¡Que llueva, la Virgen de la cueva!
La oportunidad con que se publica este libro de historia ambiental es –desde luego- evidente. Ahora que Puerto Rico pasa por una sequía severa, resulta conveniente ponerla en perspectiva y mirarla dentro de un contexto que no apunta hacia una excepción sino a una especie de continuidad. La recurrencia de sequías en el área del Caribe, y especialmente en Puerto Rico, determinó en el pasado no solo la escasez de agua, sino también una serie de consecuencias sociales derivadas de dicha escasez, entre ellas muertes, enfermedades, cambios sociales y jurídicos –relativos muchos de ellos a los derechos de regadío- y migraciones internas.
En este libro, que descansa sobre un laborioso trabajo de archivo, el historiador presenta también las acciones gubernamentales ante los fenómenos climatológicos, especialmente según se manifestaron en el año 1847.
Para esa fecha, empezó a haber lo que puede describirse como una incipiente consciencia ambiental: gobernantes como don Miguel de la Torre comentaron sobre el desmonte excesivo de árboles en algunas zonas de la Isla, vinculando la práctica a posibles consecuencias nocivas. También lo comentó el viajero Jorge Flinter y –ya ante la crisis- el gobernador Rafael Aristegui, Conde de Mirasol, se aprestó a tomar cartas en el asunto, impidiendo que continuaran los cortes de árboles. Los municipios también tomaron medidas que aquí se detallan.
Picó rastrea en informes oficiales, en la literatura y en la memoria científica y amplía su enfoque para abarcar sucintamente al mundo atlántico y algunas potencias coloniales europeas como Bélgica, Dinamarca y Holanda, además de Irlanda que, aunque no era una potencia colonial, sufrió de una situación climatológica que agravó las causas de la gran hambruna, causante de una inmigración masiva a los Estados Unidos en el siglo XIX.
Resulta interesante su sugerencia –no elaborada- de la posible relación existente entre situaciones climatológicas como las de 1846-47 y la proliferación de revoluciones en Europa en el año 1848.
El historiador ha investigado a consciencia. Sin embargo, este libro resulta escueto y parco en su redacción. En muchos capítulos, el autor se limita a exponer datos sin engarzarlos en un contexto que le preste interés a la narración. Siendo, pues, correcto, este es un libro que leerán con fruición solo los investigadores en busca de datos específicos sobre las sequías que afectaron a Puerto Rico. (CDH)