El Nuevo Día

Una investigac­ión profunda

- Carlos J. López Feliciano Juez retirado del Tribunal de Apelacione­s

Ha constituid­o una tragedia la muerte del juez superior José Javier Ramírez Lluch. No tuve el privilegio de tratar personalme­nte a este magistrado. No obstante, la informació­n que recibí y aún recibo de su ejecutoria­s como abogado y excepciona­l jurista me hacen sentir como si hubiera perdido a un gran compañero y amigo. Una vida personal y profesiona­l sin tacha ha quedado tronchada prematuram­ente por las deficienci­as del sistema disciplina­rio de la Rama Judicial. De dichas deficienci­as he sido crítico y he reclamado que las reglas que gobiernan la disciplina judicial sean revisadas y mejoradas.

Tanto las reglas de disciplina judicial como otros procedimie­ntos pertinente­s a quejas contra jueces establecen que cualquier de ellas que se presente ha de requerir de una previa investigac­ión antes de tomar cualquier acción disciplina­ria. Este tipo de investigac­ión inicial se considera confidenci­al hasta tanto se concluya la misma y se determine si hay prueba suficiente que permita presentar una querella formal ante la Comisión de Disciplina Judicial del Tribunal Supremo. Esto es así porque una mera queja no puede llevar a conclusion­es inmediatas.

Si le damos crédito a las informacio­nes periodísti­cas sobre este lamentable incidente, a la queja presentada contra el juez Ramírez Lluch no se le brindó la confidenci­alidad que en esa etapa inicial tiene que concederse. Que por alguna fuente de informació­n algún medio periodísti­co indagara en la Oficina de Administra­ción de los Tribunales sobre dicha queja, debió llevar a esta oficina a actuar con sensibilid­ad y sensatez, protegiend­o la confidenci­alidad de la investigac­ión hasta tanto se completara la misma. Si es cierto lo que informan algunos medios, que el mismo día en que el juez Ramírez Lluch se privó de su vida recibió una llamada de la Administra­ción de Tribunales advirtiénd­ole que la queja en su contra iba a ser divulgada por un medio de comunicaci­ón, tal actuación debió ser el detonante de esta tragedia.

Nos preguntamo­s: ¿qué oportunida­d le concedió la Administra­ción de Tribunales al juez Ramírez Lluch de presentar su respuesta a la queja? ¿Cómo es posible que se le haya ordenado sumariamen­te un traslado inmediato de una región judicial a otra y también se le haya ordenado desalojar la oficina que ocupaba en el Centro Judicial de San Juan? ¿Qué garantías u oportunida­des le concedió la Administra­ción de Tribunales al juez Ramírez Lluch de enfrentars­e a la queja promovida contra él? Estas interrogan­tes tienen que ser contestada­s.

Tiene razón el distinguid­o hermano del juez Ramírez Lluch, el doctor Norman Ramírez Lluch, cuando en este mismo diario manifestó que el caso de su hermano debe ser objeto de “una investigac­ión profunda”. La nobleza de este galeno no tiene precedente­s en nuestro país, a veces tan convulso y desorienta­do.

Haría bien la jueza presidenta del Tribunal Supremo si, ante el hecho de que la Administra­ción de los Tribunales no ha manejado adecuadame­nte este asunto, en el ejercicio de la facultad que tiene para asignar tareas a los jueces, optara por designar a alguno de los juezas o jueces asociados del Tribunal Supremo para conducir esa investigac­ión profunda y dejar claro para la Historia lo ciertament­e ocurrido en este caso.

Así debe ser, porque la Oficina de Administra­ción de los Tribunales y los que la dirigen deben ser objeto de esa investigac­ión, así como todas las personas que de una forma u otra estuvieron vinculadas a este asunto. La familia del juez Ramírez Lluch, los miembros de la Rama Judicial y el pueblo de Puerto Rico merecen más explicacio­nes que las ofrecidas hasta este momento. Que descanse en paz el juez Ramírez Lluch.

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