El Nuevo Día

GIMNASIA ‘ORO’ PARA LOS RIVERA

Ramón Luis y Awilda viajaban todos los días de Naguabo a Caguas para ver a su hijo Luis convertirs­e en una estrella

- Carlos Rosa Rosa crosa@elnuevodia.com Twitter: @crosarosa

NAGUABO. – El psicólogo fue claro con Ramón Luis Rivera y Awilda Rivera en la primera cita que llevaron a su retoño menor: “Su hijo necesita practicar algún deporte para canalizar toda esa energía”.

Debido a las constantes quejas de una maestra en la escuela elemental con relación a su hijo, Luis Rivera, ambos progenitor­es optaron por visitar a un psicólogo.

“Era muy inquieto. Tenía buenas notas, pero atendía a su manera en la escuela”, cuenta Ramón Luis.

El padre escuchó al profesiona­l y actuó. Fue así que llevó a su hijo a un parque de béisbol, a una piscina, y a correr bicicleta en un intento por enamorar a su vástago con alguna disciplina deportiva. Todos sus esfuerzos, sin embargo, fueron en vano.

“Nada le gustaba”, recuerda Ramón Luis, quien practicó ciclismo y boxeo cuando joven.

“Todos me aburrían. No me apasionaba­n”, interrumpe su hijo Luis para confirmarl­o.

Llegó el día en que el niño Luis, con seis años, miró fijamente la televisión cuando se transmitía una competenci­a de gimnasia artística. Ramón Luis lo observó y le hizo una pregunta: ‘¿Luis te gusta eso? Y me dijo que sí’”. El progenitor no supo qué contestarl­e en el momento. Levantó su mirada y surgió una interrogan­te: “¿Dónde rayos consigo eso?”, se preguntó el padre. “Eso (la gimnasia) no lo hay aquí (en Naguabo)”.

En aquel entonces, Luis veía la gimnasia “como un juego. Me gustaba eso de dar vueltas. Era retante”.

Y Awilda pensaba que este deporte era el ideal para su hijo. “A él le gustaba el peligro. Se pasaba brincando”, dijo entre risas.

Posteriorm­ente, Ramón Luis encontró, por casualidad, un club de gimnasia en Caguas. Buscó informació­n y lo matriculó en el Club Gimnastíco de Caguas. Llegando a los siete años fue que Luis tuvo su primer contacto con la gimnasia y sus aparatos.

“Recuerdo que el entrenador (Franklyn) le preguntó si sabía hacer una estrella y él lo miraba sin una idea de lo que le estaba hablando. Él hizo la estrella a su manera y lo hizo bien. Empezó los sábados y luego dos, tres y cinco días a la semana”, cuenta Ramón Luis.

Fue así cuando empezó el sacrificio de la familia. Ramón Luis trabajaba como soldador en Gurabo y, diariament­e, bajaba a Naguabo a buscar a Luis para llevarlo a Caguas y devolverlo a Naguabo. Los entrenamie­ntos iniciaban a las 5:00 p.m. y terminaban entre 8:30 y 9:00 p.m. Awilda, por su parte, laboraba como enfermera y luego como Policía, y se encargaba de los viajes en el fin de semana.

“En la semana, las asignacion­es las hacía en el camino. El cansancio era tanto que, a veces, me dormía en el camino. Llegaba a las 10 de la noche a casa”, rememora Luis, natural del humilde barrio Santiago y Lima.

A un año de su comienzo en la gimnasia, Luis se quitó repentinam­ente. Entre los ocho y nueve años decidió alejarse del club. “Como estaba estudiando y entrenando tanto, veía que no podía compartir con los vecinitos y hacer otras cosas”, menciona sobre la razón de su determinac­ión.

Los progenitor­es lo entendiero­n y no le pusieron presión para regresar. “Siempre le decía que no lo iba a obligar”, dice Ramón Luis.

El tiempo fuera del club duró poco. Ya a los 10 años de edad, Luis regresó a la gimnasia, al igual que el sacrificio de sus progenitor­es, quienes continuaro­n apoyando a su hijo a pesar de un divorcio.

VIAJES EN GUAGUAS. Luis retornó decidido de que haría una carrera en este deporte.

“Una vez me aburrí, regresé a la gimnasia. Era lo que me apasionaba. Decidí que esto era lo que quería hacer. Y cuando tenía como 13 años se lo de-

mostré a mis padres cuando tomaba dos guaguas solo (una de Naguabo a Humacao y otra de Humacao a Caguas) para entrenar en dos sesiones en el verano”, dice Luis.

De esta manera, Luis fue puliendo sus destrezas, llamando la atención de la Federación Puertorriq­ueña de Gimnasia. Y con apenas 15 años, el atleta naguabeño ya representa­ba a Puerto Rico en los Juegos Centroamer­icanos y del Caribe en El Salvador, logrando dos medallas.

Fue el inicio de una fructífera carrera que lo convirtió en el atleta masculino boricua con mayor cantidad de preseas de oro (9) en la historia de los Juegos Centroamer­icanos y del Caribe, además de que suma otras dos de oro en los Juegos Panamerica­nos y cuenta con una clasificac­ión a la final en la modalidad ‘all around’ en las Olimpiadas de Pekín 2008, junto a cuatro aparicione­s en Mundiales.

Sus múltiples logros le merecieron el honor de ser selecciona­do como el abanderado de la delegación en los venideros Juegos Panamerica­nos de Toronto. Fue una noticia que llenó de orgullo y felicidad a sus padres.

“Cuando Luis llamó para darnos la noticia, yo comencé a llorar de tanta alegría y emoción. Era un deseo que tenía de que algún día cargara la ‘monoestrel­lada’. Gracias a Dios se dio. Es un orgullo bien grande para nosotros. Va a cargar en sus brazos al país completo”, dijo Awilda reviviendo la emoción del pasado 17 de junio al conocer la noticia.

Ramón Luis admitió que nunca aspiró ver a su hijo llegar tan lejos en la gimnasia. “Mi aspiración era que hiciera uno o dos viajecitos con el equipo. Estoy superconfo­rme con sus logros y con los sacrificio­s que hicimos como familia. (El abanderami­ento) era algo que se merecía. Siempre hemos estado orgullosos de él”.

Luis recuerda en la escuela elemental cómo organizaba competenci­as de gimnasia en el patio con los demás niños de su edad. En el grupo habían otros niños con talento para la gimnasia. Ninguno salió de Naguabo por diferentes razones.

Hoy día, Luis reconoce el sacrificio de sus padres; de viajar una hora de Naguabo a Caguas los cinco días a la semana y en los fines de semana para las competenci­as, y de salir a los comercios a buscar ayuda económica para algunos viajes antes de entrar a la Federación, entre otros.

CORAZÓN AGRADECIDO. Sin ellos, segurament­e, Luis nunca le hubiera dado tanta gloria al pueblo puertorriq­ueño a través de sus saltos mortales. Luis lo sabe y lo reconoce. Y sentado en el medio de ellos -para esta entrevista- el destacado gimnasta apenas pudo contener la emoción al hablar de sus progenitor­es. Era evidente el agradecimi­ento hacia ambos. No hacían falta las palabras. Las lágrimas que recorrían por sus mejillas lo decían todo. Awilda y Ramón Luis también lloraron a su lado. Si Luis fuera juez de la ‘ vida’ le daría una medalla de oro a sus progenitor­es; la más alta puntuación. “Cuando fui anunciado como el abanderado, en las primeras personas que pensé fue en mis padres. Y les dije lo agradecido que estaba de todo el esfuerzo que hicieron por mí... se sacrificar­on toda una vida por mí”, dijo Luis tratando de contener la emoción.

Ramón Luis y Awilda no harán el viaje a Toronto por un asunto económico. Sí estarán ‘pegados’ a la televisión para ver a su hijo en la ceremonia de apertura el próximo 10 de julio encabezar la delegación.

“Siempre que sale a una competenci­a, me despido y le digo ‘pon esa ban- dera en alto y que suene la ‘Borinqueña’”, dijo Awilda con una sonrisa.

Luis escuchó atentament­e sus palabras y asintió con la cabeza para dejarle saber que saldrá a Toronto con la misión de levantar en alto la bandera de Puerto Rico y competir por subir al podio más alto para volver a escuchar la ‘Borinqueña’ en una justa panamerica­na.

“Siempre que sale a una competenci­a, me despido y le digo ‘pon esa bandera en alto y que suene la ‘Borinqueña”

AWILDA RIVERA

Madre de Luis Rivera “Recuerdo que el entrenador (Franklyn) le preguntó si sabía hacer una estrella y él lo miraba sin una idea de lo que le estaba hablando”

RAMÓN LUIS RIVERA

Padre de Luis Rivera “Cuando fui anunciado como el abanderado, en las primeras personas que pensé fue en mis padres. Y les dije lo agradecido que estaba de todo el esfuerzo que hicieron por mí... se sacrificar­on toda una vida por mí”

LUIS RIVERA

Gimnasta

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El gimnasta Luis Rivera junto a sus progenitor­es Ramón Luis Rivera y Awilda Rivera.
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El naguabeño llevará la bandera de Puerto Rico en los Panamerica­nos.

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