Micrófono abierto
De vez en cuando, sintonizo alguno de esos programas radiales que sirven de desahogo a la gente. En pequeñas dosis resultan fascinantes, pero no es para quedarse uno pegado mucho rato a esa descarga de ametralladora. El fotuteo harta, la mala leche afecta y el llantén contagia.
Hace unos días, el tema caliente era la decisión del Tribunal Supremo USA sobre el matrimonio igualitario. El animador estableció a rajatabla las reglas del juego: “Tienen treinta segundos para soltar el buche antes que chille la chicharra”. E hizo gala de objetividad periodística con la siguiente exhortación: “No vengan con insultos ni malas palabras, limítense a dar su opinión del embeleco y ya”.
El primero en llamar fue Toño Bilis, participante asiduo del programa. “Óigame, ese temita lo han traído para distraernos de los verdaderos problemas del País”, aseguró con lujo de indignación. “¿Por qué mejor no hablamos del medio millón de verdes que malgastó el alcalde de Vega Baja en una cafre ballena de bronce?” Y, no bien comenzó a describir el cetáceo vegabajeño, la chicharra le cortó de cuajo la inspiración.
“Acuérdense que el tema es el matrimonio homosexual, digo, igualitario”, advirtió el animador con un bufido impaciente. La segunda llamada no se hizo esperar. “Lo único igualitario ahí es el sexo de esos tipos”, dijo un tal Heterobaby con chasquidos de chicle como música de fondo. Y, en un arranque de solemnidad, explicó: “Que yo sepa, en el Jardín de Edén no estaban (serpiente aparte) nada más que Adán y Eva”. Por fin, cuestión de redondear el punto, emitió un pronunciamiento filosófico digno de una encíclica papal: “El matrimonio es un sacramento de acceso controlado y hay que tener bíper para entrar”.
La chicharra coincidió con el timbre de la tercera llamada. “Errr diablo debe estar de plácemes con la legalización del pecado de Sodoma”, sentenció sin encomendarse a nadie una voz apocalíptica. “Identifíquese, plis”, ordenó el animador. “Habla el pastor Jeremías Recto de la iglesia Fogonazo de Fe. ¡Criaturas descreídas, abran esas Biblias en Levítico 18:22 y en Génesis 19:1-11 para que sepan lo que les tienen en remojo allá abajo por atreverse a repudiar la legítima cópula ge- nital!” Menos mal que la chicharra inmisericorde nos ahorró el resto del sermón.
El próximo participante no se molestó en presentarse. “Pues yo soy ‘gay full’, sabe, y no hay quien me eche la soga al cuello. Eso de la casadera hay que dejárselo a los ‘estreits’. Total, para terminar como ellos -divorciados, con broncas de chavos y demandas de custodia- mejor me quedo dando bandazos por ahí”. Colgó sin necesidad de chicharra. De inmediato, cogió el relevo una muchacha que se identificó como Safo de Lares: “Yo sí que voy a enyuntarme bien duro. Es más, ya me compré el ajuar. Lo único que me falta es la novia. Pero desde ahora me apunto para la megaboda ‘flash mob’”.
Aquí volvió a colarse el incorregible Toño Bilis con otra tentativa de sabotaje temático: “¿Cuándo rayos van a meterle caña al informe de la abuela de Freddy Krueger? Ahora sé yo que las mujeres entienden de finanzas…”. Con un chillido vuelatímpano, la chicharra lo despachó.
Siguió en turno una señora de voz grave y pausada. “Gracias, Dios mío, gracias, ahora puedo irme tranquila y dejarla protegida”, fueron las únicas palabras que pronunció. El animador quedó tan intrigado que optó por intervenir. “Aló, aló, aló”, insistía una y otra vez. “Llámeme, doña, llámeme que quiero entrevistarla”, volvía a la carga. Pero la mujer ya había dicho lo esencial de su verdad.
Un suspiro lastimero se dejó escuchar a continuación. Y un hombre de timbre fañoso montó tribuna: “Pueblo de Puerto Rico, los americanos nos han traicionado. Por mi santa madre que, mientras yo ande y respire, no vuelvo nunca más a rajar papeleta por el penepé”. El animador no pudo disimular el tremendo ataque de risa que le produjo aquel juramento melancólico. El don se dio cuenta, restrayó el teléfono y se salvó del chicharrazo.
Yo también hubiera querido expresarme aquel día pero, por más veces que lo marqué, el número de la estación siempre sonaba ocupado. Sólo quería decir que el reconocimiento del matrimonio igualitario es una de las conquistas más revolucionarias en la historia de la Humanidad. Y que la decisión -que, desgraciadamente, no tuvimos el honor ni el valor de tomar los puertorriqueños- apenas comienza a hacerles justicia tardía a aquéllos que por tanto tiempo han vivido bajo la sombra fría del menosprecio.
Y, a falta de chicharra, mis queridos lectores, sonrisa y telón.