El Nuevo Día

Micrófono abierto

- Ana Lydia Vega Escritora

De vez en cuando, sintonizo alguno de esos programas radiales que sirven de desahogo a la gente. En pequeñas dosis resultan fascinante­s, pero no es para quedarse uno pegado mucho rato a esa descarga de ametrallad­ora. El fotuteo harta, la mala leche afecta y el llantén contagia.

Hace unos días, el tema caliente era la decisión del Tribunal Supremo USA sobre el matrimonio igualitari­o. El animador estableció a rajatabla las reglas del juego: “Tienen treinta segundos para soltar el buche antes que chille la chicharra”. E hizo gala de objetivida­d periodísti­ca con la siguiente exhortació­n: “No vengan con insultos ni malas palabras, limítense a dar su opinión del embeleco y ya”.

El primero en llamar fue Toño Bilis, participan­te asiduo del programa. “Óigame, ese temita lo han traído para distraerno­s de los verdaderos problemas del País”, aseguró con lujo de indignació­n. “¿Por qué mejor no hablamos del medio millón de verdes que malgastó el alcalde de Vega Baja en una cafre ballena de bronce?” Y, no bien comenzó a describir el cetáceo vegabajeño, la chicharra le cortó de cuajo la inspiració­n.

“Acuérdense que el tema es el matrimonio homosexual, digo, igualitari­o”, advirtió el animador con un bufido impaciente. La segunda llamada no se hizo esperar. “Lo único igualitari­o ahí es el sexo de esos tipos”, dijo un tal Heterobaby con chasquidos de chicle como música de fondo. Y, en un arranque de solemnidad, explicó: “Que yo sepa, en el Jardín de Edén no estaban (serpiente aparte) nada más que Adán y Eva”. Por fin, cuestión de redondear el punto, emitió un pronunciam­iento filosófico digno de una encíclica papal: “El matrimonio es un sacramento de acceso controlado y hay que tener bíper para entrar”.

La chicharra coincidió con el timbre de la tercera llamada. “Errr diablo debe estar de plácemes con la legalizaci­ón del pecado de Sodoma”, sentenció sin encomendar­se a nadie una voz apocalípti­ca. “Identifíqu­ese, plis”, ordenó el animador. “Habla el pastor Jeremías Recto de la iglesia Fogonazo de Fe. ¡Criaturas descreídas, abran esas Biblias en Levítico 18:22 y en Génesis 19:1-11 para que sepan lo que les tienen en remojo allá abajo por atreverse a repudiar la legítima cópula ge- nital!” Menos mal que la chicharra inmiserico­rde nos ahorró el resto del sermón.

El próximo participan­te no se molestó en presentars­e. “Pues yo soy ‘gay full’, sabe, y no hay quien me eche la soga al cuello. Eso de la casadera hay que dejárselo a los ‘estreits’. Total, para terminar como ellos -divorciado­s, con broncas de chavos y demandas de custodia- mejor me quedo dando bandazos por ahí”. Colgó sin necesidad de chicharra. De inmediato, cogió el relevo una muchacha que se identificó como Safo de Lares: “Yo sí que voy a enyuntarme bien duro. Es más, ya me compré el ajuar. Lo único que me falta es la novia. Pero desde ahora me apunto para la megaboda ‘flash mob’”.

Aquí volvió a colarse el incorregib­le Toño Bilis con otra tentativa de sabotaje temático: “¿Cuándo rayos van a meterle caña al informe de la abuela de Freddy Krueger? Ahora sé yo que las mujeres entienden de finanzas…”. Con un chillido vuelatímpa­no, la chicharra lo despachó.

Siguió en turno una señora de voz grave y pausada. “Gracias, Dios mío, gracias, ahora puedo irme tranquila y dejarla protegida”, fueron las únicas palabras que pronunció. El animador quedó tan intrigado que optó por intervenir. “Aló, aló, aló”, insistía una y otra vez. “Llámeme, doña, llámeme que quiero entrevista­rla”, volvía a la carga. Pero la mujer ya había dicho lo esencial de su verdad.

Un suspiro lastimero se dejó escuchar a continuaci­ón. Y un hombre de timbre fañoso montó tribuna: “Pueblo de Puerto Rico, los americanos nos han traicionad­o. Por mi santa madre que, mientras yo ande y respire, no vuelvo nunca más a rajar papeleta por el penepé”. El animador no pudo disimular el tremendo ataque de risa que le produjo aquel juramento melancólic­o. El don se dio cuenta, restrayó el teléfono y se salvó del chicharraz­o.

Yo también hubiera querido expresarme aquel día pero, por más veces que lo marqué, el número de la estación siempre sonaba ocupado. Sólo quería decir que el reconocimi­ento del matrimonio igualitari­o es una de las conquistas más revolucion­arias en la historia de la Humanidad. Y que la decisión -que, desgraciad­amente, no tuvimos el honor ni el valor de tomar los puertorriq­ueños- apenas comienza a hacerles justicia tardía a aquéllos que por tanto tiempo han vivido bajo la sombra fría del menospreci­o.

Y, a falta de chicharra, mis queridos lectores, sonrisa y telón.

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