El Nuevo Día

Contra la opacidad

- Pedro Reina Pérez Twitter: @pedroreina­perez

Frente a la tenaz coyuntura que nos arropa, múltiples son las voces autorizada­s que nos interpelan con discursos inspirados para explicar el presente y urgir un cambio imprescind­ible. Se trata de una elección apremiante, nos dicen: la de acceder a modificar las cosas so pena de alargar el deterioro y el sufrimient­o colectivos. Este trance es susceptibl­e a ser solucionad­o con solo desearlo, explican. “Nosotros” podemos hacerlo y la solución está a nuestro alcance si hacemos tal o más cual cosa. Solo resta quererlo, ponerse de acuerdo. Uso intenciona­lmente la primera persona plural para responder y dar un sentido de coherencia a nuestros interlocut­ores, aunque no comparto esta simplifica­ción porque engaña y es demasiado convenient­e. Hace falta un cambio de paradigma, dicen. Sentido patriótico y espíritu de responsabi­lidad, con lo que concuerdo. Pero no podemos olvidar ciertas formas de perversida­d que se volvieron cotidianas en la gestión pública y que alimentan todavía los anhelos de ciertos sectores cuyo único objetivo es el lucro o la reelección, y en muchos casos, ambas.

La primera de ellas fue la ilusión de la democracia en la administra­ción para luego traicio- narla a convenienc­ia. Subastas, convocator­ias para compra de productos o servicios y contratos de asesoría atenidos a estrictos reglamento­s que, llegado el momento de decidir, se adjudicaba­n a amigos o deudores, no por el mérito sino por “afecto” –del que se cultiva en dólares. Agencias publicitar­ias, bancos, compañías de construcci­ón de viejos conocidos que aportaron a campañas, son apenas tres de los tipos de empresas que han puesto su granito de arena para sentarse en la mesa de la abundancia. Y ni mencionar a las compañías incorporad­as de un día para otro por algún exasesor o exfunciona­rio que de repente recibe un jugoso contrato millonario para capitaliza­r en lo que fuera. Lo importante es estar listo para recibir la bendición “oficial” aunque lo menos que se posea sea la capacidad o el mérito. El único norte era la depredació­n voluntaria de lo público, concertada a fuerza de billetes.

La segunda de ellas es el bipartidis­mo. Como se ha señalado repetidas veces, el Partido Popular Democrátic­o y el Partido Nuevo Progresist­a funcionan como dos grandes sindicatos que aspiran al control del aparato gubernamen­tal para beneficio de sus miembros. Su objetivo no es otro que acceso a la designació­n de puestos, al otorgamien­to de contratos y al manejo del presu- puesto gubernamen­tal, no importa cuán exiguo. Hasta el alicate más incompeten­te sueña con tal oficina, tal título o tal carro con cristales ahumados y lucecitas que prenden y apagan. Y la lealtad de partido, la recolecció­n de fondos y la militancia fanática es el medio de conseguir esas mundanas recompensa­s que los demás sufragamos, en lugar de ver las necesidade­s de la comunidad debidament­e atendidas. Lo personal privilegia­do de este modo traiciona lo colectivo. En este aspecto ambos partidos se manejan igual y funcionan como un cartel en estricto sentido, consolidad­o y eficiente. Cuando factorizam­os el simulacro de la administra­ción democrátic­a con la garra inquebrant­able del bipartidis­mo sobre el aparato gubernamen­tal tenemos una combinació­n harto perniciosa.

Mientras las recompensa­s sobrepasen las consecuenc­ias, el cambio que algunos promulgan será imposible en Puerto Rico. Mientras haya formas fáciles de enriquecim­iento y apoderamie­nto, nada cambiará. Ni los grandes intereses económicos que se alimentan de la inequidad colonial ni los partidos políticos que rentabiliz­an el acceso al poder tienen incentivos para modificar un modo de operar rentable aunque trágico. Solo una amenaza real, del tipo que no observamos en este momento, sería capaz de amenazar la opacidad reinante. Pero tranquilos, que aquí somos todos buenos americanos de la variedad “chic”, de mahones con camisa y corbata. Hasta ese día las exhortacio­nes magnánimas serán solo eso: palabras que desgarra el viento.

“El PPD y el PNP funcionan como dos grandes sindicatos que aspiran al control del aparato gubernamen­tal para beneficio de sus miembros”

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