VE NEZUELA RUMBO A LA IMPLOSIÓN
Durante la década de los 90, en la telenovela más popular de Venezuela aparecían los políticos como grandes corruptos y al protagonista como un ser despreocupado cuyo lema era: “Como vaya viniendo, vamos viendo”. Ésa era Venezuela de acuerdo a los medios de comunicación y a los opinadores. Carlos Andrés Pérez había asumido el poder un par de años antes y había lanzado una serie de medidas antipopulares orientadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Su popularidad cayó de lo más alto a menos de 10 puntos de aprobación. La protesta que se produjo contra dichas medidas opacó el mandato presidencial, enardeció al pueblo y, unos pocos años después, provocó el golpe de estado de Hugo Chávez.
El resultado de esa mezcla de desprestigio institucional, violencia po- pular, insurrección militar y adecuado manejo de los medios de opinión catapultó a Chávez a la presidencia de Venezuela y a la creación de un post-peronismo continental financiado con petróleo. Era Chávez un campesino con poca cultura y mucha ambición, que le llegaba al pueblo como nadie le había llegado, que insultaba a la clase media y alta y generaba una oposición visceral en esos grupos. Nadie, en la oposición de entonces, presentaba planes de desarrollo o ideas para mejorar al país.
Pero Chávez murió inesperadamente, en el punto más alto de su gloria, dejando atrás una crisis económica brutal que colapsó la producción nacional y se agravó por el gasto en subsidios para la compra de votos, la consecución de un liderazgo mundial pagado por el petróleo y la corrupción como nunca antes se había visto en América Latina.
Con ese entorno, la sucesión de Chávez estaba condenada al fracaso, y con un sucesor sin el carisma de Chávez, a un fracaso rápido.
Hace unas semanas se reunieron en Caracas los jefes mayores de las bandas delictivas, los controladores de las cárceles y los colectivos pagados por el gobierno. Decidieron, en esa reunión, declararle la guerra a los policías y los guardias nacionales, que son los que pueden controlarlos. De esa fecha para acá, todos los días matan agentes y asaltan casillas policíacas. Si el hampa logra su cometido, no habrá fuerza que garantice el orden.
La escasez de productos llega a niveles nunca vistos en el país. Colas kilométricas para comprar aceite, arroz. El gas para cocinar ha desaparecido. Los tratamientos de quimioterapia para niños han cesado por falta de material. Por causa de la inflación los precios de los alimentos son tan altos que ni los profesionales los pueden pagar si los encuentran.
Se pudiera resolver esta crisis con un pacto de gobernabilidad entre la oposición y el gobierno, pero eso no se dará porque no hay puentes, para negociar y porque los sectores radicales del gobierno y la oposición lo impedirán. Parte de esos intentos fueron las entrevistas del segundo hombre del chavismo, y el más astuto, Diosdado Cabello, cuando sondeó con el asesor del Departamento de Estado estadounidense Thomas Shannon, con la presidenta de Brasil y con Raúl Castro, una salida posible.
La oposición está atareada con las nuevas elecciones que seguramente va a ganar. El gobierno tratará de sacar del juego a todo líder oposicionista con imagen, como ya lo ha estado haciendo, tratará de rechazar las elecciones o suspenderlas. Hará trampas. Pero si las celebra y las pierde, creará una supraestructura, como la de las comunas, que le quite toda importancia y poder de actuación a la Asamblea y a sus representantes.
Con esa presión interna, esa falta de diálogo y ese gobierno terco e incapaz, Venezuela va hacia una implosión de consecuencias muy graves
El autor es analista político y consultor electoral internacional.