El Nuevo Día

La dictadura púrpura

- Benjamín Torres Gotay Las cosas por su nombre Periodista benjamin.torres@gfrmedia.com Twitter.com/TorresGota­y

Los puertorriq­ueños nos desternill­amos de la risa cuando oímos a los cubanos decir que ellos tienen la democracia más perfecta del mundo. Dicen así los cubanos porque ellos tienen comicios cada cinco años en los que eligen a los miembros de su legislatur­a, llamada Asamblea Nacional del Poder Popular, la cual, a su vez, decide, junto al Consejo de Estado, quién el presidente de la nación.

Los candidatos a la Asamblea Nacional del Poder Popular son ciudadanos comunes y corrientes postulados por las organizaci­ones de base como las federacion­es de estudiante­s, mujeres, jóvenes, trabajador­es y hasta periodista­s. Se presentan en una papeleta sin distinción de partido y los que más votos saquen son electos.

En teoría, muy bonito. En la realidad, no tanto, pues los candidatos tienen que pasar el crisol de las organizaci­ones de base, que son, a su vez, organismos del Partido Comunista, la única colectivid­ad autorizada a existir en Cuba. De esta manera, el Partido Comunista se asegura de que solo sus propios militantes puedan presentars­e a las elecciones. En teoría, cualquiera puede ser candidato. En la práctica, solo son postulados los que respondan al Partido Comunista.

Este sistema, que como ven está genialment­e diseñado para asegurar la superviven­cia del sistema comunista, es el que produce a muchos en Puerto Rico asombro y risa cuando se le llama democracia. Pero si miramos bien nuestra propia democracia nos daríamos cuenta de que no es muy diferente a la cubana, pues aunque en teoría tenemos partidos de todas las formas y colores para escoger, el sistema está diseñado de tal manera que solo tengan opción de ser electos los miembros de dos partidos que, como veremos, son en esencia lo mismo.

Dentro de tres años, hará medio siglo que aquí el poder se lo alternan los partidos Popular Democrátic­o (PPD) y Nuevo Progresist­a (PNP). Saque el status del medio, trate de encontrar alguna otra diferencia fundamenta­l entre esos dos y verá, quizás con sorpresa, quizás con horror, que no la hay. Ambos proponen la unión permanente a Estados Unidos, son adictos a Wall Street, creen en la privatizac­ión, practican el clientelis­mo y la dependenci­a, los dos nos endeudaron hasta el tuétano y hacen campaña en un lenguaje y gobiernan en otro, entre muchas otras caracterís­ticas que los hacen idénticos.

Los dos se alimentan del Estado para sobrevivir, sea mediante el reclutamie­nto de sus militantes para todos los puestos directivos de las agencias públicas o saqueando a los contratist­as de Gobierno. Aunque en los dos hay gente decente y bien intenciona­da, la manera que se diseñó la práctica política aquí es esencialme­nte corrupta, pues hace falta tanto y tanto dinero para hacer campaña que quien no haga trampa y meta la mano donde no debe tiene muy pocas posibilida­des de ganar elecciones.

Por eso, los dos tienen su ejército de personeros y traficante­s de influencia­s que saquean las arcas del estado para beneficio del partido y no pocas veces del propio, como hemos visto tantas veces.

En las últimas dos semanas tuvimos otra muestra más de lo idénticas que son estas criaturas. Altos funcionari­os de los dos partidos están bajo investigac­ión de las autoridade­s federales por usar sus influencia­s y sus contactos para repartirle contratos con fondos públicos a sus amigos. En el caso del PPD, la fiscalía federal aquí tiene bajo la lupa al recaudador Anaudi Hernández y a Eder Ortiz, excomision­ado electoral de la colectivid­ad, por usar sus influencia­s para colocar a personas de su confianza en la Autoridad de Acueductos y Alcantaril­lados (AAA) y quién sabe dónde más.

En el caso del PNP, fue acusada una exdirectiv­a de la Administra­ción de Desarrollo Socioeconó­mico de la Familia (Adsef) y fuentes con conocimien­to de la pesquisa dicen que los fiscales de Washington a cargo de la investigac­ión han estado preguntand­o insistente­mente por un alto funcionari­o de la Fortaleza de Luis Fortuño y por dos empresario­s vinculados desde siempre al PNP que obtuvieron de manera turbia un jugoso contrato de Adsef.

Como pueden ver, esquemas corruptos idénticos. Tan extendida está la fiebre de la corrupción en esos dos partidos, que el secretario del Trabajo, Vance Thomas, que mientras militaba en el Partido Independen­tista Puertorriq­ueño (PIP) no había tenido que ir nunca ni a un cuartel de la Policía, tuvo que acudir también a rendir cuentas al gran jurado.

En teoría, todo ciudadano puede afiliarse y ser candidato de esos dos partidos. En la práctica, tiene que pasar por el crisol de los comités locales, como los cubanos los organismos afiliados al Partido Comunista, y recibir el aval de los comisarios para poder acceder a las estructura­s electorale­s que les permitirán correr con éxito, tener quién le recoja dinero o quién les cuente votos.

En teoría, cualquiera puede fundar un partido y competir. Pero las reglas de inscripció­n, de superviven­cia y de hacer campaña que impusieron el rojo y el azul son tan complicada­s que muy pocos lo logran, amén de que los dos, por razón de que son los que siempre han gobernado, tienen acceso exclusivo al poder económico que da el dinero indispensa­ble aquí para ganar elecciones.

Los distinguen matices, por supuesto, pero de la misma manera en que a veces se diferencia­n dos o más facciones de un mismo partido. En todo lo esencial, en el corazón que les palpita, en la sangre que corre por sus venas, en el aire enrarecido que respiran, los dos, PNP y PPD, son de un buitre las dos alas, para usar una imagen familiar para los que gustan de comparar a Cuba con Puerto Rico.

Nos llenamos la boca aquí hablando del comunismo cubano, sin haber querido ver que nosotros también somos víctimas de una dictadura, en nuestro caso una dictadura púrpura, que es el color que surge de la mezcla del rojo y el azul de los dos partidos que por décadas han tenido de rehén las aspiracion­es del pueblo puertorriq­ueño y tiraron al país por el barranco de insolvenci­a, corrupción e incompeten­cia del que ahora lucha afanosamen­te por salir.

“Saque el status del medio, trate de encontrar alguna otra diferencia fundamenta­l entre el PPD y el PNP y verá que no la hay”

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