Mi generación incursa
Concurro con la posición de Rodríguez Juliá, publicada aquí el 10 de mayo, en torno las razones de nuestra situación de país. Él fue gentil, pues nunca habíamos estado expuestos a tanto oportunismo, en tan corto tiempo y con tanta intensidad.
Mostramos lo peor de nosotros en un bacanal de corrupción intelectual. Cada sector pretendiendo salir de este desfase gubernamental mejor, o igual, montados sobre el sacrificio de los demás. Ahora bien, Rodríguez Juliá atiende también algunos asuntos generacionales que me tocan de cerca, por lo que incumpliré con mi promesa, a mí, de no publicar opiniones, como lo hice cada semana por trece años en otro periódico del País. No tengo reparos en admitir que mi generación política es responsable de gran parte de lo que ocurre en Puerto Rico.
La generación del cuarenta nos entregó a la mía un país relativamente próspero, con una filosofía política y gubernamental de avanzada, plan de futuro hasta donde entonces se podía visualizar, un sistema político estable que desplegó respeto por la gente y las instituciones y con unos procesos electorales transparentes reformulados para darle valía a cada elector. ¡Y autoestima a todos! Obviamente, no era idílico. Hubo serios desaciertos, parches ideológicos y problemas procesales. Luego, mi generación entregó, a la que nos siguió, un país despiezado, en ruta a serios problemas financieros ya advertidos, con patrones sociales disfuncionales que respondían a estímulos estrictamente materialistas, tanto políticos como sectoriales, y con el endurecimiento pragmático de procesos políticos que desembocan en urnas huecas.
Creo es, entonces, imprescindible, descorrer el velo a nuestro escondite, y que se atisbe cómo desfiguramos el “nosotros” que dio vida a la generación del cuarenta y volvimos al “yo” jaibero, descomponiendo la esencia de la estimulante conclusión: “Somos un pueblo y no un reguerete de gente”. Aquella generación laboraba para el futuro, al remendar su presente. Nosotros miramos a un presente imposible de remendar, pues resultó de embuste.
Entonces, sin notas al calce ni contraindicaciones, entregamos el país a los turnos posteriores. Nada malo que hurtaran, como nosotros, los sacrificios de los del cuarenta y los presentaran también como efectiva bandera electoralista y acogieran al inversionismo político que chupa gobierno, ahoga pueblo, pero alimenta fardos.
Mi generación confundió, gravemente, la sabiduría de Séneca: “Tiénese por virtud la maldad que sale bien”. Ahora, a lo que vine. ¡Confieso nuestra culpa! Compatriota, perdone usted.