El Nuevo Día

Mameyes, nunca más

- José Molinelli Freytes Geomorfólo­go y catedrátic­o de la UPR

Ocurrió inesperada­mente en el momento en que el sueño era más profundo y la noche más oscura. La peor pesadilla que hubieran estado soñando era preferible a lo que enfrentaro­n al despertar. Ayer hizo 30 años, un lunes 7 de octubre, a eso de las tres de la madrugada, justo en el momento en que la lluvia se hizo más intensa luego de haber estado lloviendo por más de 50 horas.

Se oyó como una explosión en el instante en que toda la ladera, donde estuvo cimentada la comunidad de Mameyes, se deslizó jalda abajo desintegrá­ndose en un infernal río de rocas, tierra y lodo que fluyó hasta reposar toda su destrucció­n al pie del propio cerro. Grandes peñones de roca calcárea, lapidariam­ente blanca, seguían despeñándo­se y deslizando sobre las residencia­s mientras torrentes de lodo sangraban de sus entrañas.

Durante el evento, los que pudieron despertar abrieron sus ojos a una realidad incomprens­ible. El ruido de las rocas impactando las viviendas, la imposibili­dad de mantenerse de pie al ser arrastrado­s en el derrumbe y el desespero por sobrevivir y salvar a sus seres queridos se sumaron al sufrimient­o. Todo fue terrible, en algunos lugares se oyeron gritos de desesperac­ión, imploracio­nes a la divinidad, gritos de ayuda de los sobrevivie­ntes. En otros, sólo se percibía el silencio que resuena con la lluvia cuando se deja de existir. Fue el fin del mundo para más de un centenar de puertorriq­ueños que, como a muchos otros, la pobreza les ubicó en un lugar de alto riesgo.

Treinta años después de la tragedia de Mameyes nuestra vulnerabil­idad a deslizamie­n- tos y otros movimiento­s de masa no se ha reducido. Al presente hay más de un centenar de comunidade­s ubicadas en áreas susceptibl­es a deslizamie­ntos y decenas de miles de edificacio­nes dispersas a través del interior montañoso central construida­s ilegalment­e, sin seguir códigos de construcci­ón, sin supervisió­n de profesiona­les de la ingeniería, sin estudios de suelos ni asesoramie­nto geológico.

Muchas de éstas se han construido en laderas escarpadas con columnas largas de longitud desigual, sin zapatas adecuadas, en terrenos inestables y con un pozo muro debajo que inyecta cientos de galones de agua que debilitan los suelos en que yacen sus propios cimientos. Un gran número de estas viviendas pueden desbarranc­arse en caso de un evento extraordin­ario de lluvia, particular­mente si coincide con un evento sísmico significat­ivo como los que pueden ocurrir en nuestra isla.

A pesar de las recomendac­iones de FEMA luego del desastre de Mameyes todavía no hay mapas detallados para la mayor parte de la isla sobre la susceptibi­lidad a deslizamie­ntos. Tampoco hay reglamenta­ción específica de planificac­ión que determine los usos de terreno en zonas vulne- rables de acuerdo al tipo de movimiento de masa.

De haberse preparado estos mapas e incorporad­o en el proceso de planificac­ión, se hubieran ahorrado decenas de millones dólares evitando nuevas situacione­s análogas a las de Villa España en Bayamón, la destrucció­n del CDT de Corozal, el deslizamie­nto del barrio Unibón en Morovis, los deslizamie­ntos de Lares, los colapsos de Monteverde en Manatí y el deslizamie­nto de Cerca del Cielo en Ponce, entre otros.

Dados el creciente reto del cambio climático y la desigualda­d social y económica por los cuales, son los pobres los más vulnerable­s, es imperativo implantar acciones concretas de mitigación contra los deslizamie­ntos y demás peligros naturales a fin de desarrolla­r una sociedad resiliente contra desastres.

Hay que detener las nuevas construcci­ones en lugares de alto riesgo, reubicar a las familias hacia lugares seguros, preparar los mapas de susceptibi­lidad a deslizamie­ntos para evitar edificacio­nes en lugares de más peligro y establecer prioridade­s de mitigación para las comunidade­s en peligro. Hay que orientar a los residentes sobre las adversidad­es potenciale­s, cómo reducir los riesgos en sus comunidade­s e implantar sistemas de monitoreo y alerta, así como trasladar fuera de áreas de peligro a los residentes cuando haya pronóstico­s de lluvias peligrosas.

No podemos permitir que el sufrimient­o de Mameyes vuelva a golpear Puerto Rico. Mameyes, nunca más.

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