A romper el silencio para rescatar vidas
La confirmación escalofriante de que cada 40 minutos una persona en Puerto Rico intenta quitarse la vida y que al menos una lo concreta casi todos los días, es una sacudida que debe mover a todos a hacer causa común para frenar esa tragedia.
Esto tiene que asumirse con la misma inquietud ciudadana y despliegue de energías y recursos que el Estado y los distintos sectores invierten en otros esfuerzos. Una oportunidad inmediata es acoger el llamado de la campaña de concienciación que la Comisión para la Prevención del Suicidio inicia hoy: “El silencio es mortal. Hablemos del suicidio para salvar vidas”. La campaña culminará en septiembre, el Día Mundial de la Prevención del Suicidio, pero la generación de iniciativas para erradicarlo debe continuar y fortalecerse.
Para ello hay que dejar de verlo como un asunto individual o, como ocurrió antes con la violencia de género, como algo doméstico o familiar. Claramente sus causas y sus soluciones trascienden todos los escenarios en que se desenvuelve una persona, como vecino, como empleado, como amigo, como paciente, como estudiante, como ciudadano. Es un problema social con fuertes repercusiones.
Según la Comisión, en Puerto Rico es la tercera causa de muerte violenta entre varones de 30 a 64 años, y el 86% de los que lo consuman son del género masculino. Es la octava de las causas de muerte en la Isla. Desde 2000 hasta el 30 de junio de 2015, un total de 4,831 personas tomaron esa decisión fatal, para un promedio anual de alrededor de 315 suicidios.
Un estudio de la Administración de Servicios de Salud Mental y contra la Adicción revela que uno de cada cinco de nuestros jóvenes entre los 13 y 18 años ha pensado seriamente en suicidarse.
Son muchos los factores detonantes de una idea o acto suicida. La directora de la Comisión, Alicia Meléndez, indica que detrás está la depresión y otros problemas de salud mental, que, advierte, hay que tomar con tanta seriedad como al cáncer o la diabetes.
Se le considera como uno de los problemas de mayor impacto en la salud pública a nivel mundial. Sus consecuencias se mul- tiplican. Por cada suicidio, se estima que quedan entre 10 a 20 allegados con un profundo golpe emocional que requerirá prolongados periodos de terapia profesional para atenuar el trauma o llegar a sanar.
Puerto Rico, como con otras medidas, es pionero en la creación de una ley, la 227 de 1999, para implantar política pública que prevenga el suicidio.
Pero como con otros asuntos importantes, el proceso de implantar los protocolos se retrasó por años. Hoy la Comisión, organismo creado para desarrollar e implantar esas estrategias, cuenta con un presupuesto de apenas $55,000. Como hemos sostenido, se trata de un reflejo del trastoque de prioridades sociales y fiscales que corroe el Gobierno.
Pese a ello, la Comisión encamina adiestramientos para empleados públicos y líderes comunitarios. En julio presentó una guía para el desarrollo de un protocolo uniforme de prevención para entregar a todas las agencias y entidades interesadas.
Esos esfuerzos quedarán incompletos sin acción tanto ciudadana, como de los sectores privado, académico, médico, de otros profesionales de la salud y de empresas sin fines de lucro, que cierren filas en el propósito urgente de socorrer vidas.
Que en 15 años 4,831 de nosotros -familiares, amigos, vecinosdesistieran de vivir, es trágico. Uno solo, era demasiado.
Nos queda la misión de aprender a identificar las señales y a extender la mano con sensibilidad para alterar ese doloroso patrón. Y romper el silencio. Sobre todo, asumir como práctica la empatía y la solidaridad.
Lo dicen quienes han estado al filo de tan fatídica decisión: acciones concretas y cotidianas como ocuparse y valorar al otro, ofrecer oídos y compañía y sensibilizar sobre el respeto y contra el abuso hacia los demás desde la niñez temprana, en el hogar, en escuelas o en iglesias, pueden ser antídotos a amenazas como la soledad, la depresión y la desesperación, que tantas vidas nos arrebatan.