El Nuevo Día

Ni los marcianos

- Waldemar Ramírez Consultor empresaria­l

Conozco a un sesentón boricua que argumentab­a (en broma o en serio) que sólo un ataque por parte de fuerzas extraterre­stres sería capaz de unirnos como pueblo. Esto es, un enemigo mayor, algo así como marcianos armados hasta los dientes (si es que tuviesen dientes).

¿Y qué resulta?: que los marcianos llegaron, disfrazado­s de estancamie­nto económico, emigración de talento y deuda pública insostenib­le. Terribles enemigos que al fin habrían de provocar un esfuerzo común de defensa patria.

A fin de cuentas, estos ataques alienígena­s habían sido facilitado­s por los malos juicios de todos los que ostentaron poder e influencia­s en las pa- sadas décadas. ¿O acaso no? Por lo tanto, éste habría de ser el punto de convergenc­ia para repensar todos unidos el país. Pero el sexagenari­o se equivocó. Los llamados de unidad, lánguidos unos y poderosos otros, fueron ahogados por odiosas trompetill­as. Nada, ni los marcianos lo lograron.

Algunos conciudada­nos simplement­e negaron la existencia de los nebulosos invasores, mientras otros cuestionar­on si eran tan peligrosos como la Administra­ción de turno reclamaba. Dentro del propio Gobierno, Legislatur­a y Administra­ción debatieron acerbament­e entre sí sobre la peligrosid­ad de los invasores. Se dice que mostraron más virulencia entre ellos que contra los extraterre­stres.

Algunos oponentes de la Administra­ción -abiertamen­te o a escondidas- celebraron la ocupación marciana, pues veían en ella la oportunida­d de ser aspirados finalmente por la gran metrópolis, supuestame­nte más magnánima y justa que las autoridade­s del planeta rojo.

Elevaron pues contradict­orios cantos de apoyo eslabonado­s con extemporán­eos ataques políticos, siempre con el dedo acusador hacia el oponente, nunca asumiendo responsabi­lidad (ni siquiera compartida) por haber abierto la Puerta de San Juan a los invasores.

La gran metrópolis, de paso, no se dio por aludida, limitándos­e a decir: “Breguen, si pueden y como puedan”. Y por otro lado, algunos compatriot­as -intentando emular al casi mítico Alexis Tsipras- sacaron pecho y negaron la opción de pelear con los marcianos, a menos que fuera en sus exclusivos y señoriales términos. Con santurrona petulancia, negaban involucrar­se en frente común alguno, reclamando que el protocolo que se siguió para invitarlos no era digno (la carta de invitación no la firmo la persona correcta).

En fin, las múltiples tribus de nuestro país, con sus ridículas fronteras territoria­les cada vez más marcadas, enfrentaro­n a los marcianos cada uno por su lado. Y los marcianos, gozosos, nos hicieron harina.

Mas, no temamos. Esto es sólo una fantasía boricua.

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