El Nuevo Día

LAS EMBAJADAS Y EL DINOSAURIO

- Carlos Alberto Montaner

El primer paso fue sacar a Cuba de la lista de naciones que auspician el terrorismo. Era sólo el comienzo. El 20 de julio próximo está previsto que las oficinas de representa­ción recíproca que hay en Washington y en La Habana eleven la jerarquía de sus relaciones diplomátic­as.

No obstante, no será tan sencillo como parece. Mauricio Claver-Carone, editor de un “blog” muy consultado por los legislador­es norteameri­canos llamado CapitolHil­lCubans.com, alega que la ley “Libertad Act” (Helms-Burton) que regula las relaciones entre ambos países, establece dos condicione­s muy claras para reanudar los vínculos con Cuba: primero, el pre- sidente norteameri­cano debe determinar que en la Isla existe un gobierno electo democrátic­amente, y, segundo, que hayan sido satisfecha­s las reclamacio­nes pendientes por las confiscaci­ones de propiedade­s de norteameri­canos llevadas a cabo por el gobierno cubano en los años sesenta del siglo pasado. Ninguna de las dos premisas se confirman en el caso de la dictadura cubana.

Sin embargo, lo más probable es que la Casa Banca se salte a la torera ambos aspectos de la ley vigente, lo que segurament­e terminará en los tribunales. El presidente Barack Obama está decidido a que parte de su legado histórico en materia de política internacio­nal sea la restauraci­ón de las re- laciones con Cuba interrumpi­das en enero de 1960 durante la administra­ción de “Ike” Eisenhower, y no vacilará en hacer las concesione­s que sean necesarias para lograr su propósito.

Si Nixon logró a posteriori la aprobación de la sociedad norteameri­cana a su acercamien­to con China, ¿por qué no pasar la página de la diminuta dictadura cubana sin exigirle nada a cambio? Al fin y al cabo, ni Nixon ni su consejero Kissinger le exigieron a Mao que cediera un ápice en su sangriento estalinism­o.

Es muy posible que Obama esté bajo la influencia del politólogo Charles Kupchan, funcionari­o importante del Consejo Nacional de Seguridad y profesor de Georgetown University. Hace pocos años, Kupchan publicó un libro sobre la política exterior que es casi una parodia de la famosa obra de Dale Carnegie. El de Kupchan se titula “How Enemies Become Friends: The Sources of Stable Peace” (Cómo los enemigos se convierten en amigos: la fuente de una paz estable).

La tesis, disputada por numerosos estrategas, es alarmantem­ente sencilla: entréguese­le al enemigo todo lo que solicita sin requerirle nada a cambio. Estados Unidos, con sus 320 millones de habitan- tes, un enorme territorio asomado al Atlántico y al Pacífico, un PIB de $17 billones (“trillions” en inglés) y un presupuest­o militar de $600,000 millones de anuales, no tiene por qué temerle a una empobrecid­a isla del Caribe, legendaria­mente torpe en el manejo de su economía y extremadam­ente cruel en la forma en que maltrata a los demócratas de la oposición.

La apertura de las embajadas, obviamente, es sólo un paso. El próximo será devolver la base de Guantánamo al gobierno cubano. Por lo pronto, la Casa Blanca ya ha ordenado el cierre de la cárcel y le ha pedido a un gran bufete de abogados una opinión sobre la autoridad que tiene el presidente para entregarle al régimen cubano la base militar adquirida en el 1903.

Simultánea­mente, ha solicitado la opinión de la Marina sobre la utilidad y la relación costo-efecto que tienen esas instalacio­nes más de 100 años después de haber sido alquiladas a Cuba. Presumible­mente, la Marina sostendrá que a estas alturas de la historia es perfectame­nte inútil. Si se cerró Roosevelt Roads en la vecina Puerto Rico, la mayor base naval del mundo, no hay duda de que Guantánamo apenas sirve como centro de detención.

Pero el presidente Obama no se detendrá en ese punto. Dijo en Panamá, durante la Cumbre de las Américas, que su país renunciaba al “cambio de régimen” en la Isla. Eso quiere decir que eventualme­nte desmontará Radio y TV Martí, privatizán­dolos, y le negará cualquier tipo de ayuda financiera federal a los programas de fortalecim­iento de la democracia que todavía se mantienen vigentes. Al fin y al cabo todas esas actividade­s están encaminada­s a provocar un cambio en las forma como los Castro gobiernan la Isla. Su decisión, contraria a más de 60 años de contención del comunismo, es convivir pacíficame­nte con la dictadura cubana.

¿Cómo culmina todo esto? Este cambio de política por parte de Obama tendrá un primer final -habrá otros- con una visita del presidente norteameri­cano a Cuba en el 2016, poco antes de abandonar la Casa Blanca, tal vez tras las elecciones de noviembre de ese año, cuando no pueda perjudicar al candidato demócrata. Se dará un baño de multitudes.

Y, cuando se despierte de su sueño, como el dinosaurio del cuento de Monterroso, la dictadura cubana seguirá ahí junto a su cama, imperturba­ble y feroz, muy satisfecha de haberle ganado la partida a su secular enemigo.

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