ALTOPARLANTES
La historia la cuenta un periodista colombiano que odia los reportajes de niños desnutridos y con moscas en los ojos. El periodista se llama Julián Linares y lleva la mitad de su carrera cubriendo los conflictos armados del grupo guerrillero las FARC, tal vez porque la guerra es la mejor forma de pagar la renta sin reírse de uno mismo.
En cierta ocasión -cuenta Linares- en un pueblo llamado Piñuña Negra, de la región de Putumayo, llegaron soldados de las fuerzas militares de Colombia dispuestos a eliminar a los insurgentes de las FARC. Los soldados se apostaron en lugares estratégicos para protegerse del fuego enemigo y, a cada tanto, respondían con artillería pesada. Durante dos horas, los soldados de las fuerzas militares de Colombia no hicieron otra cosa que disparar todo lo que tenían, hasta que el fuego de los guerrilleros cesó. “O los matamos o los hicimos huir”, dijo el comandante.
Con las armas todavía humeantes, los soldados salieron de sus barricadas tal vez para contar los muertos enemigos tras la victoria. Pero mientras caminaban por el pueblo se percataron de una comedia atroz: los guerrilleros no habían disparado ni una bala. “¿Y quién nos estuvo disparando?”, le preguntó el comandante a un soldado. “Los altoparlantes”, dijo. Los guerrilleros habían grabado sonidos de AK-47 y de otras armas de alto calibre en discos compactos y, cuando sintieron a los soldados llegar, conectaron los reproductores a bocinas y altoparlantes.
Algo parecido pasa en este país que se muere de nada. Le disparamos a altoparlantes, a ficciones pregrabadas que siempre han tenido la culpa de todos nuestros males: el gobernador de turno, los senadores, el bipartidismo, la democracia, los criminales, la droga, la educación, la salud mental, Dios o el diablo, la Iglesia, el capitalismo neoliberal, el periodismo amarillista, la colonia, los fondos federales, el “mantengo”, las leyes de cabotaje, el status. Pero nadie en realidad es culpable de nada.