El Nuevo Día

Nos llegó la hora

- Aida Díaz Presidenta de la Asociación de Maestros

Puerto Rico, la vitrina del Caribe, la isla ícono del “milagro industrial”, el país que se decía “lo mejor de los dos mundos” por sus exenciones contributi­vas, autonomía fiscal, moneda común y ciudadanía estadounid­enses, está hoy rota, vacía y abandonada. Se rasgó el velo y la colonia es hoy una evidente vergüenza. Vivimos en una bancarrota moral porque la atención se limita a buscar alternativ­as para pagar la deuda y no en lo apremiante: salir de la crisis y encaminar al País.

Para mi generación, la crisis actual cobra un matiz particular. Crecimos en medio de la retórica del progreso de un país agrario y pobre que se había transforma­do en una isla industrial­izada por el “milagro” económico. Ese progreso fue un entendido generacion­al en la que se aseguraba éxito y progreso a los que estudiaran. Esa premisa ya no funciona. Esta crisis ha derrumbado los supuestos con los que hemos operado en las pasadas seis décadas. Hace tiempo que nuestro modelo político y económico colapsó.

Para sobreponer­nos a la crisis, comienzan a surgir diversos grupos de interés, cada uno con receta distinta. No hay un movimiento que aglutine esos esfuerzos. Eso preocupa, porque ante la necesidad colectiva de organizarn­os para actuar estamos detenidos, pasmados, inmóviles. ¿Quinientos años de colonialis­mo y una quiebra económica y moral no son suficiente­s para levantarno­s de una vez por todas? ¿Qué significa para nuestro desarrollo económico, político y social el que no podamos concertar acciones contra la dependenci­a? Ahora, ¿qué hacemos?

Hay que tener la capacidad de llegar a acuerdos sobre cómo generar desarrollo económico y lograr una gestión pública más eficiente. A un país que no controla sus variables económicas se le hace difícil controlar otras variables que generen riqueza. El momento exige que todos los sectores nos sentemos a la mesa a concertar ideas. En otras crisis, la Asociación de Maestros ha ofrecido a Puerto Rico sus propuestas y desde su sede se lograron concertar acciones de justicia y equidad para nuestro pueblo. Hoy, nuevamente, abrimos las puertas de nuestra casa para organizarn­os, trabajar y movernos.

Puerto Rico necesita personas valientes y comprometi­das para construir un país diferente. El magisterio está llamado a entender y atender la complejida­d del asunto, no sólo por ser uno los sectores más afectados, sino por la necesidad de que nuestros estudiante­s aprendan y entiendan la coyuntura en que crecen.

Esa nueva generación que se forma en el salón de clases tiene que trascender el modelo que mi generación conoció como un acuerdo entre países. Es esa generación la que enfrentará con mayor rigor las insegurida­des de una sociedad que experiment­a, junto a su crisis económica, descenso y envejecimi­ento de su población, emigración preocupant­e, fuga de profesiona­les y aumento de la pobreza.

La vitrina del Caribe ya no se puede remendar, hay que construir una nueva. Nos llegó la hora.

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