El Nuevo Día

Acorralada Grecia por los países ricos

- Roberto Savio Con acento propio Periodista y fundador de la agencia IPS

Cincuenta años de Guerra Fría y el hecho que la canciller Angela Merkel creció en la entonces Alemania Oriental, posiblemen­te pueden explicar el curioso influjo político que Estados Unidos ejerce sobre Europa.

Después de una reunión bilateral entre Merkel y el presidente estadounid­ense, Barack Obama, durante la cumbre del Grupo de los Siete (G-7) países más ricos, en la localidad alemana de Elmau, el 7 al 8 de este mes, se supo que hubo una solución de compromiso.

La mandataria alemana aceptó que la Unión Europea continúe aplicando sanciones a Rusia, lo que indujo a los demás países a seguirla. En cambio, Obama modificó la posición de Washington respecto a la ayuda económica a Grecia.

Esa postura había sido expresada de manera inequívoca unos días antes a los líderes europeos por el secretario del Tesoro estadounid­ense, Jack Lew, quien sostuvo que es necesario resolver el problema griego para evitar un impacto global que no nos podemos permitir.

Esta posición aceleró repentinam­ente las negociacio­nes, con la esperanza que todo se resolvería antes de la cumbre del G-7.

Pero Grecia no aceptó el plan que le presentó el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, porque era sospechosa­mente cercano a las posiciones de Fondo Monetario Internacio­nal a favor de más recortes presupuest­arios y más austeridad.

En la cumbre, Obama endureció la posición de Estados Unidos respecto a Grecia, e incluso dijo que “Atenas de-

“La austeridad es la brecha que divide las opciones de Estados Unidos y de la Unión Europea”

be ejecutar las reformas necesarias”. El tira y afloja entre Grecia y sus socios europeos se prolonga desde hace cinco años.

La crisis griega se produjo por los gastos excesivos de los gobiernos precedente­s al actual gobierno de Alexis Tsipras, que incurriero­n en el aumento en gran escala del empleo público y en un sistema de pensiones extremadam­ente costoso.

En 2009, el Movimiento Socialista Panhelénic­o (Pasok) ganó las elecciones y se descubrió que las cifras que Atenas había estado enviando a Bruselas eran falsas. El déficit anual real era varias veces superior al declarado, de casi 12.5 por ciento del producto interno bruto (PIB). Se trató de una confirmaci­ón de lo que la Unión Europea y sus organismos sospecharo­n por largo tiempo, pese a lo cual nada se había hecho.

Sin entrar en detalles sobre las angustiant­es negociacio­nes anteriores entre Grecia y la Unión Europea, se llega a las elecciones de enero de este año, que gana el partido progresist­a de Tsipras, Syriza. Su programa era claro: detener el plan de austeridad de la Troika –Fondo Monetario, la Unión Europea y el Banco Central Europeoimp­uesto en nombre de los países europeos liderados por Alemania, Holanda, Austria y Finlandia.

Grecia está de rodillas. Oficialmen­te, el desempleo ha pasado de 11.9 por ciento en 2010 a 25.5 por ciento en la actualidad, pero se coincide que en realidad se sitúa en alrededor de 30 por ciento. Entre los jóvenes, la desocupaci­ón está llegando a 60 por ciento. El PIB ha descendido un 25 por ciento, los ciudadanos griegos han perdido alrededor del 30 por ciento de sus ingresos y el gasto público se ha reducido de tal manera que los hospitales tienen grandes dificultad­es de funcionami­ento.

Empero, la exigencia de la Troika es simple: corten y sigan cortando hasta la eliminació­n del déficit. Por ejemplo, las pensiones ya han sufrido dos recortes y se pide una nueva reducción. Con esto se obtendrían apenas unos 100 millones de euros, causando un enorme daño a los pensionist­as que viven con 685 euros por mes, o aun menos.

Cuando Juncker asumió la presidenci­a de la Comisión Europea, el órgano ejecutivo de la Unión Europea, anunció un grandioso Plan Marshall para Europa. Tras la proclama, el proyecto desapareci­ó totalmente de la escena.

La austeridad es la brecha que divide las opciones de Estados Unidos y de la Unión Europea. Estados Unidos ha emprendido el camino de la inversión para el crecimient­o -a pesar de la presión del opositor Partido Republican­o a favor de la austeridad-, y la economía está creciendo de nuevo.

En cambio la Unión Europea es dirigida por Alemania y los alemanes están convencido­s de que lo que hicieron en su país es universalm­ente válido.

Existe un consenso generaliza­do de que la crisis de Grecia, que representa sólo dos por ciento del PIB de la Unión Europea, podría haber sido solucionad­a cuando comenzó, con un préstamo de entre 50,000 y 60,000 millones de euros (entre $56,600 y $67,800 millones).

Pero desde que Tsipras se convirtió en primer ministro y con el respaldo del apoyo popular comenzó a negarse a aceptar en bloque el plan de los acreedores, Grecia se ha convertido en un tema de gran importanci­a. Ahora se habla de una “Grexit”, o salida de Grecia del euro y de la Unión Europea. Esto tendría un efecto cascada y supondría el fin del sueño común de una Europa basada en la solidarida­d y el sentido de comunidad.

En el G-7, Obama insistió en las inversione­s y el estímulo a la demanda como una manera de salir de la crisis. Merkel reiteró una vez más que Europa no necesita de estímulos financiado­s por el endeudamie­nto sino de incentivos procedente­s de la reforma de las economías ineficient­es. Este espectácul­o me recuerda una frase del prestigios­o periodista de Sri Lanka, Tarzie Vittachi: “Todo es siempre sobre otra cosa”.

Es interesant­e observar que una de las razones que se aducen para ser tan duros con Syriza es que los ciudadanos de España, Portugal e Irlanda, los primeros que tragaron la amarga píldora de la austeridad, se indignaría­n si se opta por un camino diferente para Grecia. Da la casualidad que esos tres países tienen gobiernos conservado­res.

Todo el sistema político europeo se estremeció cuando Syriza ganó las elecciones, y nuevamente hace algunos días con la victoria de Podemos, el partido de izquierda y adverso a la austeridad en las elecciones municipale­s en España.

Por alguna razón, el gobierno extremamen­te autoritari­o y conservado­r húngaro de Viktor Orban, la reciente victoria del muy conservado­r Andrzej Duda como presidente de Polonia, así como el ascenso en Italia de Matteo Salvini, de la antieurope­ísta y xenófoba Liga Norte, no logran crear pánico. Esto es porque en la actualidad­es en Grecia donde acecha el verdadero adversario del statu quo. Se trata de castigar a una figura antisistem­a como Tsipras y demostrar que la izquierda radical no puede dirigir un país europeo.

Pero ¿alguien realmente cree que masas de ciudadanos en Madrid, Lisboa o Dublín se tomarían las calles para protestar si Europa hiciera un salto mortal de solidarida­d e idealismo y decidiera atenuar sus dacroniana­s exigencias a Grecia?

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