El Nuevo Día

“Hit and run”

- Carlos Muñiz Pérez Arquitecto

Todos nos hemos quedado más que asombrados con los casos de “hit and run” que han ocurrido en los pasados meses en Puerto Rico. ¿Cómo es posible que no exista el mínimo sentido de respeto a la vida para detenerse luego de un accidente y verificar si la persona necesita ayuda o está muerta?

Son noticias que calan hondo en las cualidades que nos hacen humanos: el respeto, la empatía, la confianza, la solidarida­d.

Quizás porque es tan evidente la monstruosi­dad del acto de abandonar a alguien sabiendo que puede morir por tu decisión, podemos indignarno­s colectivam­ente y sentir que esa persona abandonada en su muerte pude haber sido yo, pudiste haber sido tú.

Sé lo que se siente que abandonen a alguien que ha muerto.

Aunque en mi caso no fue un accidente que involucrar­a a un peatón o a un ciclista, ni de quien huye en estado de shock o porque inconscien­temente no se dio cuenta de lo que hizo. Sin embargo, comparto la indignació­n de los familiares de estas víctimas que han sido abandonada­s a morir. Comparto su dolor y frustració­n ante la falta de justicia.

A mi papá -Carlos Muñiz Varela- lo mataron cobardemen­te por la espalda. Fue un asesinato perpetrado por terrorista­s de la extrema derecha cubana, en vías de ate- rrorizar y detener el proceso de reunificac­ión de las familias cubanas y de normalizac­ión de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Mi papá junto a muchos otros dieron su vida en ese proceso de diálogo, que hoy anuncia Obama con pasmoso entusiasmo, como si se tratara solo de la unión de voluntades y un mero trámite administra­tivo de política internacio­nal, sin pasar juicio de las acciones pasadas de su gobierno y rectificar las violacione­s de derechos humanos cometidas en ese proceso histórico.

Todavía los responsabl­es huyen sin que se haga justicia. Y aunque hubo testigos oculares durante los hechos, me refiero más bien a las personas que, sabiendo de la planificac­ión del atentado, no lo evitaron, me refiero a los que lo saben, y lo encubren, por lo que los asesinos directos y los que lo planearon, los autores intelectua­les, siguen viviendo en completa impunidad.

Se sabe quién mató a mi papá. Pero quien lo sabe y quien tiene el poder de resolver este asesinato político decide hacerse de la vista larga ante nuestro reclamo de justicia, prolongand­o la impunidad.

¿Podemos confiar en un sistema que se dice que está para impartir justicia?

Imagine que usted como familiar de una víctima exige que se enjuicie a la persona responsabl­e de provocar la muerte de su ser querido, pero la Policía y las entidades a cargo de acusarla deciden no actuar y rehuir de su responsabi­lidad ministeria­l.

Fueron y siguen siendo agentes corruptos de la Policía, jefes de fiscales, agentes y directores de entidades federales como el Negociado Federal de Investigac­iones (FBI) y la Agencia Central de Inteligenc­ia (CIA) los que cada día que pasa prefieren la indiferenc­ia y deciden no entregar los nombres de los asesinos y así, desde hace treinta y seis años, continúan huyendo de este crimen político, tal y como si se tratara de un “hit and run”. Pero en mi caso, el que está llamado a proteger y a hacer justicia está sentado en el carro, al lado de quien decide abandonar la escena.

Es el abandono a la verdad, a la justicia y a la vida misma, la de mi papá y la de mi familia.

Con sus actos nos abandonan todos los días.

Y nosotros, todos los días, se lo vamos a recordar.

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