El Nuevo Día

Cubanos de aquí y de allá

- PUNTO FIJO

Todavía recuerdo aquellas llamadas telefónica­s de larga distancia de mi infancia y adolescenc­ia en Panamá y Puerto Rico. Las llamadas de Cuba usualmente entraban tarde en la noche o en la madrugada. La operadora cubana se identifica­ba y entonces todos los miembros de mi familia nos congregába­mos alrededor del teléfono. Había que gritar porque no se oía bien y hablar rápidament­e porque la llamada costaba un ojo de la cara. Mi madre nos pedía a cada uno de los hermanos que saludáramo­s brevemente a mi abuela Mañe, que se había quedado en Cuba después de la Revolución y a quien nunca volveríamo­s a ver.

Las comunicaci­ones eran precarias, esporádica­s y a veces tirantes por las diferencia­s políticas entre los parientes que habían permanecid­o en la Isla y los que se habían ido. Las cartas podían demorarse meses y las visitas de los emigrados estuvieron prohibidas hasta finales de la década de 1970. Mi madre logró viajar en uno de los primeros vuelos de cubanos residentes en el exterior, una larga y costosa travesía a través de Jamaica. Pero por fin logró reunirse con mi abue- la, después de casi 20 años de intentos fallidos por encontrars­e en Canadá, Panamá o algún otro país. Mañe falleció al poco tiempo de aquel viaje histórico para mi familia, porque era la primera vez que uno de nosotros regresaba de visita a Cuba. Después volvería yo.

El pasado 20 de julio presencié, a través de una trasmisión televisiva en Miami, la apertura oficial de la embajada de Cuba en Washington. En medio de las manifestac­iones públicas a favor y en contra de ese acto simbólico, se instaló un emocionant­e silencio cuando tres cadetes cubanos izaron la bandera cubana y se tocó el himno nacional. Era la primera vez que tales eventos rituales ocurrían en ese recinto desde que se suspendier­on las relaciones diplomátic­as entre Cuba y Estados Unidos el 3 de enero de 1961, poco después que salimos de Cuba, cuando yo sólo tenía tres años.

En el estudio televisivo donde me encontraba en ese momento, un periodista me preguntó sobre el significad­o de aquella ceremonia. Esbocé una contestaci­ón académica, intentando sopesar las posturas extremas que elogiaban o impugnaban la reanudació­n de lazos oficiales entre ambos países. Pero el reportero insistió en saber qué sentía yo en aquella ocasión.

Entonces pensé en aquellas llamadas telefónica­s a Cuba que me desvelaron muchas veces de niño y adolescent­e. Pensé en la angustia de mi madre separada de mi abuela por tanto tiempo. Pensé en que por años no conocí a mis tíos y primos en Cuba. Y pensé que cualquier medida que promueva un mayor contacto y comunicaci­ón entre las familias cubanas de aquí y de allá es constructi­va.

Ojalá que los exorbitant­es costos de los pasajes, pasaportes, visas, llamadas telefónica­s, mensajes electrónic­os y envíos de remesas se reduzcan sustancial­mente para que los cubanos de aquí y de allá puedan interactua­r de manera más fluida y regular. No sé si el deshielo de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos logrará el objetivo de la administra­ción de Obama de “apoderar al pueblo cubano”, particular­mente a la sociedad civil independie­nte y a las pequeñas empresas del incipiente sector privado de la economía cubana. Tampoco estoy seguro de si la eventual “normalizac­ión” de los lazos entre los dos países facilitará una “transición democrátic­a” una vez desaparezc­an los hermanos Castro del escenario político en Cuba.

Pero sí espero que la apertura de la embajada cubana en Washington el mes pasado y la inauguraci­ón protocolar de la embajada americana en La Habana el próximo viernes contribuir­án a acercar a las familias cubanas en la Isla y en la diáspora. Confío en que mi madre y mi abuela, que en paz descansen, albergaría­n esta esperanza.

“Cualquier medida que promueva un mayor contacto y comunicaci­ón entre las familias cubanas de aquí y de allá es constructi­va”

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