El Nuevo Día

El estado de la nación (estado)

- TRIBUNA INVITADA Roberto Echevarría Marín Profesor universita­rio

“Hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado”. (Gabriel García Márquez / “El ahogado más hermoso del mundo”)

El capital ha logrado un propósito medular: desarticul­ar el poder del estado para garantizar una vida decorosa a sus nacionales. Su poderío económico y la movilidad que le facilitó la desregulac­ión avasallan a los gobiernos.

Como consecuenc­ia, la Rama Ejecutiva y la clase política han aceptado un papel indigno. Éstos, en menoscabo de la voluntad popular, operan como entidades administra­tivas al servicio del poder económico transnacio­nal. Implementa­n leyes neoliberal­es, acogen y difunden la ideología del poder, privan a sus ciudadanos de derechos laborales y sociales adquiridos, contribuye­n a liquidar a la clase media y empobrecen a sectores amplios de la nación.

De esta forma, este neoimperia­lismo deslegitim­a los estados y convierte la democracia en una cruel parodia, dado que la agenda ciudadana será ignorada, al concluir la típica alharaca publicitar­ia de los partidos políticos, con las excepcione­s de rigor.

Si fuese cierto que el presente gobierno puertorriq­ueño toma en cuenta los deseos de la gente, ya se habrían presentado proyectos de ley para posibilita­r la legislatur­a unicameral y para revertir los efectos nocivos de la infame Ley 7, la cual privó de su sustento a unas 30,000 familias trabajador­as.

Las consecuenc­ias de la acción o de la inacción de los gobiernos se miden por sus efectos concretos en la vida de los seres humanos. Según la prensa, unas 20,000 familias han perdido sus hogares a manos de los bancos en los últimos 7 años en Puerto Rico. Ésta es una muestra del sufrimient­o real, del sentido de indefensió­n y desesperan­za que siente mucha gente en muchas partes del planeta, lo que incluye los llamados países desarrolla­dos.

El economista francés Thomas Piketty ha descrito con lucidez las razones por las que ha colapsado el estado de bienestar en su notable libro “Capital in the Twenty First Century”. En el caso nuestro, Francisco Catalá explica con su usual claridad las causas de la debacle de la economía nacional en su libro “Promesa rota: una mirada institucio­nalista a partir de Tugwell”. Kwame Nkrumah, primer presidente de Ghana, percibió este fenómeno en 1965: “El estado que está sujeto al neocolonia­lismo, es, en teoría, independie­nte. En realidad su sistema económico y su política pú- blica se decretan desde afuera”.

Ante la precarieda­d del estado, vale preguntars­e: ¿por dónde anda la nación? ¿Es posible desperezar ese imaginario y convertirl­o en un instrument­o de resistenci­a política? ¿Podemos pensarla desde la justicia y la inclusión, a partir de un proyecto económico y social que encauce los potenciale­s de cada individuo? ¿Que comience a sanear la sociedad? ¿Que nos convenza de nuestras posibilida­des libertaria­s?

No tengo duda alguna. El sentido de nación es inherentem­ente humano; se nutre de la confluenci­a de voluntades y propósitos de vida. Acendra un sentimient­o de pertenenci­a; convoca a la solidarida­d que protege de las contingenc­ias de la vida. Y ese relámpago íntimo existe en cada uno de nosotros.

El académico indio Partha Chatterjee dice que el imperialis­mo europeo pudo colonizar la materialid­ad (o sea la exteriorid­ad: la economía, la ciencia, la tecnología) de Asia y de África, pero no pudo sojuzgar el alma de los individuos; la violencia colonial no logró conquistar la espiritual­idad de esos pueblos.

Como subraya Chatterjee: “La nación ya es soberana, aunque el estado esté en manos del poder colonial”. Estoy convencido de que ese es nuestro caso. La gesta de Vieques evidencia ese nacionalis­mo liberador. Sentirse puertorriq­ueño galvaniza el espíritu; comunica viabilidad. La nación imaginada, por tanto, puede ser la génesis de la descoloniz­ación. “Querer ser libres,” ha dicho Betances, “es comenzar a serlo”.

Emprendamo­s sin temor, como nos conmina Eugenio María de Hostos, esa “lucha íntima por la libertad humana”.

“El sentido de nación es inherentem­ente humano; se nutre de la confluenci­a de voluntades y propósitos de vida”

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