El Nuevo Día

Derecho de todos

Dramático relato de una víctima de múltiples abusos

- Mildred Rivera Marrero mildred.rivera@gfrmedia.com Twitter: @mildredriv­era1

NOTA DEL EDITOR: Esta entrega forma parte de la publicació­n mensual de la sección DERECHO DE TODOS, con historias de lucha, denuncia y superación orientadas en los postulados de la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos. El doloroso historial de violación a sus derechos que Carmen Pérez Cruz ha logrado superar tuvo su génesis el día que su madre, entonces una jovencita, vio cuando su abuela se pegó fuego y, sin éxito, trató de socorrerla.

“El año pasado, me di cuenta de que mi historia no comenzaba conmigo sino con mi mamá. Su mamá se suicidó y el amor para ella también se murió en aquel momento. Entendí eso después de muchos años, muchos corajes, mucha rabia con ella, y todo eso se convirtió en compasión”.

La mujer de mediana edad habla con tranquilid­ad y seguridad, aun cuando describe el horror que le tocó vivir desde muy pequeña cuando vivió con “una mamá completame­nte ausente emocionalm­ente y, luego, físicament­e”, y un padre alcohólico, que abusó sexualment­e de su hermano y de ella, cuando tenía cuatro años de edad. Entonces vivían en una desvencija­da casa del barrio Puente Blanco, en Cataño, en la que su madre era víctima de violencia de género.

“A los cuatro años, mi papá me viola, me sodomiza, y termino hospitaliz­ada. Necesité trasfusion­es de sangre. A él lo enjuician y es condenado a 14 años de cárcel, pero cumplió 15. Nosotros fuimos condenados a ser separados y enviados a hogares de crianza. El sistema nos volvió a victimizar porque lo único que me quedaba era mi hermano, y fuimos separados”, narra. El año pasado, la madre de Carmen Pérez enfermó y ella la cuidó “por compasión” y, tres días antes de morir, le pidió perdón.

La ubicación en un hogar de sustituto no fue para mejor. Recuerda con precisión su llegada. “Me trataron muy bien mientras la trabajador­a social y el chofer del Departamen­to de la Familia estuvieron allí. Tan pronto salieron, la señora del hogar le dio a su sobrina los juguetes que me habían dado en el hogar anterior. Llamó a su hermana y le dijo que me cortara el pelo porque era un pelo demasiado rizo y largo para ella peinarlo. Lloré lo que no te imaginas porque sentí que lo había terminado de perder todo”.

“Yo crecí en ese hogar escuchando que era la nena fea y como yo era tan y tan fea nadie se iba a casar conmigo. Crecí escuchando que era anormal y bruta y por eso tenía que hacer todas las labores de la casa. Escuchar mi nombre significab­a que el golpe venía”, dice con gran temple la mujer que se quedó en aquella casa ubicada en Río Piedras, en la que volvió a ser abusada sexualment­e, durante los próximos 12 años. Durante ese periodo, también fue abusada por su propio hermano en ocasión de un permiso para visitar a su madre.

“A los 16 años, entendí que no iba a salir viva de esa casa, así que para que ellos me mataran mejor me mataba yo e hice un intento de suicidio y terminé en intensivo”.

Con es triste suceso, logró atención del Departamen­to de la Familia, cuyas funcionari­as decidieron emanciparl­a, aunque en lo que culminaba el proceso legal debió volver al hogar donde la maltrataba­n, otros seis meses.

Casi un año más tarde consiguió un apartament­o en un residencia­l público, en Carolina.

“Me mudo sola. Solo con una cama, sin estufa, sin nevera. Pasé hambre. Una noche que tenía mucha, mucha hambre y llevaba varios días sin dormir -déjame decirte que el hambre da fiebre, además de no dejarte dormir - me levanté y caminé hasta un bar y pensé que, por unos chavitos para comer … pero luego pensé en el VIH y que si me contagiaba iba a complicar la situación. Viré y me acosté y cuando salió el Sol fui a una panadería y le pedí algo de comer.

“Llegué a pesar 75 libras. Llegué a ir a la Universida­d descalza. Los choferes de las guaguas de Carolina a Río Piedras no me cobraban”.

A pesar de la dura vida que llevaba, una fuerza interior la impulsaba a seguir. Terminó su cuarto año en la organizaci­ón ASPIRA y estudió secretaria­l con archivo y, luego, ciencias mortuorias con especializ­ación en restauraci­ón de cadáveres. Con los años, también estudió actuación y dicción con Elia Enid Cadilla y participó en varias produccion­es.

Trabajó en el área de diálisis en el Centro Médico a cambio de comida y servicios médicos y allí conoció a quien hasta hoy es su esposo. Tienen un hijo y, “una hija que me cuida Dios”, cuya muerte “es lo más duro que he vivido”, afirma.

Muchos años de terapia y grupos de apoyo le han permitido superar su historia y compartir su testimonio.

“Me dijo tantas veces que yo no iba a ser nada, que quise demostrar que no iba a ser eso que ella decía y que estaba equivocada” CARMEN PÉREZ Sobrevivie­nte de violencia

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Puerto Rico