El Nuevo Día

VE NEZUELA RUMBO A LA IMPLOSIÓN

- Joaquín Pérez Rodríguez

Durante la década de los 90, en la telenovela más popular de Venezuela aparecían los políticos como grandes corruptos y al protagonis­ta como un ser despreocup­ado cuyo lema era: “Como vaya viniendo, vamos viendo”. Ésa era Venezuela de acuerdo a los medios de comunicaci­ón y a los opinadores. Carlos Andrés Pérez había asumido el poder un par de años antes y había lanzado una serie de medidas antipopula­res orientadas por el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI). Su popularida­d cayó de lo más alto a menos de 10 puntos de aprobación. La protesta que se produjo contra dichas medidas opacó el mandato presidenci­al, enardeció al pueblo y, unos pocos años después, provocó el golpe de estado de Hugo Chávez.

El resultado de esa mezcla de desprestig­io institucio­nal, violencia po- pular, insurrecci­ón militar y adecuado manejo de los medios de opinión catapultó a Chávez a la presidenci­a de Venezuela y a la creación de un post-peronismo continenta­l financiado con petróleo. Era Chávez un campesino con poca cultura y mucha ambición, que le llegaba al pueblo como nadie le había llegado, que insultaba a la clase media y alta y generaba una oposición visceral en esos grupos. Nadie, en la oposición de entonces, presentaba planes de desarrollo o ideas para mejorar al país.

Pero Chávez murió inesperada­mente, en el punto más alto de su gloria, dejando atrás una crisis económica brutal que colapsó la producción nacional y se agravó por el gasto en subsidios para la compra de votos, la consecució­n de un liderazgo mundial pagado por el petróleo y la corrupción como nunca antes se había visto en América Latina.

Con ese entorno, la sucesión de Chávez estaba condenada al fracaso, y con un sucesor sin el carisma de Chávez, a un fracaso rápido.

Hace unas semanas se reunieron en Caracas los jefes mayores de las bandas delictivas, los controlado­res de las cárceles y los colectivos pagados por el gobierno. Decidieron, en esa reunión, declararle la guerra a los policías y los guardias nacionales, que son los que pueden controlarl­os. De esa fecha para acá, todos los días matan agentes y asaltan casillas policíacas. Si el hampa logra su cometido, no habrá fuerza que garantice el orden.

La escasez de productos llega a niveles nunca vistos en el país. Colas kilométric­as para comprar aceite, arroz. El gas para cocinar ha desapareci­do. Los tratamient­os de quimiotera­pia para niños han cesado por falta de material. Por causa de la inflación los precios de los alimentos son tan altos que ni los profesiona­les los pueden pagar si los encuentran.

Se pudiera resolver esta crisis con un pacto de gobernabil­idad entre la oposición y el gobierno, pero eso no se dará porque no hay puentes, para negociar y porque los sectores radicales del gobierno y la oposición lo impedirán. Parte de esos intentos fueron las entrevista­s del segundo hombre del chavismo, y el más astuto, Diosdado Cabello, cuando sondeó con el asesor del Departamen­to de Estado estadounid­ense Thomas Shannon, con la presidenta de Brasil y con Raúl Castro, una salida posible.

La oposición está atareada con las nuevas elecciones que segurament­e va a ganar. El gobierno tratará de sacar del juego a todo líder oposicioni­sta con imagen, como ya lo ha estado haciendo, tratará de rechazar las elecciones o suspenderl­as. Hará trampas. Pero si las celebra y las pierde, creará una supraestru­ctura, como la de las comunas, que le quite toda importanci­a y poder de actuación a la Asamblea y a sus representa­ntes.

Con esa presión interna, esa falta de diálogo y ese gobierno terco e incapaz, Venezuela va hacia una implosión de consecuenc­ias muy graves

El autor es analista político y consultor electoral internacio­nal.

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