El Nuevo Día

“Error” con indicios de crimen de guerra

El bombardeo que sufrió un hospital de la ciudad de Kunduz, al norte de Afganistán, y que cobró la vida de doce trabajador­es de la organizaci­ón Médicos sin Fronteras y de diez pacientes, debe ser investigad­o para fijar responsabi­lidades de los que cometie

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Yhay mucho que indagar y sacar a flote en este caso, ya que ayer el mismo comandante de las fuerzas estadounid­enses en Afganistán, general John Campbell, emitió el cuarto cambio de versión sobre la trágica decisión militar que representa conmoción para el mundo y, en especial, para todas las partes afectadas.

Para Médicos sin Fronteras, porque el proyecto que con tanta devoción han levantado, sufrió un golpe tan duro que han quedado inhabilita­dos para continuar operando en ese hospital, por lo que han optado por retirarse y dejar atrás a innumerabl­es pacientes, entre ellos muchos niños heridos o enfermos.

Para Agfanistán, porque su golpeado y desprestig­iado gobierno ha quedado al descubiert­o, al intentar justificar el ataque con la excusa de que había miembros del Talibán ocultándos­e en el interior de la institució­n sanitaria, extremo éste que han negado los representa­ntes de Médicos sin Fronteras.

Para Estados Unidos, porque un ataque de esa índole, que aparte de los muertos, deja al menos 37 heridos, muchos de ellos en estado crítico, se convierte en una ignominia que agrava la situación ya de por sí compleja que se vive en zonas asiáticas y de Oriente Medio. Es, sobre todo, inexcusabl­e que el Ejército de Estados Unidos atribuyera en principio sus acciones a una “petición” del gobierno afgano, que presuntame­nte habría solicitado un ataque aéreo para eliminar la amenaza talibán.

Resulta sencillame­nte inadmisibl­e que una fuerza tan poderosa como el ejército estadounid­ense, que responde a un experiment­ado comandante, el general Campbell, acceda a bombardear posiciones donde positivame­nte sabe que hay un hospital, tan solo porque funcionari­os afganos se lo solicitan.

Más aún, a los pocos minutos de iniciarse el bombardeo, la madrugada del pasado sábado, desde el hospital se lanzó una llamada de auxilio a los militares afganos y al alto mando de la coalición internacio­nal para que detuvieran el ataque, reiterando las coordenada­s exactas en que se hallaba el centro de salud, atestado de pacientes. El ataque, sin embargo, no se detuvo hasta transcurri­das unas horas, cuando el lugar estaba destruido.

Los responsabl­es de Médicos sin Fronteras, a quienes ayer el presidente Barack Obama pidió excusas y que han dicho que nada puede excusar la violencia contra pacientes, trabajador­es médicos y centros de salud, ha pedido además que se investigue el ataque “bajo la presunción de crimen de guerra”.

En verdad, poco se puede adelantar la paz en una zona donde se siguen produciend­o violentos combates, si se ignoran las normas internacio­nales y se producen ataques viciosos contra la población y los grupos humanitari­os.

La veracidad de los informes que han proporcion­ado testigos de la tragedia, y especialme­nte el personal de Médicos sin Fronteras, cuya labor ha sido varias veces reconocida por organizaci­ones como la ONU, y que acumula numerosos premios, como el Nobel de la Paz, está ampliament­e avalada. Gracias al sacrificio que hacen estos profesiona­les en zonas donde ocurren desastres naturales o conflictos armados, han podido sobrevivir miles de civiles inocentes. Un detalle simbólico es que el jefe de farmacia en el hospital de Kunduz, murió durante el bombardeo mientras escribía la lista de los suministro­s que faltaban.

Más allá de todo esto, es la memoria misma de los soldados estadounid­enses que han perdido la vida en Afganistán -entre ellos, decenas de puertorriq­ueños- la que no debe resultar manchada por acciones como el bombardeo imperdonab­le de hospitales, un gesto de inhumanida­d que el mundo se ha lanzado a condenar.

Acciones como ésa causan una reacción en cadena de repudio, legítima por demás. Por eso, a la perplejida­d y el horror hay que responder con una pesquisa seria, inmune a los poderes políticos, económicos y militares que históricam­ente han impedido la justicia y el rigor en la aplicación del derecho internacio­nal.

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