Sueltan la mala vibra el mar
En la antesala del mágico y tradicional chapuzón de medianoche, cientos de puertorriqueños convirtieron las costas en su punto de encuentro social
La tradicional celebración de la noche de San Juan el pasado martes arrancó en Ocean Park con la agradable noticia de que a eso de las 5:00 de la tarde había eclosionado un nido de tinglar en una de sus playas, con más de 60 tortuguitas que se arrastraron por la arena hasta las aguas del litoral metropolitano. El nacimiento fue otra prueba de que, cuando se actúa de manera ordenada y consciente, el hombre y la Naturaleza pueden coexistir.
Entretanto, el área de la playa del Último Trolley, a medida que se acercaba la puesta del Sol y a la espera del público que llegaría para darse la folclórica zambullida nocturna, las autoridades habían desplegado un amplio contingente de policías, paramédicos y salvavidas para garantizar la seguridad.
Semejante despliegue captó la atención de una pareja de Kentucky de visita en la Isla.
“¿Qué sucede? ¿Por qué tantos policías?”, preguntó el hombre con cierta preocupación.
Le explicamos que se trataba de la celebración de la noche de San Juan, y les pareció particularmente atractivo lo de lanzarse de espaldas al agua a medianoche, al punto que continuaron su camino con la idea de aprovechar y tirarse ellos también al mar cuando se produjera el cambio de un día al otro.
Mientras la pareja de turistas de alejaba por su lado, en dirección contraria, pasó unos de los vendedores ambulantes que sacaba provecho al intenso calor vendiendo agua fría. Su pregón fue interrumpido poco después por el ruido de varios helicópteros policiales que sobrevolaron el área a una altura que parecía bastante baja.
Entre quienes mostraron su atención momentánea a las aeronaves estaba una familia de Caguas, acomodada en un punto privilegiado de la playa. Los dos niños del grupo, Carlos y Jean, disfrutaban de lo lindo donde las olas se deshacían en la arena.
“El agua está buena, está fría, y con la arena puedo hacer ‘bolas de nieve’”, dijo sonriendo Carlos, mientras, Yalitza, Angélica, Keyshamarie y Neyshalie se acomodaban para dejarse fotografiar luego de superar cierta indecisión inicial, acompañadas por un dulce menú de bizcochos, pasta de guayaba, fresas y Nutella.
“No todo puede ser trabajo”, dijo Neyshalie. “Todos los años venimos, a soltar el estrés y las malas vibras. Llevamos siete años viniendo, en familia”, añadió, mientras la conversación era interrumpida por un oportuno llamado a los niños para que no se adentraran al agua.
La joven hizo notar que en comparación con el año pasado había menos personas en la playa. Opinó que quizás muchos se habían ido a la playa de El Escambrón, donde se esperaba que hubiera una fiesta con “disc-jockeys”.
En una movida positiva que parece rendir cada vez mejores resultados para mantener las playas limpias y la Naturaleza saludable, voluntarios de diversas organizaciones y personal de agencias estatales y municipales se mantenían patrullando para velar por que no tiraran escombros, e incluso repartían bolsas de basura a la gente.
Ya con la noche acomodada sobre la playa, y las luces artificiales manteniendo la claridad sobre la arena, más personas llegaron a sumarse a la celebración. La playa, sin embargo, no llegó a abarrotarse como en años anteriores. Pero para quienes estaban allí, la fiesta estaba en su apogeo y, en esta era de celulares, las fotos y los vídeos se tomaban por doquier.
En ese grupo de fotógrafos de celular estaba el corillo de Alex, Jefri, Miguel y Luis, quienes no perdían tiempo en pegar un vellón a cualquier situación que les pareciera chistosa.
Entre todos los que se divertían, quizás pocos estaban gozando tanto como el orocoveño José, que no paraba de bailar, solo, al ritmo de salsa que salía de un radio que acompañaba a su grupo de amigos, Tony, Lilly y Rubén.
“Venimos porque tenemos que despojarnos”, dijo José sin parar de bailar. “Trabajamos para la educación de nuestros niños. Hoy venimos a disfrutar la noche de San Juan. Las playas son bonitas y las podemos disfrutar con seguridad. Todo está muy bonito”, añadió el bailador.
Con la noche, como era de esperarse, también comenzaron a llegar algunos personajes marcados por cierta extravagancia. Así, apareció un dúo con una mochila altoparlante que llevaba su música a todo volumen por doquier.
Y también estaba allí la familia del malvado “Chucky”, que disfrutaba la celebración en brazos de “su mai”.
“Yo soy el tío de ‘Chucky’. El ‘pai’ es aquel y ella es la mamá”, dijo el joven Miguel luego de simular que se arreglaba el gabán como si fuera un personaje famoso de televisión, y señalando al resto de su corillo.
“A mí siempre me ha gustado (el muñeco de ‘Chucky’)”, dijo Yarelis, la “mamá” del malévolo personaje. “Lo tenía con trenzas, pero ya le toca el retoque”, agregó intentando dar una imagen de seriedad, aunque todos alrededor no hacían más que reír.
“Hoy está al garete”, interrumpió Miguel, refiriéndose a “Chucky”. “Pero no va pa’l agua, ni tampoco puede beber, porque él es el que va a guiar, el que nos va a llevar a casa”, bromeó.
El joven aseguró que tienen la costumbre de acudir a celebrar la noche de San Juan. “Venimos siempre. No tenemos un punto fijo, pero siempre celebramos. ¡Papi, es que somos puertorriqueños! ¡Aquí lo hacemos mejor!”.
Entretanto, también comenzaron a aparecer los casos de excesos, como un flaco vestido de azul y con una buena carga de alcohol en su cuerpo que se detuvo a acordonar el gabete de uno de sus zapatos. La arriesgada maniobra du- ró por lo menos tres a cuatro minutos, e incluyó una enorme dosis de equilibrismo. Al final de tan arduo esfuerzo, el gabete no quedó muy bien atado, pero por lo menos pareció resolver la situación.
Entonces, mientras nos acercábamos a un área con uvas playeras, un seductor olor a carnes a la parrilla nos arrastró hasta el punto donde otro joven cocinaba. En la parrilla crujían muslos de pollo, y justo al lado había un puñado de “hot dogs” , ya cocinados, sobre un plato.
“Aquí está una parte de la familia, mi novia, el tío, la tía, la prima, la abuela”, dijo el joven cocinero, Benny, mientras movía los muslitos de pollo sobre la parrilla, y luego admitía que “en verdad quien lo prepara y lo adoba es la abuelita. Yo sólo los pongo (a cocinar)”.
Benny comentó que tiene la costumbre de celebrar la noche de san Juan. “Vengo siempre. Antes lo hacía en la (guagua de la) AMA, y me quedaba hasta el otro día. Ahora tengo carro. Lo que hago es celebrar con la familia, comer, pasarla bien, y tirarnos de espalda al agua a las 12 (de la noche) como hace todo el mundo”.
A medida que se acercaba la medianoche, la playa recibió algunas personas más, y también un par de perros que se robaron la atención: un robusto pitbull que se lanzaba al agua a cada instante, y un minúsculo chihuahua que huía del agua cada vez que rompía una ola.
Precisamente donde acababan las olas, había un grupo de jóvenes (Alexandra, Ricardo y Chutin, y el recién conocido para el grupo, Juan Félix) enterrando las piernas de Cocó para simularle una cola de sirena. La escultura terminó bastante distinta de lo esperado, pero para nada disminuyó el entusiasmo del quinteto.
Ya cerca de la hora del ritual, los efectos del alcohol tenían a muchos tan contentos que al paso del helicóptero policial comenzaron a saludar como si un pariente o amigo cercano lo estuviera pilotando. En el horizonte, mientras, un sinnúmero de lucecitas dibujaba la silueta de un crucero que se alejaba.
Al fin, llegó la medianoche, y la gente comenzó a abalanzarse al agua. Poco a poco la zona donde rompían las olas se transformó en una barrera humana. Algunos bañistas que se zambullían repetidamente, a veces de espaldas respetando la tradición, mientras que otros pues sencillamente se mojaban. No faltaron los que se lanzaron al agua sin siquiera quedarse en traje de baño, y tampoco los que festejaron lanzando al mar la botella o lata de lo que bebían, aunque por fortuna estos últimos fueron la excepción. También hubo quien se adentró al mar con mucha emoción pero en cuanto se mojó salió corriendo de vuelta diciendo que el agua estaba muy fría.
Al rato, poco a poco las olas volvieron a retomar su espacio mientras la barrera humana se fragmentaba. El ritual de la noche de San Juan se había completado, y la muchedumbre se fue retirando a casa, feliz, agotada y en algunos casos algo embriagada, apostando a haber dejado en el mar sus pesares, y con la esperanza de un futuro más afortunado.