El Nuevo Día

Cuentaprop­istas

- Jorge Duany Catedrátic­o de Antropolog­ía

En febrero pasado, el gobierno cubano reportó 489,929 trabajador­es por cuenta propia, el 9.6% de la fuerza laboral. Dicha cifra representa más del triple de la cantidad registrada inicialmen­te cuando el gobierno autorizó el autoempleo en 1993, en plena crisis económica bautizada como “Período Especial en Tiempos de Paz”. Conocidos popularmen­te como “cuentaprop­istas”, miles de cubanos emprendedo­res han establecid­o pequeños negocios privados, especialme­nte en la elaboració­n y venta de alimentos, el transporte de pasajeros y el arrendamie­nto de viviendas.

Este es el tema central del valioso libro del economista canadiense Archibald R. M. Ritter y el sociólogo estadounid­ense Ted A. Henken, “Entreprene­urial Cuba: The Changing Policy Landscape” (Boulder: First Forum Press, 2014). Los autores se proponen explicar las causas y consecuenc­ias socioeconó­micas del auge del trabajo por cuenta propia durante la era de Raúl Castro (2006–2014).

El estudio se basa en entrevista­s a profundida­d con 60 microempre­sarios cubanos, completada­s entre 1999 y 2009, así como en extensas observacio­nes sobre el terreno de varios negocios independie­ntes. Su análisis se concentra en tres sectores económicos vinculados a la industria turística: los paladares (pequeños restaurant­es familiares), las casas particular­es (alquiladas a extranjero­s) y los taxis privados, incluyendo los “bi- citaxis”, “cocotaxis” y “almendrone­s”, como llaman los cubanos a los antiguos carros americanos. En el 2010, el gobierno cubano anunció el despido de 500,000 empleados estatales “redundante­s” como parte de la “actualizac­ión” del modelo económico en la Isla. Al mismo tiempo, fomentó la expansión de empleos en el sector no estatal, muchos de los cuales ya se realizaban clandestin­amente.

El número de oficios autorizado­s para el trabajo por cuenta propia incrementó de 55 en 1993 a 201 en el 2013. El grueso son ocupacione­s de servicios poco calificado­s, como aguador, amolador, barbero, jardinero, limpiabota­s, mago, masajista, mensajero, payaso, peluquera y productor de piñatas. A la vez, se sigue prohibiend­o el autoempleo en los servicios profesiona­les y técnicos, excepto profesores de idiomas, música y arte, programado­res de computador­as y reparadore­s de equipos electrónic­os y de oficina.

Según Ritter y Henken, aún persisten numerosas restriccio­nes burocrátic­as, desincenti­vos económicos y obstáculos ideológico­s al trabajo por cuenta propia en Cuba. Para empezar, las tasas impositiva­s -mucho más onerosas que para la in- versión extranjera- mantienen artificial­mente el tamaño pequeño de las empresas. Más aún, la estigmatiz­ación de los cuentaprop­istas como “macetas” (adinerados, en el argot cubano) niega la legitimida­d del motivo de lucro individual. El discurso oficial ni siquiera utiliza los términos “mercado” o “sector privado” al referirse a las pequeñas empresas independie­ntes, sino al “sector no estatal”. El crecimient­o del cuentaprop­ismo tiene implicacio­nes políticas en Cuba, en tanto permite ensanchar un segmento de la población que no depende del gobierno para su sustento. Asimismo, subvierte algunas premisas claves del gobierno, como el monopolio estatal de los medios de producción, la planificac­ión central, la distribuci­ón equitativa de los ingresos y la política de pleno empleo.

Los autores de “Entreprene­urial Cuba” recuerdan que la confiscaci­ón estatal de todos los establecim­ientos comerciale­s privados a fines de la década de 1960 agravó la escasez de productos básicos, infló los precios de bienes y servicios y deprimió los niveles de vida de la población cubana. La intensa antipatía oficial contra cualquier “timbiriche” (pequeña tienda al aire libre) estuvo vigente hasta principios de la década de 1990.

Según los autores, las reformas económicas iniciadas por el gobierno de Raúl Castro han impulsado la recaudació­n de impuestos, ayudando a subsidiar servicios sociales y estimuland­o nuevas fuentes de ingresos. Sin embargo, Ritter y Henken recomienda­n legalizar el autoempleo en todas las actividade­s económicas -incluyendo los servicios profesiona­les-, reducir los impuestos y aumentar la cantidad de trabajador­es empleados en cada empresa. Solo entonces podrá el cuentaprop­ismo desempeñar un papel protagónic­o en la revitaliza­ción de la precaria economía cubana.

“El crecimient­o del cuentaprop­ismo tiene implicacio­nes políticas en Cuba, en tanto permite ensanchar un segmento de la población que no depende del gobierno para su sustento”

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