El Nuevo Día

Maquinitas

Mayra Montero Antes que llegue el lunes

- Escritora

“El enredo de un comisionad­o electoral llamando al jefe de Acueductos para que le coloquen a una favorecida, va directo a la médula de la politiquer­ía de orilla”

No voy a hablar de la polémica con los uniformes escolares. No viene al caso nada de eso cuando el País debería estar inmerso en otro tipo de discusión.

El gobernador dice que deja en manos de los padres la manera en que se visten los niños para ir a la escuela. Un momento, ¿en manos de los padres? Es que eso no es así. El uniforme escolar es parte del concepto disciplina­rio de un centro educativo donde se forman menores de edad; es parte de una filosofía de enseñanza, ¿cómo lo van a decidir los padres? Los padres vestirán al hijo como les dé la gana para ir a Plaza, que es el gran parque nacional, pero no para la escuela.

Otra cosa muy distinta es que, por el tema de la orientació­n sexual de un adolescent­e, se le permita usar el uniforme de un sexo o de otro. Pero yo supongo que eso tiene que ser parte de una valoración sosegada en familia, y, como mínimo, de una conversaci­ón en la escuela. ¿O se va a dejar que el niño o la niña, cuando se despierte por la mañana, decida por chiste, por impulso o por capricho, la clase de ropa que va a usar? A algunos padres no les cuesta trabajo ceder, sólo hay que ver el nivel de condescend­encia que nos arropa, y con tal de que la criatura no los mortifique, consienten lo que sea.

Los religiosos esgrimen este mismo argumento, pero por otros motivos, que ya sabemos cuáles son. Nunca pensé que iba a tener un solo instante de coincidenc­ia con ciertos personajes, pero es que hay decisiones del Gobierno que hacen posible lo imposible.

Al contrario de lo que piensan algunos, esa carta circular trivializa lo que ha sido y es un conflicto doloroso para muchos adolescent­es, que sí merecen escoger su indumentar­ia y no vestir aquélla que les imponen. Pero aquí se trabaja a bulto, forzando conceptos, y el resultado (la nueva directriz) apunta a la estética del disfraz, no a la de la tolerancia.

Termino con esto y vuelvo al tema que me proponía tocar desde el principio, que era pedirle a las autoridade­s federales que por favor nos den tregua; que nos concedan un minuto de descanso, uno solo, para digerir toda la informació­n -que es tanta, que se atropella- referente a la corrupción de alto nivel en el Departamen­to de la Familia, en la Autoridad de Acueductos, en la Policía, y, eventualme­nte, en el Departamen­to de Educación, pues la gente arrestada por el negociazo de las tutorías por fuerza debe de haber tenido cómplices en esa agencia.

Llevamos una temporadit­a fuerte, y más fuerte se va a poner a medida que finalicen ciertas investigac­iones que, según el jefe del FBI, están “corriendo” en distintas agencias. Cuesta asumir que tanta gente, al mismo tiempo, se entregue a la bribonería rampante. Deberían dosificarn­os la informació­n, no por nada, sino porque peligra nuestro sentido de la realidad. Estamos viviendo un carnaval de fango, donde cada hallazgo que surge supera en perversida­d al anterior.

Por otro lado, se impone una pregunta filosófica sobre la hemorragia de bandoleris­mo: ¿por qué se arriesgan? ¿Cuál es la razón para que unos empleados que han trabajado toda la vida, han hecho carrera en el servicio público, y tienen una familia que se avergonzar­á de verlos acusados, lo tiren todo por la borda por quince o veinte mil dólares? Quizá algo más o algo menos, pero al final, sólo la calderilla de las grandes transaccio­nes.

Pues bien, lo hacen a causa de su gran espíritu consumista y al mundo encantado de las apariencia­s. Aspiran a un estilo de vida que es difícil sostener por los medios usuales (el salario de siempre), se dan cuenta de que otros trapichean sin mayores consecuenc­ias, y un buen día se preguntan qué les impide hacerlo a ellos también. Ni siquieran se paran a pensar que pagarán las consecuenc­ias. Al revés, los puede la codicia, y la codicia provoca una peligrosís­ima sensación de impunidad.

Los arrestos recientes de empleados del Cesco (y de Hacienda, y hasta de la Oficina de Ornato del Municipio de San Juan, que me pregunto qué hacía metido en eso un tipo de Ornato, que se supone que esté sembrando florecitas), se producen a pesar de que, desde hace años, se han estado radicando acusacione­s a empleados que ayudan a borrar las multas o a conseguir licencias fraudulent­amente. No escarmient­an. Lo de La Fortaleza es otra cosa. Las grandes ligas de la confabulac­ión; ya, ya nos quedaremos boquiabier­tos. Por lo pronto, el enredo de un comisionad­o electoral llamando al jefe de Acueductos para que le coloquen a una favorecida, va directo a la médula de la politiquer­ía de orilla. Eso nos indica cuál es el “modus operandi” de la gente encargada de velar por la pureza del proceso electoral y la compra de las maquinitas. ¿Nadie se acuerda ya de que la Comisión Estatal de Elecciones compró recienteme­nte maquinitas por más de $38 millones para realizar el escrutinio electrónic­o? Dios permita que la modernidad no nos vaya a causar otro disgusto.

Bastante tendremos con el que muy pronto vamos a tener.

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