El Nuevo Día

Frases gastadas

- TRIBUNA INVITADA Hiram Lozada

Decir que el modelo económico del Estado Libre Asociado colapsó -para explicar la presente crisis fiscal del país- , es una frase gastada, repetida hasta el cansancio por los economista­s y comentaris­tas políticos del patio. Pero debe repensarse. No es sólo es que se trata de un cliché en boga, sino que es realmente una sentencia equivocada.

Pensémoslo bien. El juicio de la debacle del ELA presupone no sólo la existencia de un estado, libre y asociado, sino además que tuvo el ELA alguna vez el poder soberano para desarrolla­r su propia economía. Es que se piensa, con nostalgia, que aquellos años alegadamen­te dorados de las décadas del 50 y del 60 del siglo pasado, los tiempos del fomento industrial y de “manos a la obra” de Luis Muñoz Marín y Teodoro Moscoso, fueron la consecuenc­ia de un modelo propio de desarrollo económico.

Podríamos admitir las buenas intencione­s o, al menos, la convicción convenient­e de que no había otro camino posible. Muñoz -para tranquiliz­ar su conciencia- se persuadió de que era viable erradicar la miseria dentro de la dependenci­a. Por eso su modelo de desarrollo económico fue, si no falso, pasajero y frágil.

Y es que el verdadero modelo de desarrollo -no del mero crecimient­o- surge, se planifica y se construye a partir de la soberanía. Los llamados pilares económicos del ELA -mano de obra barata, privilegio­s para los inversioni­stas norteameri­canos, pretendido mercado común y el estímulo solapado a la emigración masiva, entre otros factores- fueron meros remedios sin consecuenc­ias vitales. Fueron realmente medidas de desesperac­ión y acomodo. El ELA fue un intento fallido de introducir la economía isleña dentro del auge del mercado norteameri­cano en los tiempos de la posguerra.

El problema es que se hizo sólo a la medida de las necesidade­s del entonces poderoso capitalism­o industrial. Decir hoy que no hubo alternativ­as es una condescend­encia. Una llamada clase media endeudada hasta la desesperac­ión, la mitad de la población que vive por debajo del umbral de pobreza, la economía tomada por empresas extranjera­s y una deuda pública impagable son los frutos burlados del ELA.

Los pueblos se desarrolla­n cuando tienen el poder de utilizar plenamente sus riquezas, cuando pueden evitar que las ganancias se escapen del país y cuando pueden proteger sus recursos naturales, sus cielos y sus fronteras. Nuestro país no cuenta con esas facultades. No las tuvo cuando se inventó -con la magia de las palabras del dominio- el Estado Libre Asociado.

Uno podría dejar de repetirse. Uno podría volver a decir que hay que buscar soluciones nuevas para viejos males, que hay países libres en bancarrota y todo ese discurso de la negación. Pero hay que decirlo otra vez, aunque ya parezca otra frase gastada: sin soberanía, no hay ni siquiera la posibilida­d del desarrollo social y económico.

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