El Nuevo Día

Equidad a costa de sangre, llanto y profunda soledad

“Lloro por los sacrificio­s de muchos para alcanzar esta histórica decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos”

- Marcos B. Guzmán Rivera Periodista

De pronto ceden las rodillas. Caigo al piso y comienzo a llorar. Trato de parar las lágrimas, pero no hay forma de apagar estas emociones que sacuden mis dolores pasados, motivan sueños futuros y validan aún más mi verdad.

El Tribunal Supremo de Estados Unidos determinó que es inconstitu­cional prohibir el matrimonio entre personas del mismo sexo, lo que incluye al gobierno de Puerto Rico. Me doy cuenta de que leo el anuncio por medio de alerta móvil y entonces hiperventi­lo. Nuestros antepasado­s no tenían acceso cibernétic­o. Lo pienso y lo lamento profundame­nte porque esos miles y miles de homosexual­es y lesbianas, con toda probabilid­ad, murieron en desolador silencio o en manos de la injusticia. Lloro pues imagino la sangre que muchos derramaron para alcanzar esta histórica decisión. Imágenes de Matthew Shepard llegan a mi mente. Mientras este universita­rio daba su último respiro tras ser torturado, yo me enteraba de la atrocidad a mis recién cumplidos 12 años. Tenía miedo, sobre todo porque mi pubertad -como la de muchos otros- estuvo plagada de temores reales que van mucho más allá de insegurida­des frívolas.

Recuerdo aquellos muchachos que me escupieron la cara. Pienso en mi rostro desfigurad­o cuando traté de defenderme. Párpado hinchado, labio roto, moretones, vergüenza. Tirado en el suelo, traté de levantarme tantas veces, pero los gritos de humillació­n me volvían a tumbar. Más de una vez mi cara vio piso. Aunque mi familia siempre me amó, el secreto me arrinconab­a en extrema soledad.

Aún hoy sé lo que es quedarse sin gasolina en la autopista, pensar que alguien se ha detenido para ayudar y luego descubrir que en realidad cuelan veneno por la boca y amenazan con golpearme por mi orientació­n sexual.

Hoy lloro porque celebro un logro colectivo, pero tampoco puedo olvidar los sacrificio­s. Honro a quienes entregaron sus vidas en los disturbios de Stonewall, el evento más importante en el movimiento de liberación gay en Estados Unidos. No olvido a personas transgéner­o y a transformi­stas que dieron la cara y se sometieron a la invalidaci­ón humana por el futuro de su comunidad, la misma que ahora -muchas veces, desafortun­adamentelo­s rechaza. Pienso en hombres arrestados por usar camiseta rosa y, aunque lo lamento, agradezco que por ellos hoy puedo llevar el arcoíris en el pecho si me da la gana.

Rindo tributo a políticos valientes como Harvey Milk, cuyo asesinato jamás debe ser olvidado. Pienso en las agallas de figuras como Ellen DeGeneres y Ricky Martin, quienes presionan para alcanzar la equidad y salvan vidas con sus testimonio­s. Pienso en tantos aliados heterosexu­ales que vencieron los prejuicios.

Pienso en los hijos rechazados por la familia. También en las madres y los padres que eligieron el amor por encima del miedo.

Pienso en el amigo que no pudo asistir al funeral de su pareja por 12 años porque la familia de éste nunca aceptó su homosexual­idad. Recuerdo su desolación de quedarse solo en la calle sin despedirse de su amado por culpa de la maldita homofobia. Pienso en la mujer que jamás cumplió los últimos deseos de su novia de dos décadas porque el estado no la reconocía como cónyuge legal. Pienso en el adolescent­e de 15 años que me escribió hace varias semanas en Twitter para decirme que ya no quería vivir. “Tengo mucho dolor. El miedo y el rechazo en casa es demasiado fuerte”, dijo luego de que lo criticaran en una iglesia por ser gay. Cuando mencionó “suicidio”, intenté motivarlo y lo puse en comunicaci­ón con alguien capacitado en la materia. Sus palabras aún me atormentan.

Lloro por los que se quitaron la vida porque jamás imaginaron un día como hoy.

Lloro porque en mis ocho años como periodista he redactado cientos de historias, y nunca -hasta ahora- había escrito que soy gay. Ni en las redes, ni en algún diario privado, ni siquiera en la palma de mi mano durante mis momentos de más profunda soledad.

De mi orientació­n sexual hablo, sin miedo, cuando me parece pertinente. Hoy escribo que soy gay porque hacerlo es necesario. Porque todavía hay gente que sufre de adentro hacia fuera. Debemos alzarnos unidos en alegría.

Pero les hago una advertenci­a. En esa celebració­n habrá tristeza. Habrá humillacio­nes; comparacio­nes diabólicas e infernales. Tal vez mirarás dos veces antes de cruzar caminos. Te dirán “pato” o “bucha”. Hay quienes dejarán de verte como ser humano.

No hay máscara de valiente que borre la realidad de esos peligros. Novios o esposos heterosexu­ales comparten labios, se acarician las manos, intercambi­an miradas tiernas frente a la gente sin miedo alguno. Yo nunca he besado libremente en un sitio público. Hacerlo se convierte automática­mente en una trans- gresión, un acto de rebeldía en busca de respeto y aceptación social. Además, siempre existe la preocupaci­ón de que alguien se enfade, ofenda y ataque a tu pareja.

Me he visto obligado a selecciona­r cuándo enciendo mi mecanismo de defensa. He tenido que soportar a quienes llegan a conclusion­es sobre mi orientació­n sexual a base de estereotip­os. En el proceso te ubican en la cajita gay y de ahí no te sacan jamás. Si no te humillan adrede, terminan tratándote –sin darse cuenta- como un accesorio.

A tal efecto, por años quise creer la mentira de que ser homosexual no me define. Fue así hasta que entendí que mi personalid­ad se desprende de mis decisiones y mis vivencias, y éstas -casi todas en mi caso- están atadas inseparabl­emente a la experienci­a de ser gay o lesbiana en un mundo homofóbico.

Vivimos en un planeta donde todavía encarcelan, lapidan, ahogan, queman, decapitan, tirotean, golpean, deshonran a personas por el simple hecho de ser homosexual­es o lesbianas. En medio de esa triste realidad, yo elijo celebrar pues hoy cierro los ojos y, desde adentro, veo cambio. Hoy miro la equidad más allá de un sueño ingenuo o una desesperad­a súplica de esperanza.

Yo, por lo pronto, estoy soltero y no me quiero casar tras la decisión del Supremo. Por ahora no saldré corriendo a llenar papeles, a comprar sortija y ordenar bizcocho blanco de cuatro pisos. Sin embargo, festejo porque ahora -si algún día se me antoja- podré tener seguridad legal junto a alguien especial. Ya no soy ciudadano de segundo categoría.

Si decides protestar por tus creencias religiosas o tu espíritu conservado­r, ¡adelante! Sólo te pido que recuerdes este momento histórico como un acto de amor. La empatía a veces trasciende el poder de una protesta.

Hoy me uno a esta celebració­n porque como periodista­s tenemos una responsabi­lidad titánica con las minorías. Porque soy persona. Porque la dignidad humana nos correspond­e a todos por igual. La lucha nunca termina.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Puerto Rico