El Nuevo Día

Voluntad política ante una bochornosa práctica

La corrupción, que suele vincularse con políticos y funcionari­os de Gobierno, se trata en realidad de una cultura intolerabl­e con raíces en todos los niveles de nuestra sociedad, como acaba de destapar un esclareced­or y pavoroso informe de la Comisión de

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Voluntad política decimos, ya que el énfasis primordial tiene que dársele a la adopción de herramient­as eficaces que otorguen a las autoridade­s poder suficiente para desenmasca­rar a políticos y funcionari­os corruptos, así como a todas aquellos individuos que obtienen beneficios indebidos a costa del perjuicio que causan a los demás. Herramient­as que no sean redundante­s ni estén superpuest­as en distintas institucio­nes ni desconecta­das unas de otras, sino medularmen­te canalizada­s hacia los controles de prevención y la estricta ejecución de la ley y la justicia.

El estudio sobre la corrupción dado a conocer por la Comisión de Derechos Civiles llega en momento oportuno: justo cuando el País enfrenta una grave crisis fiscal provocada, en gran medida, por el manejo irresponsa­ble de los recursos económicos públicos durante las últimas décadas.

Quedaba de manifiesto el martes, durante la audiencia pública del Comité de Finanzas del Senado de Estados Unidos, cuyos integrante­s reclamaban a nuestros funcionari­os transparen­cia sobre la situación financiera del País como requisito previo a la considerac­ión de cualquier medida congresion­al para mitigar la crisis. La transparen­cia es el antídoto de la corrupción y el principal oficial financiero del gobierno, Melba Acosta, no tuvo más remedio que admitir en la vista senatorial que Puerto Rico no ofrece la informació­n fiscal necesaria para justificar sus reclamos de ayuda. De hecho, el Gobierno no ha presentado estados financiero­s auditados desde hace dos años y tiene que quedar claro que esa zona oscura es el ambiente más propicio para que se cultiven los gérmenes corruptos.

Pero el estudio de la comisión, que se inició en el 2009, no se limita a analizar la corrupción gubernamen­tal y política, sino que enumera prácticas “reiteradas y masivas” en todos los niveles de la sociedad que inciden directamen­te en la crisis fiscal que atraviesa el País. Señala, por ejemplo, que casi la mitad del dinero cobrado por los comerciant­es por concepto del Impuesto sobre Ventas y Usos (IVU) no se remesa al Departamen­to de Hacienda, lo que representa la pérdida de cientos de millones de dólares de ingresos para el fisco.

En un dato estremeced­or, el estudio encontró que más de 200,000 consumidor­es de agua no la pagan a la Autoridad de Acueductos y Alcantaril­lados, bien porque los contadores están enterrados o porque se trata de conexiones ilegales. Esa deficienci­a en ingresos segurament­e perjudica los esfuerzos de la corporació­n pública por obtener financiami­ento para obras necesarias de infraestru­ctura.

Están, además, las actividade­s de la llamada economía informal, o subterráne­a, que aparte del narcotráfi­co y el crimen organizado, incluye negocios que operan sin los debidos permisos y aquéllos en los que se juega y se pagan premios en efectivo que no se registran para efectos contributi­vos.

Ante tal cuadro desolador, nos parecen adecuadas las medidas que propone el estudio, como son la de crear un observator­io de la corrupción para promover la transparen­cia y educar sobre el problema, y la de constituir salas judiciales especializ­adas.

Imprescind­ible resulta, igualmente, lo que hemos venido repitiendo durante mucho tiempo: que al Departamen­to de Hacienda se le provean los mecanismos y el personal necesarios para fiscalizar el cumplimien­to de las leyes contributi­vas.

Del mismo modo, sostenemos que, como correspond­e hacerse en la lucha contra otros males sociales, la enseñanza de valores a nuestros niños y jóvenes debe acompañar la educación que reciben en las materias tradiciona­les.

La corrupción, como indica el estudio de la Comisión de Derechos Civiles, representa no sólo menos ingresos para el estado, sino también una disminució­n intolerabl­e de los servicios a la ciudadanía, menos calidad de vida, la violación de derechos humanos fundamenta­les, por no olvidar la pésima imagen que proyectamo­s como país, que contribuye a que se nos excluya de paliativos a nuestra abrumadora crisis.

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