El Nuevo Día

DE ASALTOS Y GATILLOS

- Aida Vergne Lingüista, profesora y consultora independie­nte. Profabocad­illos@gmail.com

La cosa no está fácil. Pero dele, ¡levántese positivo como yo! Mire, esto también pasará y como decía Martinho da Vila, … a vida vai melhorar, a vi

da vai melhorar. Por eso, mientras pueda, yo seguiré escribiend­o Bocadillos en esta esquinilla del Nuevo Día, para de vez en cuando alegrarle una mañanita (o arruinárse­la, lo sé; pero lo juro que es sin querer). Bien, le hablo de un pedacito de palabra muy productivo: el sufijo diminutivo -illo. Este sufijillo se remonta al latino -ellus e -illus. Los descendien­tes de -ellus, nos cuenta Phaeris, asumieron diversas formas, como –ello, -iello e –illo. De estos tres, el primero ya no se escucha con frecuencia; el segundo -iello, se conserva en el aragonés y asturiano de hoy como bichiello, gargantiel­la, martiello, astiella, castiello. El sufijo –illo, en cambio, fue el diminutivo por excelencia hasta que vino –ito y lo destronó. El pobre amigo –illo tuvo un periodo de decadencia en español, durante el cual ocurrieron tres cosas: su uso mermó, muchas palabras terminadas en –illo derivaron en –ito, y otras se lexicaliza­ron (como bolsillo, castillo, peinilla y perilla). ¿Gatillo? Pues ese es el que halan los malechores para disparar, y de entrada le digo que es posible que no esté emparentad­o con el diminutivo –illo, como tampoco lo está mejilla. En fin, que le cuento, para terminar, de unos gatilleros que entraron a robar un banco; el líder, fuertement­e armado, llevaba un lindo minino en la mano y a viva voz gritó: –¡Manos arriba o aprieto el gatillo! Una señora, muy alarmada, le imploró: –No por favor, por lo que más quiera, ¡al gatillo no!

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