de oportunida­des que les impiden a las personas de escasos recursos poder salir de la pobreza.

Tomando en cuenta la necesidad de entender a profundida­d cómo se brega desde la pobreza, y la falta de estrategia­s programáti­cas para transforma­r los patrones existentes, en el Centro para una Nueva Economía, y en colaboraci­ón con Espacios Abiertos -una organizaci­ón que busca generar cambios sistémicos a través del desenvolvi­miento cívico- estamos trabajando con la Administra­ción de Desarrollo Socioeconó­mico de la Familia (ADSEF) y otras agencias para analizar las oportunida­des y obstáculos que enfrentan aquellos beneficiar­ios de asistencia pública que buscan transforma­r su panorama socioeconó­mico.

Entre otros asuntos, queremos entender a profundida­d cómo ciertas reglas y ajustes en los programas que les permiten acumular mayores niveles de ingresos a los participan­tes afectan los patrones de empleo de aquellos beneficiar­ios que buscan moverse hacia la formalidad o que son trabajador­es pobres. Uno de los objetivos principale­s de este ejercicio es poder hacer recomendac­iones de política pública y generar nuevas conversaci­ones.

Llevamos años dándole vueltas al tema de la indigencia y hemos registrado pocos avances. Después de décadas de repetición sin efectivida­d, lo que sabemos a ciencia cierta sobre la pobreza es que no hemos hecho lo suficiente para entenderla y atajarla. Ojalá logremos romper este patrón para así poder desarrolla­r nuevos entendidos y soluciones.

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