Puerta hacia el futuro la apertura de embajadas
Cuando el próximo 20 de julio abran sus puertas las embajadas de Estados Unidos y Cuba, en La Habana y Washington, respectivamente, habrá empezado una etapa necesaria, pero aún delicada, para la normalización de relaciones entre ambos países, propósito qu
El anuncio hecho por el presidente Barack Obama, desde el jardín de la Casa Blanca, en compañía del vicepresidente Joseph Biden, y transmitido en vivo al pueblo cubano, aludió al más de medio siglo de distanciamiento, con una frase que encierra toda una reflexión histórica: “No tenemos que ser prisioneros del pasado”.
Desde la otra orilla, el presidente Raúl Castro dirigió una carta a su homólogo estadounidense, puntualizando que “la parte cubana asume esta decisión, animada por la intención recíproca de desarrollar relaciones respetuosas y de cooperación entre nuestros pueblos y gobiernos”.
Esa intención recíproca, en realidad, siempre ha estado latente. Desde que en 1961 el presidente Dwight D. Eisenhower decretara la ruptura de relaciones, hasta este 2015 en que formalmente se restablecen, han abundado las iniciativas y las frustraciones. El peor momento, sin duda, fue la “crisis de los misiles”, que provocó que el 24 de octubre de 1962, como episodio álgido de la llamada Guerra Fría, se produjera un bloqueo naval estadounidense alrededor de Cuba, en presencia de tropas soviéticas, lo que estuvo a punto de desencadenar una conflagración termonuclear de inimaginables consecuencias.
Tan lejos como en 1975, hace ya cuarenta años, se presentó en la Cámara de Representantes federal la llamada Resolución Bingham, propulsada por el legislador del mismo nombre, que planteaba el cese del embargo. La Administración del presidente Gerald Ford se opuso a la medida.
Diez años más tarde, en 1985, se produjo también un intenso movimiento en favor del diálogo. En los primeros días de enero de ese año, tres representantes demócratas (de Arkansas, Texas y Iowa), viajaron a La Habana, sostuvieron conversaciones con el presidente Castro y, al regresar a Washington, abogaron por un proceso de reconciliación. Días más tarde, una delegación de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, encabezada por el obispo James Malone, de Ohio, viajó a Cuba y manifestó también su deseo de que el embargo finalizara. El presidente Ronald Reagan no solo ignoró esas gestiones, sino que decretó un embargo comercial a Nicaragua, debido a su relación de amistad con Cuba.
Ya en 1995, diversos sectores de la sociedad estadounidense, alzando su voz incluso en el Congreso, pidieron lo que el senador Claiborne Pell llamó una “dramática revisión” de la política estadounidense hacia Cuba. Pero el pedido no avanzó, y, por el contrario, la tensión se agudizó en 1996, cuando el presidente Bill Clinton firmó la Ley Helms-Burton, que imponía mayores restricciones. Aunque la ley tuvo unos cambios en el año 2000, para permitir exportaciones de alimentos y medicinas a Cuba, todavía es una rémora sobre la que el Congreso tendrá que pronunciarse.
Han tenido que pasar veinte años desde ese encontronazo por la Ley Helms-Burton, para que comenzara a perfilarse un entendimiento firme: el 17 de diciembre de 2014 ambos países anunciaban un proceso de normalización de relaciones que tiene su punto más concreto este mes, con el anuncio de la apertura de las embajadas dentro de 15 días. La fuerte repercusión que tendrá este paso en el Caribe y en Latinoamérica, ya se respira ampliamente en las proyecciones económicas y sociales de todo el continente.
Aun con el avance que representa el hecho de que tres generaciones verán ondeando por primera vez esas banderas en sus respectivas sedes diplomáticas, quedan muchas asperezas por limar y asuntos básicos que resolver, entre ellos el propio embargo, que para todos los efectos se está desmoronando solo, así como lo relacionado con los derechos humanos.
El ejemplo del esfuerzo que han hecho ambos países, y la gratitud a quienes contribuyeron década tras década a propiciar el diálogo, hacen más trascendente este momento.