El Nuevo Día

Cuando un amigo se va...

Recordando al poeta y diplomátic­o, Hugo Gutiérrez Vega

- Mercedes López-Baralt

Para Lucinda...

Cuando un amigo se va... las palabras son de Alberto Cortéz, y nos acompañan siempre en momentos de duelo. Como este. En que despedimos a un gran poeta que encarna la generosida­d y la sencillez. Carmen Dolores Hernández lo dijo mejor que nadie hace unos días en este rotativo: el poeta mexicano Hugo Gutiérrez Vega fue, “más que cónsul, amigo de Puerto Rico”. Y de nuestras letras, que celebró desde aquí y desde su México lindo y querido, incluso con una Antología de poetas puertorriq­ueños. En su columna “Bazar de asombros”, de La Jornada Semanal, el suplemento literario que dirigió por muchos años en el diario La Jornada, de México, y cuyos ensayos reuniría en un libro del mismo título, consignaba su admiración por la literatura, y muy en especial por la puertorriq­ueña. Que a falta de soberanía política, constituye nuestra embajada errante.

Quiero evocar cuatro momentos de esta celebració­n constante que nos endeuda en gratitud y cariño con el autor de Los soles griegos, Cuando el placer termine, Las peregrinac­iones del deseo, Una estación en Amorgós, Antología con dudas. Tres se dieron en La Jornada semanal. El primero fue un In memoriam a Edwin Reyes, con dos de sus poemas, el 21 de enero del 2001. El segundo fue una columna titulada “Pensando en Rosario Ferré”, del 27 de diciembre del 2009: un rendido homenaje a las voces femeninas de nuestras letras, en el que brillaron, además de la autora de La casa de la laguna, Lola Rodríguez de Tió, Julia de Burgos, Clara Lair, Olga Nolla, Magali García Ramis, Ana Lydia Vega, Mayra Montero, Vanessa Droz, Margot Arce, Concha Meléndez, Nilita Vientós y Matilde Albert, entre muchas otras. El tercero fue el número del 8 de septiembre de 2013, titulado Voces de Borinquen, con poemas de Hjalmar Flax y José Luis Vega, un cuento de Arturo Echavarría Ferrari y ensayos sobre Luis Rafael Sánchez (Juan Otero Garabís), San Juan de la Cruz (Luce López-Baralt) y Luis Palés Matos (de la autora de estas líneas). El otro momento que quiero compartir con los lectores no tiene que ver con la letra impresa. Se trata de una entrevista festiva que me hizo Hugo en la Feria de Guadalajar­a de 1998 sobre una pasión compartida: nada menos que Palés. Espontánea y sin libretos: una conversaci­ón gozosa entre dos amigos que disfrutaro­n felices el entusiasmo vibrante del público mexicano, tocado por la magia de nuestro poeta mayor.

Pero ahora le toca el turno a quien tanto nos celebró. Al gran poeta que fue y es Hugo Gutiérrez Vega. He elegido dos poemas para celebrarlo. El primero, de Las voces ocultas, sobre un antiguo monasterio griego: “Hay en el monasterio de Pendeli/una robusta higuera,/bajo la cual se sientan los viejos/no para matar el tiempo/sino para detenerlo./La vida les ofrece/ya muy poco:/su cuerpo se va desgajando,/una niebla constante/se ha apoderado/de sus ojos./Sienten el olvido/y llevan en sus manos rugosas/todo aquello/que no pudieron hacer./Pero hay cierta alegría/difícil de definir/en sus voces/de cerámica rota,/hay algo en sus risas prudentes/y en su minuciosa manera/de contemplar a los que pasan./¿Una vida cumplida?/¿Una resignació­n tan alta/como las ramas de la vieja higuera?/No lo sé, pero el misterio/de estas vidas que se van/no tiene una total tristeza./Entre las rugosidade­s de la higuera/se mueven las luces inexplicab­les/de una postrera alegría/y hay en esta ancianidad/una carga de vida,/una última y deslumbrad­a salpicadur­a/de la fuente de la gracia”.

El segundo poema también pertenece a su ciclo griego (como bien señala Carmen Dolores, sus dos destinos diplomátic­os preferidos fueron Grecia y Puerto Rico), y forma parte de El despotado de Morea. El título nombra a una provincia del imperio bizantino, situada en el Peloponeso, y el libro relata el derrumbe de Constantin­opla. Si la poesía se nutre de ausencias, nada mejor que un viaje en el tiempo y en el espacio para que la melancolía se enseñoree en el verso. Y sin embargo, un gato del antiguo Bizancio (como tantos realengos que Hugo amó) viene a darnos una lección. No muy lejana de la que imparten sin palabras los anacoretas del poema anterior: la vida, hecha de pérdidas y desaparici­ones, siempre reclama el presente. He aquí el felino de una de las ciudades fortificad­as de Morea:

EL GATO DE MISTRÁS. El gato observó todo el afán: chocaban las armas, gritaban las mujeres y los sacerdotes en las esquinas anunciaban el fin del mundo. El gato lamió su rabo tranquilo y entrecerró los ojos. Acostado en una terraza del palacio del Despotado, su figura contradecí­a la agitación creciente. Pensó en ríos de leche, en sardinas plateadas, chimeneas encendidas, tardes de oro, suaves alfombras y las manos de su dueña recorriend­o el lomo goloso. El mundo es nada más que esto, dijo, y se dedicó al aseo de su mano derecha. El presente ignora al futuro y el pasado es leche tibia, sol alto y manos suaves dando calma y placer. Así es la vida...

Cuando un amigo se va... una estrella se ha perdido, canta Alberto Cortéz. Pero no, no se ha perdido, basta mirar hacia arriba: allí estará, con su sonrisa generosa, nuestro Hugo, esperándon­os desde la bóveda celeste del azul que hermana a México con Puerto Rico.

“No se ha perdido, basta mirar hacia arriba: allí estará, con su sonrisa generosa, nuestro Hugo...”

MERCEDES LÓPEZ-BARALT

Académica y escritora

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El escritor falleció el pasado 25 de septiembre en la capital mexicana. Tenía 81 años de edad y, además de Grecia, Puerto Rico era uno de sus destinos diplomátic­os favoritos.
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