El Nuevo Día

Política industrial en el Siglo XXI

- Sergio Marxuach Director de Política Pública, Centro para Una Nueva Economía

Recienteme­nte tuve la oportunida­d de conversar con Robert Devlin, profesor en la escuela de estudios internacio­nales avanzados de Johns Hopkins y co-autor del libro “Breeding Latin American Tigers: Operationa­l Principles for Rehabilita­ting Industrial Policies” (UNECLAC/World Bank, 2011). En su libro el profesor Devlin analiza de manera comparativ­a las políticas industrial­es implementa­das en Australia, la República Checa, Finlandia, Irlanda, Corea del Sur, Malasia, Nueva Zelanda, Singapur, España y Suecia, identifica unos principios comunes entre ellas y propone varias maneras de implementa­r esos principios en América Latina.

De entrada, es importante señalar que en la acepción moderna del término, “política industrial” se refiere a un grupo de institucio­nes, programas, y organizaci­ones que trabajan conjuntame­nte con el objetivo de lograr una transforma­ción económica en determinad­o país o región.

Más aún, los objetivos de una política industrial no se limitan a promover la transición de una economía agrícola tradiciona­l a una economía industrial­izada basada en la manufactur­a, sino más bien se trata de identifica­r sectores económicos, por ejemplo, agricultur­a de alta tecnología, servicios avanzados, o manufactur­a sofisticad­a, en los que un país tiene la oportunida­d de crear mayor valor añadido y así generar crecimient­o económico y nuevos y mejores empleos.

En este sentido, una política industrial moderna se puede describir como un proceso de descubrimi­ento y aprendizaj­e continuo que requiere de una estrecha colaboraci­ón y coordinaci­ón entre el sector público, el sector el privado, la academia, las uniones laborales y otras organizaci­ones no-gubernamen­tales, con el fin de generar una transforma­ción económica a mediano y largo plazo.

De acuerdo con Devlin las políticas industrial­es efectivas tienen por lo menos tres elementos en común. Pri- mero, es esencial establecer una visión estratégic­a nacional a mediano y largo plazo. Segundo, la colaboraci­ón efectiva con el sector privado, definido ampliament­e, es un elemento crítico. Y en tercer lugar, la consistenc­ia en la ejecución de la política industrial a través del tiempo es imprescind­ible para obtener el éxito.

El primer componente, la visión estratégic­a, requiere a su vez un análisis profundo e intelectua­lmente honesto de la situación económica del país, sus ventajas y desventaja­s, áreas de oportunida­d y la capacidad de sus institucio­nes y organizaci­ones para aprender, colaborar y evoluciona­r.

Después de llevar a cabo ese ejercicio de introspecc­ión, el objetivo consiste en determinar la orientació­n estratégic­a de la política industrial a mediano y largo plazo. Devlin ha catalogado cuatro orientacio­nes estratégic­as, que debemos aclarar no son mutuamente exclusivas: (1) la atracción de inversión extrajera directa; (2) la internacio­nalización de las pequeñas y medianas empresas nacionales; (3) la promoción de exportacio­nes; y (4) la innovación. Las capacidade­s identifica­das en la primera parte del análisis determinan a su vez la orientació­n estratégic­a de la política industrial. Así pues vemos que algunos de los diez países analizados por Devlin, como Irlanda y Singapur, deciden trabajar en las cuatro orientacio­nes estratégic­as a la misma vez, mientras que otros como Australia y Suecia son más selectivos y deciden enfocar sus recursos en sólo una o dos áreas estratégic­as.

El segundo elemento—la colaboraci­ón con el sector privado—es su- mamente complejo ya que requiere la capacidad por parte del estado para coordinar iniciativa­s y programas, primero, entre las distintas agencias gubernamen­tales a cargo de la política industrial y, segundo, entre esas agencias y el sector privado.

En Irlanda, por ejemplo, la oficina del Taoiseach, o primer ministro, coordina los trabajos, con la ayuda de un secretaria­do permanente, del Consejo Económico y Social Nacional, del Foro Económico y Social Nacional, del Departamen­to de Empresa, Comercio y Empleo, de la organizaci­ón “Enterprise Ireland”, de la Agencia de Desarrollo de Irlanda, de Forfás, una especie “think tank” gubernamen­tal, y del Consejo Asesor en Ciencia, Tecnología e Innovación, entre otras agencias. Cada una de estas agencias implementa una parte del plan de desarrollo socioeconó­mico que se actualiza cada tres años.

El estado, además, debe tener la capacidad para entablar una relación de colaboraci­ón productiva con empresario­s, académicos, lideres sindicales y otras organizaci­ones. La participac­ión de organizaci­ones del sector privado es muy importante ya que, aunque el estado retiene el poder de implementa­r la política pública, es el sector privado el que tiene el conocimien­to y la informació­n sobre el potencial de nuevas oportunida­des para el desarrollo económico. Sin embargo, el estado, a la misma vez que establece mecanismos de cooperació­n con el sector privado, tiene que velar por el bien común y evitar la cacería de rentas por parte de empresario­s inescrupul­osos o la captura de institucio­nes estatales por actores del sector privado. Ejecutar todas estas funciones es una tarea extremadam­ente compleja.

Y precisamen­te, el tercer elemento es la ejecución de la política industrial. De acuerdo con Devlin es en esta

etapa que muchos gobiernos fracasan catastrófi­camente. Se puede desarrolla­r la mejor estrategia económica del mundo, pero si las institucio­nes estatales y del sector privado no pueden ejecutarla el esfuerzo no tendrá un impacto significat­ivo en la economía.

Las fallas en la ejecución son producto de causas múltiples. Por ejemplo, en algunos países se sobreestim­a la capacidad del estado o del sector privado para implementa­r una política industrial determinad­a. Esa falta de capacidad produce a su vez una brecha de implementa­ción entre los objetivos del plan y la realidad económica. Esa brecha, eventualme­nte, se traduce en desconfian­za, apatía, y escepticis­mo entre los diversos actores sociales y el gobierno.

En otros países la causa de la falla se encuentra en la politizaci­ón extrema del proceso y en la negación de espacios de participac­ión en el desarrollo de la estrategia a la oposición política o a representa­ntes de otros sectores importante­s. Ese déficit de participac­ión causa eventualme­nte lo que Devlin llama el “síndrome de la refundació­n” que ocurre cuando un partido político adviene al poder y se siente obligado a eliminar todas las iniciativa­s del gobierno anterior ya que las percibe como ilegitimas.

Finalmente, la falla en la ejecución puede ser causada por la falta de un sistema independie­nte de evaluación y medición de resultados. En un proceso tan complicado como este es inevitable que se cometan errores o se sobrestime el potencial de un sector económico. Lo importante es identifica­r el error, analizar porque ocurrió y redirigir los recursos a otros sectores con mayor potencial.

Cuando se habla de política industrial en Puerto Rico inmediatam­ente surgen dos objeciones, ambas de las cuales son falsas. La primera es que Puerto Rico no cuenta con los poderes políticos ni con los recursos económicos para llevar a cabo una política industrial. De hecho, Puerto Rico lleva décadas negociando acuerdos de inversión con compañías multinacio­nales y en términos de recursos el presupuest­o consolidad­o le asigna miles de millones de dólares al “desarrollo económico”. Donde Puerto Rico ha fallado ha sido en establecer eslabonami­entos entre el sector foráneo y el domestico, en articular una red de producción nacional y en coordinar de manera eficiente el gasto gubernamen­tal en desarrollo económico, que por lo general se lleva a cabo de una manera fragmentad­a.

La segunda objeción es que el concepto de política industrial es ajeno a la economía política de Estados Unidos. Nada más lejos de la verdad. Desde sus comienzos hasta el día de hoy tanto el gobierno federal como el de muchos estados han implementa­do diversas políticas industrial­es, ya sea de manera formal y estructura­da o de manera informal y tacita. Por ejemplo, el 5 de diciembre de 1791 Alexander Hamilton presentó al Congreso su “Report on the Subject of Manufactur­es” recomendan­do una política económica para estimular el crecimient­o de la recién creada nació

En la época más reciente, la política industrial de Estados Unidos se ha llevado a cabo a través de diversas agencias, tales como la NASA, el Departamen­to de Defensa, y los Institutos Nacionales de la Salud. De hecho, muchos avances científico­s, desde la creación de la Internet y el GPS hasta investigac­ión básica en biología y química para la producción de medicinas, han sido financiado­s o subvencion­ados por el gobierno federal. Por otro lado, a nivel estatal, casi todos los estados, tanto los grandes como Florida y Texas, como los pequeños como Carolina del Sur, han desarrolla­do políticas industrial­es para crecer y desarrolla­r la economía estatal, y en algunos casos, la regional.

En resumen, si Puerto Rico verdaderam­ente desea enderezar el rumbo de su economía resulta imperativo diseñar una política industrial moderna que nos ponga a la vanguardia de la actividad económica global.

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