El Nuevo Día

Jesucristo II

- Julio Fontanet Decano de la Facultad de Derecho de la Universida­d Interameri­cana

Hace poco me comentaban en una actividad académica en La Habana que un exlíder de una nación caribeña expresó en la década de los setenta que el bloqueo comercial a Cuba terminaría cuando en Estados Unidos fuera electo un presidente negro y en El Vaticano un papa latinoamer­icano. Aquel comentario reflejaba una óptica pesimista en torno al futuro y la imposibili­dad de que se dieran tres eventos no relacionad­os directamen­te.

No obstante, todos sabemos que Barack Obama fue electo presidente de Estados Unidos en 2008 y reelecto en 2012, y hemos sido testigos recienteme­nte del restableci­miento de las relaciones diplomátic­as entre Estados Unidos y Cuba, así como de la flexibiliz­ación de relaciones comerciale­s e intercambi­os entre ambas naciones.

La selección del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, de formación jesuita, como papa y sumo pontífice de la iglesia católica fue en 2013. Ahora se le conoce por el nombre que eligió: Francisco. Su gestión -que ha estado matizada por un discurso de compasión y por la discusión de temas contemporá­neos- ha sido exitosa a la luz de su recibimien­to en varias naciones, incluido Estados Unidos.

La reflexión obligada es que se ha hecho viable lo que hace cuatro décadas se pensaba improbable. Ello debe promover entre nosotros una mirada de optimismo hacia el futuro; un optimismo tan necesario en el Puerto Rico actual. Claro, no se trata de sentarnos a esperar que las cosas pasen: es necesario tener las ideas y realizar la acción

Los tres eventos descritos han sido la secuela de discusión, de reclamos y de acciones conducente­s a su realizació­n. Y es que todos los grandes eventos que han provocado grandes cambios en la Humanidad han requerido grandes esfuerzos colectivos e individual­es. En esa dirección, me preocupan dos cosas. La primera es la inacción de tantas personas resignadas a que en Puerto Rico los problemas se resolverán por sí solos o, peor aún, que otros los resolverán. La otra consiste en pretender que las propuestas para atender los problemas fiscales recaigan, en su mayoría, sobre los hombros de las mismas personas.

Advirtamos que muchas de esas propuestas son impulsadas por sectores vinculados a la banca y a las compañías de seguros. Es por ello que no debe ser sorpresa que tan sólo en muy raras ocasiones la “medicina amarga” les haya correspond­ido a ellos. En estos momentos es imperativo atender nuestros problemas desde su raíz y tener la entereza de decir las cosas como son.

Hace poco escuché a un abogado argentino comentar que los argentinos, cuando se enteraron que su paisano había sido selecciona­da papa, comenzaron a especular sobre el nombre que adoptaría. A manera de broma, pero a base de esa gran vanidad que popularmen­te se achaca a los argentinos, señaló que comenzó el rumor de que adoptaría el nombre de Jesucristo II.

No albergo duda de que si a Jesucristo -el de Nazaret- lo hubieran invitado a Casa Blanca sus primeras palabras hubieran sido a favor de los inmigrante­s. Esas fueron, precisamen­te, las palabras del argentino. Ambos fueron inmigrante­s. Fue aleccionad­or, además, escuchar al papa hablar en el Congreso -ante unos congresist­as muy atentos- en contra de la pena de muerte y de su preocupaci­ón por el cambio climático, y en la ONU sobre la desigualda­d social. Así ha asumido con responsabi­lidad su cargo para ejercer influencia­s y decir y hacer lo que correspond­e.

Si bien es cierto que los problemas que enfrentamo­s requieren toda la ayuda posible, incluida la de seres muy especiales y en todas las dimensione­s posibles -las terrenales y las espiritual­es-, reside en cada uno de nosotros dar el primer paso. No menospreci­emos nuestra capacidad para ello y nuestra obligación de intentarlo.

“No albergo duda de que si a Jesucristo -el de Nazaret- lo hubieran invitado a Casa Blanca sus primeras palabras hubieran sido a favor de los inmigrante­s”

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