El reto humanista
En tiempos de crisis, es común encontrar quienes entienden que, como país, podemos avanzar hacia la “salvación” si apostamos al desarrollo de un nuevo modelo económico que centre atención en fomentar la innovación y la investigación científica.
Desde ese imperativo, nos hablan de las ventajas que podemos tomar de la economía del conocimiento, en restricta referencia a la biociencia, la nanotecnología, la industria aeroespacial, la tecnología, la informática y la robótica, entre otros saberes a los cuales se les adscribe valor por considerarse atractivos para el mercado.
Se dice, además, que esa economía del conocimiento es competitiva y dinámica, amén que puede crear sostenibilidad, producir empleos, patentar sus invenciones para generar riquezas y aportar a que nuestras sociedades forjen una mayor cohesión social.
Al margen de esa ecuación quedan las humanidades y las ciencias sociales, cuya valoración suele minimizarse porque, se alude, no realizan un aporte rentable desde la lógica mercantil por tratarse de saberes difíciles de cuantificar.
De esa manera, disciplinas como filosofía, historia, literatura, arte, música, teatro, sociología y antropología, entre otras, van quedándose al margen de las consideraciones que asumen algunos de los poderes institucionales los cuales, al pasar por alto su valor, reducen su insustituible importancia social y desincentivan la asignaciones de recursos económicos tan necesarias para fortalecerlas.
No escatimamos las distinciones que se le otorgan a la denominada economía del conocimiento. Reconocemos, por el contrario, su significación en una sociedad que requiere, cada vez más, de procesos de innovación tecnológica y científica para el desarrollo de nuevos eslabones productivos. Ese reto es parte de nuestro quehacer de futuro.
Sin embargo, en medio de la vorágine social que nos abraza también es imperativo puntualizar en la rentabilidad de invertir en la construcción de un proyecto humanístico porque, precisamente, son los saberes derivados del estudio de las humanidades y de las ciencias sociales los que transforman y modernizan los conocimientos que luego se transfieren en grandes proyectos, como ocurre con las iniciativas para la preservación del patrimonio histórico, artístico y turístico de un país.
El proyecto humanístico, además, aporta al enriquecimiento de esfuerzos educativos, cinematográficos, editoriales, comunicacionales, musicales, publicitarios y museológicos que tanto valor social y económico representan en nuestras sociedades contemporáneas.
Aunque muchas veces se encubra, las humanidades y las ciencias sociales fomentan la innovación y contribuyen a elevar nuestro índice de competitividad económica y social. Pensemos, por ejemplo, en las posibilidades profesionales que se disponen para una mujer o un hombre que haya adquirido una formación humanística, valiéndose de mayores competencias en destrezas de comunicación, razonamiento, lógica, pensamiento crítico, creatividad y autoaprendizaje.
Según ha explicado el Centro de Humanidades de la Universidad de Stanford, los egresados universitarios con formación humanística han aumentado sus niveles de inserción en el mercado laboral, justamente porque su formación holística les provee herramientas para la creación y la innovación, haciendo de éstos buenos ejecutivos, empresarios, maestros, periodistas, juristas y artistas.
Mas ante todo, las humanidades y las ciencias sociales combaten el olvido, al tiempo que sirven de punto de encuentro para el diálogo interdisciplinario y cultural desde perspectivas críticas, afrontando con fortaleza las dificultades que irrumpen en la existencia de toda sociedad y aprovechándose de las oportunidades que se ofrecen.
Celebremos este Mes de las Humanidades pensando que nuestro país se ha distinguido por su gran aportación en estas ramas de la estética, el conocimiento y los saberes, cuyo futuro, en gran medida, dependerá en proporción a la inversión que hagamos en estas disciplinas.