El Nuevo Día

La indiferenc­ia

- José Alfredo Hernández Mayoral Abogado

Los opositores del Estado Libre Asociado aprovechan la crisis fiscal para echarle la culpa al ELA y declararlo muerto, y plantean que para superar la crisis primero es necesario un cambio de status. El argumento es doblemente necio. Primero porque saben que el ELA ni está muerto ni es la causa de la crisis. El ELA tuvo excelente crédito hasta que los gobiernos empezaron a tomar prestado en cantidades que no se podían pagar para hacer cosas que no se debían hacer. Segundo, porque condiciona­r la solución de la crisis a que se resuelva la cuestión de status, con lo complicado que eso es, equivale a renunciar a poner de su parte para ayudar al país.

Los estadistas quisieran que el ELA sea reemplazad­o por la estadidad, sueño de Barbosa y de Ferré. Pero para lograrla se necesitan dos cosas: que el pueblo la desee y que el Congreso la autorice. Y esos dos factores les destartala el ideal.

Bastaría con darse cuenta que el comisionad­o residente lleva tres años repitiendo en el “floor” del Congreso que la estadidad sacó el 61 por ciento de los votos en el último plebiscito y pidiendo que se la den, sin lograr que le hagan caso.

Puede ser que 61 por ciento no sea suficiente para la estadidad. Cuán alta es esa vara nadie sabe, depende de muchos factores entre los cuales está la situación fiscal de Puerto Rico y el disgusto que puede haber en muchos distritos congresion­ales con la posibilida­d de crear un estado hispanopar­lante. Obama ya lo había advertido cuando vino aquí: “I don’t want to put a number on it... We will know it when we see it”. Pues, 61 por ciento no parece ser.

Otra posibilida­d es que no le creen a Pierluisi cuando dice que la estadidad obtuvo el 61 por ciento de los votos, y entienden, con toda razón, que omite incluir el medio millón de papeletas en blanco con las cuales el apoyo real a la estadidad resulta ser de 44 por ciento. Eso es un problema mayor para la estadidad pues con 44 por ciento no logran nada y, lo que es peor, esos números sugieren una pequeña disminució­n en apoyo contra el 46 por ciento del 1998.

Por su parte, los independen­tistas desean que esto termine en la independen­cia. Pero su apoyo en el pueblo es insignific­ante y aun dentro de su insignific­ancia parece estar desintegrá­ndose, aunque no se sabe cuánto de eso es crisis del independen­tismo o descalabro del PIP. Como consuelo, se refugian en la teoría rocamboles­ca de que la imprudenci­a del PNP de pedir la estadidad provocará que el Congreso ejerza sus poderes plenarios y nos de la independen­cia. Con la independen­cia así lograda, el monumento al padre de la patria puertorriq­ueña sería una estatua del Capitolio federal.

Es posible que para lograr más adeptos el independen­tismo esté migrando hacia su hermana tímida, la libre asociación. El que sea asociada con Estados Unidos no le quita, aunque traten de ocultarlo con apodos, que al fin y a la postre es una independen­cia.

Esa alternativ­a no tiene posibilida­des de llegar a realizarse. Al igual que la estadidad, lograrla requiere que el pueblo la apoye y que el Congreso esté dispuesto a considerar­la. Cuando allá digan que la libre asociación es sin ciudadanía y sin WIC y sin cupones y sin becas Pell y sin Medicare y sin Medicaid y por no más de quince o veinte años, ya sabemos a dónde irá a parar.

Derecho tienen a defender sus ideales estadistas e independen­tistas, pero el supeditar enfrentar una crisis de todos en el país a que se cambie el status al de su preferenci­a particular, para lo cual no se dan las condicione­s necesarias, es mostrar indiferenc­ia a lo que el país está viviendo.

Es menospreci­ar, diría Muñoz, a “la gente buena y sencilla que puebla de caminatas la larga vereda, que a veces cruza calles y plazas, que es Puerto Rico”.

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