¡Aquí viene el temporal!
Un libro extraordinario sobre los huracanes y su impacto histórico en el Caribe
islas del Caribe han compartido varias características a lo largo de su historia, pero ninguna tan antigua y constante como el azote de los huracanes. Estos nos han hermanado en la desgracia; han modificado nuestra topografía; han determinado nuestros cultivos (los taínos preferían sembrar tubérculos porque resistían mejor a los vientos) y han influido sobre las relaciones de las islas y sus metrópolis, poniendo a prueba las respuestas de los gobernantes ante los destrozos de un ciclón.
Este libro ofrece un panorama abarcador del Caribe desde las múltiples instancias en que los huracanes han transformado su historia. Se adscribe a la nueva vertiente de la historia ambiental, que concentra sobre la interacción entre el hombre y el medio ambiente. Schwartz empieza describiendo el huracán que asoló Veracruz en 1552, destrucción que se reflejó 453 años después cuando Katrina devastó a Nueva Orleans. Mucho cambió entre ambas fechas: cayeron los gobiernos coloniales, surgieron los nacionales; se transformaron las creencias, la economía y la sociedad. La furia del viento, sin embargo, ha seguido infundiendo el mismo pavor y siendo igualmente devastadora, mientras que las respuestas gubernamentales a las emergencias son aún desiguales.
La palabra “huracán” viene de la usada tanto por los taínos como por los mayas para referirse a esas tormentas, que creían ser manifestaciones divinas. También los europeos, recién llegados a América en los siglos XVI y XVII, veían en ellas la mano de Dios como castigo a los pecados por lo cual se popularizó la práctica –no aprobada por la Iglesia- de sacar la Eucaristía y ponerla ante el pueblo para aplacar la tormenta.
Luego vinieron las consideraciones científicas. Se consignó por escrito la conducta de los huracanes y sus características: la circulación de los vientos, su aparición cíclica (que ahora se asocia al fenómeno del Niño y la oscilación austral de la tierra). Se inventó el barómetro–que llegó a Barbados en el siglo XVII - y su lectura logró predecir la llegada de huracanes.
En los primeros siglos de la colonización, los huracanes afectaban a sociedades agrícolas socialmente estratificadas y esclavistas que dependían de un régimen de plantaciones. Al destrozar los cultivos, ciclones como el de 1831 que devastó a Barbados y San Vicente, debilitaban a los hacendados y envalentonaban a los esclavos que reclamaban su emancipación.
Uno de los énfasis más reveladores del libro se refiere a la respuesta de los gobiernos coloniales ante los desastres colectivos. Las primeras respuestas provenían de las municipalidades y de la acción y caridad individuales. Los gobiernos metropolitanos, sin embargo, solían aliviar las restricciones sobre el comercio para que se les pudieran comprar comestibles a otros países; también aliviaban el pago de contribuciones. La prestación de ayuda presagió el surgimiento del estado protector, señala el historiador.
Surgía a menudo una solidaridad entre islas y aún entre gobiernos coloniales, que intentaban justificar su existencia erigiéndose, precisamente, en benefactores de una población necesitada, abonando así –en el siglo XIX- la idea de una unidad nacional.
Las respuestas gubernamentales a las crisis climatológicas siguen teniendo importancia. El paso de San Ciriaco en 1899, un año tras la invasión estadounidense, ayudó a consolidar el régimen americano en Puerto Rico gracias a la eficiente distribución de ayuda. Los destrozos, por otra parte, contribuyeron a la creciente dependencia de la Isla. “San Ciriaco no determinó la decisión de hacer que Puerto Rico se tornara dependiente, pero creó el contexto que facilitó esa decisión”, escribe Schwartz.
En 1930, la respuesta rápida de Trujillo a los daños del huracán San Zenón le permitió asumir el poder total en medio del desastre. El paso del huracán Flora por Cuba en septiembre de 1963 también la proporcionó a la entonces joven Revolución Cubana la ocasión de afianzarse en la aceptación popular. “Una Revolución es una fuerza superior a la naturaleza” afirmó el líder cubano. La comparación con la deficiente respuesta estadounidense al desastre de Katrina en el año 2005 resultó dramática.
Además de constantes en la historia caribeña, pues, los huracanes han provisto una medida de muchos aspectos de sus sociedades, resaltando sus debilidades y fortalezas, la naturaleza de sus relaciones políticas y el talante de sus gobiernos.