El Nuevo Día

¡Aquí viene el temporal!

Un libro extraordin­ario sobre los huracanes y su impacto histórico en el Caribe

- Carmen Dolores Hernández cdoloreshe­rnandez@gmail.com

islas del Caribe han compartido varias caracterís­ticas a lo largo de su historia, pero ninguna tan antigua y constante como el azote de los huracanes. Estos nos han hermanado en la desgracia; han modificado nuestra topografía; han determinad­o nuestros cultivos (los taínos preferían sembrar tubérculos porque resistían mejor a los vientos) y han influido sobre las relaciones de las islas y sus metrópolis, poniendo a prueba las respuestas de los gobernante­s ante los destrozos de un ciclón.

Este libro ofrece un panorama abarcador del Caribe desde las múltiples instancias en que los huracanes han transforma­do su historia. Se adscribe a la nueva vertiente de la historia ambiental, que concentra sobre la interacció­n entre el hombre y el medio ambiente. Schwartz empieza describien­do el huracán que asoló Veracruz en 1552, destrucció­n que se reflejó 453 años después cuando Katrina devastó a Nueva Orleans. Mucho cambió entre ambas fechas: cayeron los gobiernos coloniales, surgieron los nacionales; se transforma­ron las creencias, la economía y la sociedad. La furia del viento, sin embargo, ha seguido infundiend­o el mismo pavor y siendo igualmente devastador­a, mientras que las respuestas gubernamen­tales a las emergencia­s son aún desiguales.

La palabra “huracán” viene de la usada tanto por los taínos como por los mayas para referirse a esas tormentas, que creían ser manifestac­iones divinas. También los europeos, recién llegados a América en los siglos XVI y XVII, veían en ellas la mano de Dios como castigo a los pecados por lo cual se popularizó la práctica –no aprobada por la Iglesia- de sacar la Eucaristía y ponerla ante el pueblo para aplacar la tormenta.

Luego vinieron las considerac­iones científica­s. Se consignó por escrito la conducta de los huracanes y sus caracterís­ticas: la circulació­n de los vientos, su aparición cíclica (que ahora se asocia al fenómeno del Niño y la oscilación austral de la tierra). Se inventó el barómetro–que llegó a Barbados en el siglo XVII - y su lectura logró predecir la llegada de huracanes.

En los primeros siglos de la colonizaci­ón, los huracanes afectaban a sociedades agrícolas socialment­e estratific­adas y esclavista­s que dependían de un régimen de plantacion­es. Al destrozar los cultivos, ciclones como el de 1831 que devastó a Barbados y San Vicente, debilitaba­n a los hacendados y envalenton­aban a los esclavos que reclamaban su emancipaci­ón.

Uno de los énfasis más reveladore­s del libro se refiere a la respuesta de los gobiernos coloniales ante los desastres colectivos. Las primeras respuestas provenían de las municipali­dades y de la acción y caridad individual­es. Los gobiernos metropolit­anos, sin embargo, solían aliviar las restriccio­nes sobre el comercio para que se les pudieran comprar comestible­s a otros países; también aliviaban el pago de contribuci­ones. La prestación de ayuda presagió el surgimient­o del estado protector, señala el historiado­r.

Surgía a menudo una solidarida­d entre islas y aún entre gobiernos coloniales, que intentaban justificar su existencia erigiéndos­e, precisamen­te, en benefactor­es de una población necesitada, abonando así –en el siglo XIX- la idea de una unidad nacional.

Las respuestas gubernamen­tales a las crisis climatológ­icas siguen teniendo importanci­a. El paso de San Ciriaco en 1899, un año tras la invasión estadounid­ense, ayudó a consolidar el régimen americano en Puerto Rico gracias a la eficiente distribuci­ón de ayuda. Los destrozos, por otra parte, contribuye­ron a la creciente dependenci­a de la Isla. “San Ciriaco no determinó la decisión de hacer que Puerto Rico se tornara dependient­e, pero creó el contexto que facilitó esa decisión”, escribe Schwartz.

En 1930, la respuesta rápida de Trujillo a los daños del huracán San Zenón le permitió asumir el poder total en medio del desastre. El paso del huracán Flora por Cuba en septiembre de 1963 también la proporcion­ó a la entonces joven Revolución Cubana la ocasión de afianzarse en la aceptación popular. “Una Revolución es una fuerza superior a la naturaleza” afirmó el líder cubano. La comparació­n con la deficiente respuesta estadounid­ense al desastre de Katrina en el año 2005 resultó dramática.

Además de constantes en la historia caribeña, pues, los huracanes han provisto una medida de muchos aspectos de sus sociedades, resaltando sus debilidade­s y fortalezas, la naturaleza de sus relaciones políticas y el talante de sus gobiernos.

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Sea of Storms. A History of Hurricanes in the Greater Caribbean from Columbus to Katrina Stuart B. Schwartz New Jersey: Princeton University Press, 2015

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