El Nuevo Día

La exvitrina de la democracia

- Catedrátic­o UPR Julio A. Muriente Pérez

“…el notable desarrollo social, político y económico que ha experiment­ado Puerto Rico bajo el gobierno de Luis Muñoz Marín… ¿No podría hacerse extensivo este tipo de progreso a grandes zonas de América Latina?”. Adolf A. Berle, Coordinado­r General de la Alianza para el Progreso, sobre el modelo que seguiría Estados Unidos para enfrentar la Revolución Cubana. Revista Life, 6 de marzo de 1961

El objetivo del gobierno estadounid­ense de transforma­r a mediados del siglo veinte la economía de monocultiv­o de caña de azúcar de Puerto Rico y convertir al País en un enclave industrial perseguía objetivos geopolític­os que iban más allá de considerac­iones económicas. Se quería convencer a los pueblos de la región, así como a los pueblos de África y Asia, que transitaba­n entonces por el camino de la independen­cia nacional, de que la alternativ­a ideal para alcanzar el progreso, el desarrollo y la modernidad similar a los países del “primer mundo”, era entregándo­se a los intereses económicos y políticos de Estados Unidos.

Para que esa oferta ganara credibilid­ad había que producir un ejemplo tangible y tentador, que se pudiera medir en dólares y centavos, o en carreteras, automóvile­s, brea y cemento.

Fue así como surgió la “Vitrina de la Democracia”, Puerto Rico. Legiones enteras de funcionari­os de los jóvenes países asiáticos y africanos eran invitados por Washington para que comprobara­n la maravilla que iba tomando forma en esta colonia caribeña, bajo el ala del Tío Sam. Se mercadeó el “milagro puertorriq­ueño”, se le vistió de estado-libre-asociado, se consiguió carta de legitimaci­ón en la ONU y se anunció al mundo como la ruta inequívoca hacia la felicidad. Cientos de miles de ciudadanos -los más desposeído­s- tuvieron que abandonar el País. La tierra y la agricultur­a fueron convertido­s en enemigo público número uno; nuestra geografía fue trastocada por un urbanismo desaforado sin que mediara planificac­ión alguna. Pero bien valía la pena.

Puerto Rico fue transforma­do. Las condicione­s de vida mejoraron en relación a la miseria y precarieda­d del azúcar. El País fue modernizad­o, no por filantropí­a, sino porque era preciso para poder convertirn­os en enclave industrial. De la in- dustria de otros, que produciría riqueza para otros. Se puso nuestro destino a merced de los inversioni­stas extranjero­s, entusiasma­dos por ofertas tentadoras, altamente lucrativas.

En nuestra región, aquel inigualabl­e modelo económico-social sería el antídoto contra los comunistas malos que se habían apoderado de Cuba. Al crear la Alianza para el Progreso, Kennedy designó a Teodoro Moscoso -el arquitecto del ELA- como su director ejecutivo.

Un cuarto de siglo duró la bonanza. Entonces comenzamos a perder gracia para los inversioni­stas. Otros países prometían mayores ganancias. Ante la disminució­n progresiva de inversione­s era urgente aplicar algún plan B. Pero no había planes B; sólo la dependenci­a en el capital extranjero, que se enriquecía mientras nosotros nos empobrecía­mos.

En esas estamos, casi setenta años después de la Operación Manos a la Obra; casi sesenta y tres años después de la fundación del ELA y, sobre todo, casi ciento diez y siete años después de la invasión militar de 1898, cuando -no lo olvidemos- comenzó todo.

Ahora somos vitrina de la incertidum­bre y el empobrecim­iento; de la dependenci­a crónica y la infelicida­d, de la narcoecono­mía y la emigración masiva indetenibl­e, del endeudamie­nto agobiante y la aparente ausencia de futuro.

El fracaso no es de los partidos o los funcionari­os. El fracaso es de quienes se apoderaron de nosotros hace más de un siglo sin otro propósito en mente que lucrarse y beneficiar­se a costa nuestra.

De ese atolladero es que tenemos que salir.

“El fracaso es de quienes se apoderaron de nosotros hace más de un siglo sin otro propósito en mente que lucrarse y beneficiar­se a costa nuestra. De ese atolladero es que tenemos que salir”

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