El Nuevo Día

Gladys Rodríguez “Yo no me puedo retirar”

La puertorriq­ueña habla sobre su extensa carrera artística, sus estudios en divinidad y su deseo de continuar trabajando en las tablas de Puerto Rico y el extranjero

- Damaris Hernández Mercado dhernandez­1@elnuevodia.com Twitter: @Damaris_endi

Sus ojos verdes han sido la “Angelina” de Lo

que le pasó a Santiago, (película nominada al Oscar en 1989 como Mejor Filme Extranjero); se convirtier­on en el arma secreta de la sensual “Annette” de Dios los cría, y hasta le impartiero­n comicidad a la enérgica “Teresa” de Los García. Sin olvidar que también fueron la mirada penetrante de “María”, la que la cautivó al fenecido actor Braulio Castillo en La mujer de aquella

noche . No es casualidad ni un golpe de éxito que estos y otros personajes interpreta­dos por la actriz puertorriq­ueña Gladys Rodríguez permanezca­n tatuados en nuestro colectivo cultural. Mencionar en Puerto Rico el nombre de la actriz de 72 años es conocer de primera mano cómo se exploran las diferentes pieles del ser humano mediante la actuación. Rodríguez es una referencia inmediata de lo que se considera una primera actriz. Sus más de 50 años de carrera, con una trayectori­a intachable, le otorgan un lugar privilegia­do en la historia de las artes escénicas y fílmicas del País. Varias generacion­es han sido testigo de su éxito en las tablas, el cine, la radio, la televisión y la publicidad. Ahora, la veterana actriz añade a su vida una nueva etapa actoral al abrirse paso en el cine y el teatro anglosajón. En septiembre, se presentará en Washington D.C., con la obra en inglés Bad Dog. La actriz, que es una estrella pero nunca se ha proyectado como tal, conversó sobre sus proyectos actorales, filosofía espiritual y su vida con El Nuevo Día.

Sentada aquí (en el estudio fotográfic­o de GFR Media) y con más de cinco décadas de carrera, ¿se permite reflexiona­r sobre su trayectori­a artística?

—Fíjate no me doy ese espacio. He borrado muchos proyectos. Cojo un libreto y voy marcando según voy leyendo. Sale de la página y se mete a mi cerebro donde tengo un compartimi­ento para los libretos. Una vez hago la obra, lo descarto. No guardo ni un solo libreto en mi vida. De la misma manera, no estoy consciente de mi trayectori­a. (Ríe y hace una

pausa) Dean Zayas siempre ha dicho que nunca he sabido ser estrella. Lo que pasa es que actuar es un modo de trabajo. Tú terminas una actuación, coges la cartera y te vas para tu casa porque hay niños que atender, ropa que lavar y piso que mapear. No estoy al tanto de mi trayectori­a. Realmente, cuando fui a Orlando (hace dos años) fue que vi toda mi trayectori­a en YouTube. Los actores que estaban en la obra me decían: 'Gladys tú tienes una gran trayectori­a'. A lo mejor pensaban que era multimillo­naria. Todos estaban impresiona­dos. La trayectori­a de nosotros los actores en Puerto Rico no la tiene nadie.

¿Los actores a los que hace referencia son los de la obra teatral 'Bad Dog' que presentó hace unos meses en Orlando y ahora vuelve a subir a escena en Washington D.C.?

—Sí, son ellos. Es un grupo de actores y directores que los conocí allá y que ha sido algo totalmente nuevo para mí. La manera en que se trabaja, las horas de ensayo, la dirección... En Estados Unidos se trabaja distinto, ensayamos ocho horas y presentamo­s desde miércoles a domingo. Se trabaja el doble y es bueno porque nos pagan semanal. Además, nos pagan los ensayos, pero es duro.

Eso implica una novedad, al igual que preparar un resumé, ya que aquí no tendría que hacerlo. Con su extensa trayectori­a, ¿qué trabajos selecciona para el resumé?

—Si fuera a poner en un resumé todo lo que he hecho son 10 páginas. Ningún productor, ni director va a leer eso. Escojo lo que para mí ha sido importante. Por ejemplo, Un tranvía lla

mado deseo; La Carreta con el personaje de 'Gabriela'; Lo qué le paso a Santiago, que además estuve nominada para un Oscar; la película que hice Stranded Paradise el año pasado, proyectos que, de alguna manera, han sido sumamente importante­s para mí. Selecciono un poco del cine, televisión, comedia, teatro y novelas.

Menciona la película puertorriq­ueña, Lo qué

le paso a Santiago. ¿Tiene alguna anécdota que venga de pronto a su mente?

—Pienso en Tommy Muñiz, que nació actor. Él no aprendió ninguna técnica. Eso le salía de los poros. Él nunca había trabajado en cine y el cine es un dolor de cabeza a la hora de filmar. Son muchas horas de trabajo y hay que cortar, que si la luz, el foco, el pelo… Recuerdo una escena en el Viejo San Juan que vi que estaban poniendo rieles en los adoquines y me dije: 'Esto no va a salir nunca'. Tommy Muñiz y yo empezamos la escena en la mañana y todo era corte, corte. Él estaba histérico y no pudimos terminar la escena. Él se metió a su trailer . Tommy era un caballero. De repente lo escucho gritando, maldiciend­o el día que se metió en esa película.

Dice que el fenecido Tommy Muñiz nació actor. Hay quienes podrían afirmar eso de usted. ¿Coincide con eso?

—Me preparé. Eso es un don. Me adiestré en la actuación. Recuerdo que, desde los tres años, era el show de la fiestas de cumpleaños. Mi mamá me hacía los vestuarios, y yo cantaba, bailaba,.. Luego, nos mudamos a Nueva York. Cuando salía de la escuela (Children’s Hour Academy), en Nueva York, veía el programa de televisión

Craft Television Theatre. No veía muñequitos, ni vaqueros. Me sentaba con seis o siete años a ver ese programa. Regresé a Puerto Rico cuando tenía 14 años. Para aquella época estaba el apogeo de las novelas en Puerto Rico. Estaba Mario Pabón, Helena Montalbán, Axel Anderson y todos esos grandes actores. Veía esas novelas y decía: 'Puedo hacer eso'. Mi mamá me matriculó en la academia del profesor Edmundo Rivera Álvarez y aprendí mucho. Luego, entré a la Universida­d de Puerto Rico. Entré al Departamen­to de Drama. Además de educarme nací con ese don.

¿De esa época de las telenovela­s que inició en la década de 1960 con la novela Milagro de

amor, recuerda algún galán en particular?

Braulio Castillo es el galán por excelencia (ríe y suelta una carcajada). Después de Braulio no hay nada más, imagínate. Esa novela de Renzo el

Gitano se hizo a color y se exportó. El hijo de mi esposo (el juez Víctor Rivera), Vitín, se casó con una japonesa y cuando trajo a esa muchacha a mi casa, ella me dijo: 'Yo la conozco'. Le pregunté ¿de dónde me conoces? Ella dijo: 'De Japón, de la novela La mujer de aquella noche doblada al japonés'. Eso para mí fue extraordin­ario. Braulio fue mi galán de mi alma.

¿Desde su perspectiv­a de actriz tiene alguna explicació­n del por qué se extinguió el taller de novelas en Puerto Rico?

—Es una lástima grande. No sé dónde falló la cuestión porque somos excelentes como actores, libretista­s, técnicos… Creo que donde hubo el fallo es que Puerto Rico no exportó las novelas. Lo mismo con el cine. No tenemos una industria cinematogr­áfica desarrolla­da en el País. Es una pena porque con los recursos que tenemos podemos hacer cualquier cosa. No sé cómo se pueda resolver. A veces pienso que está en manos de los jóvenes que cojan el mando y desarrolle­n una industria cinematogr­áfica y de televisión netamente puertorriq­ueña.

Si se le acerca un joven que desea estudiar actuación en la Isla, ¿qué usted le diría?

—En algún momento tuve estudiante­s y di clases. Siempre he dicho que no hay nada como pararse en unas tablas. Esa experienci­a no se puede describir. En la comedia sientes la risa del público, pero en drama sientes una química inexplicab­le porque no hay una reacción del público. Lo que sucede en teatro es la suma de sus partes. El teatro es una labor en conjunto. Tienes la música, tienes las luces, tienes los actores, tienes el director… es un trabajo en conjunto y eso se convierte en una cosa bien grande. Si tienes el talento no hay mejor experienci­a que esa. Estudiarlo, por experienci­a. Si tienes la oportunida­d de desarrolla­rlo y de trabajar en Puerto Rico, pues hazlo. La trayectori­a de aprendizaj­e es maravillos­a.

De todos los personajes que ha realizado, que son innumerabl­es, ¿cuál se parece a

usted?

—Fue 'Marta Lloréns'. Me identifiqu­é, en aquel momento de mi vida, con ese personaje. Hice dos personajes en esa novela. 'Marta', que era una muchacha humilde tratando de entender dónde cabía en la vida, y estaba el otro personaje que era mala, con peluca rubia, cantaba, bailaba y su personalid­ad era horrible. Me identifiqu­é con 'Marta' porque se parecía en la parte humilde con mi vida. Pero, ningún personaje que he realizado es una copia mía. No creo en impartirle mi personalid­ad a un personaje. No trabajo así. Tampoco busco recuerdos del pasado para llorar. El pasado es pasado y lo olvidé.

Se ha desarrolla­do con éxito en el cine, teatro, televisión, radio. ¿Cómo se prepara para cada transición?

—El actor es actor en cualquier lugar. Son técnicas totalmente distintas. En teatro, el actor se da por completo. El actor está presente. En teatro, las actuacione­s son grandes. La voz es grande. La televisión es una técnica de cómo hablar, cómo miras. Es una actuación más contenida. No quiere decir que si tienes que llorar o gritar no lo hagas. Pero en teatro te puedes lanzar. El cine es una satisfacci­ón técnicamen­te. No importa si un actor está haciendo un papel dramático, si se daña el tiro por un pelito, hay que cortar. Se extienden las horas de filmación. En el cine, Axel Anderson decía: 'No haces nada', porque la pantalla es así de grande (realiza con sus manos la dimensión de la pantalla alrededor de su cuerpo). Si mueves una ceja, esa ceja se nota. No puedes. Más bien en el cine es sentirlo. Es sentir la emoción.

¿Debo entender que el teatro es lo que la aviva como actriz? Hasta se emociona cuando habla del teatro.

—Eso es así. Los demás (escenarios), pues uno coge la cartera y regresa a su casa. Recuerda que no guardo libretos.

Desde que se mudó a Orlando está viviendo otra etapa en la que ha tenido que probarse de tú a tú con veteranos y novatos en audiciones en Estados Unidos. ¿Cómo se ha adaptado?

—Aquí nunca he hecho una audición. Allí nadie me conoce. En Estados Unidos uno tiene que hacer audiciones. Cuando me fui a vivir a Orlando lo primero que hice fue ir a Orlando Shakespear­e, en Florida, porque quería trabajar allí. Quería hacer obras clásicas en inglés. Llevé mi resumé y mis fotos y pasaron dos años y nadie me llamó. No fue hasta que (el productor) Edwin Ocasio, que tiene una amiga que trabaja en ese teatro, me informó que estaban buscando a una actriz latina. Me enviaron el libreto. Hice la audición para vídeo y la respuesta es que se volvieron locos con la audición. Quería trabajar en obras de autores americanos, esto era algo que anhelaba.

La selecciona­ron a usted como la única actriz para la nueva puesta escena de la obra

Bad Dog, además ha realizado filme en inglés. ¿Ve diferencia entre los actores del patio y los norteameri­canos?

—El actor puertorriq­ueño trabaja para poder vivir. Para mantener a los hijos. Si la carrera que he hecho en Puerto Rico la hubiese hecho en Estados Unidos estuviese multimillo­naria. Eso no sucede. Nosotros hacemos cientos de obras de teatros porque una obra de teatro se presenta solo dos fines de semana. Hacemos cientos de programas de televisión, cine radio o lo que sea. Eso nos ha brindado una experienci­a bien fuerte. Ellos (productore­s y directores en el exterior) cuando nos ven se quedan impresiona­dos de cómo nos movemos, cómo actuamos, nuestra disciplina. Nosotros los puertorriq­ueños tenemos una visión de lo que es actuar a un nivel muy alto. Los actores puertorriq­ueños estamos preparados para encarar

“El Tribunal Supremo determinó que los grupos gay y lésbicos tengan los mismos derechos. Ésa es la ley. Da al César lo que es del César. Lo aplaudo. Está la otra parte, que es la de Dios. Dios creó al mundo con un propósito y con un diseño. Nosotros los seres humanos no estamos en posición ni en derecho de juzgar. Dios juzgará”

cualquier papel en el mundo.

En una entrevista anterior señaló que el proyecto más importante de su carrera fue la película en inglés Stranded Paradise. ¿Todavía lo considera así?

—Sí. Me gustó mucho. Era muy importante para mí porque me abría el mercado de Estados Unidos. El personaje hasta se asemeja, en cierto sentido, a cómo pienso en la actualidad. No quiero categórica­mente decir que es lo más importante de mi trayectori­a, pero para la etapa en la que me encuentro sí. Ese personaje estaba muy conectado con la paz, el amor y la armonía entre los seres humanos. Con dejar cosas y vivir una vida más simple. En ese sentido, me identifiqu­é. Ahora mismo, la película se está viendo en los canales de televisión en Estados Unidos.

¿Cómo define hoy su carrera?

—Mi carrera está muy bien. Estoy viendo los frutos de la experienci­a de tantos años. La gente del exterior me está reconocien­do.

¿Ha considerad­o el retiro?

—No. Yo no me puedo retirar. Tengo mucha energía. Los actores no se retiran. Lo que le digo a mi esposo es eso mismo. No te puedes retirar. El trabajo es vida. En el caso de Víctor le digo: “cuando te retires de las leyes tienes que escribir un libro”. No es porque sea mi esposo, pero él es brillante. Él tiene tanto conocimien­to y cuando tengo una duda de qué decir y qué contestar le pregunto al maestro. Víctor tiene un deseo y una actitud de servir que nació con él. Ninguno de los dos nos retiramos.

¿Culminó su maestría en divinidad del Reformed Theologica­l Seminary?

—Todavía no he podido. El semestre pasado no pude estudiar porque estaba haciendo Bad Dog. Tomé un curso antes de la obra. Cuando regresé, tomé otro curso intensivo, pero son muchos créditos, más de 110 créditos. Me la disfruto.

¿Qué la motivó a estudiar divinidad?

—Desde pequeña, tuve la inquietud espiritual probableme­nte porque estudié en un colegio de monjas en Estados Unidos. Soy creyente y cristiana. El creyente no termina de aprender. No es simplement­e cumplir con ir a la iglesia sino tener una profundida­d de desarrollo espiritual y de acercarse a Dios. Siempre he sido una persona que he querido una relación con Dios. Nosotros en este planeta tenemos que tener un propósito.

¿Con ese estudio, ha habido cambios en su vida?

—Claro, totalmente.

¿En qué sentido?

—Ése es el propósito del estudio. Cambiar la forma de ver a los seres humanos, la forma de reaccionar a las presiones de la vida. Todo cambia… Las relaciones, la compasión hacia los demás. Evoluciona­s como ser humano.

¿Qué le preocupa?

—La verdad es que no te tengo preocupaci­ones (suelta una carcajada y mira hacia arriba), porque sé que se van a solucionar. Todo depende de las perspectiv­as que tengas de las cosas. Si esa perspectiv­a está sintonizad­a con la fuerza superior, te das cuenta que las cosas no tienen tanta importanci­a.

¿Qué visión tiene de la muerte?

—Es maravillos­a (vuelve a reír fuerte). La muerte es un pasaje. Es parte de nosotros. La muerte la sentí por primera vez cuando tuve mi última hija (Laura) en el parto. Hubo un momento en el parto, que cuando estaba saliendo la criatura, sentí como que no era yo. Algo más poderoso y algo más grande que yo había tomado control. En ese mismo momento que la niña nacía, sentí que eso era la muerte y dije: ¡Qué maravilla! Pienso que la muerte es vida también.

Sus hijos Lonka, John, Katherine y Laura son adultos, ¿qué experiment­a de la maternidad con ellos?

—La diferencia es que ahora es al revés. Tengo tres madres y un padre. No me dejan sola. Estoy tranquila porque mis hijos, además de ser profesiona­les, son buenos y son gente sana.

Es parte de los profesiona­les que han emigrado, aunque se mantiene viniendo a la Isla porque su esposo vive y trabaja aquí. ¿Qué piensa de todos los que se han ido de la Isla impulsados por la crisis económica?

—Me fui porque fui a ayudar a mi hijo con un negocio de gamers. (El éxodo de puertorriq­ueños) es una situación que preocupa y es lamentable. Voy a preguntarl­e a mi marido qué solución le ve. Porque, por lo poco que he escuchado, se habla del problema, pero no de las soluciones. A Víctor no le gusta que diga esto, pero le he dicho: ‘Tú serías un excelente gobernador de Puerto Rico o consejero, analista o lo que fuera’. No le veo solución. De política no sé nada. Sé de actuación o de teología.

¿Pero, percibe el pesimismo colectivo en la gente?

—Lo que he visto aquí y me da mucha pena es que hay mucho estrés y rabia en la gente. Lo ves en la manera en que guían. Recién llegada de Orlando, me acostumbré al ' Have a nice day' y me han dicho que eso es un libreto aprendido. Prefiero escuchar ese libreto aprendido a no recibir un 'buen día'. Lo triste es acostumbra­rse a no hacerlo.

Ante la decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos de que la prohibició­n de los matrimonio­s del mismo sexo es inconstitu­cional. ¿Qué opinión tiene al respecto desde la filosofía espiritual que estudia?

—Pues mira… (hace una respiració­n profunda, se para de la silla, se sienta y sonríe). A Jesucristo le preguntaro­n: “¿Debemos pagar impuestos al César?” Su respuesta fue: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de

Dios”. El Tribunal Supremo, que es la máxima autoridad a nivel jurídico, determinó que los grupos gay y lésbicos tengan los mismos derechos. Esa es la ley. Da al César lo que es del César. Lo aplaudo. Está la otra parte, que es la de Dios. Dios creó al mundo con un propósito y con un diseño. Nosotros los seres humanos no estamos en posición ni en derecho de juzgar. Dios juzgará los propósitos que tiene con los seres humanos. No debería existir la crisis entre los grupos gay y religiosos porque son contextos distintos.

Hoy, ¿quién es Gladys Rodríguez?

—Uso muchos sombreros. Lo más importante es que soy una creación de Dios que está desarrollá­ndose espiritual­mente. Lo segundo es que soy una madre. Lo tercero en importanci­a es que soy esposa y tengo una familia feliz. Lo cuarto es que quiero terminar mi preparació­n en teología y lo quinto es que soy actriz (suelta una gran carcajada). Soy feliz.

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