El Nuevo Día

CUANDO SE APARECE EL EX

El reencuentr­o con el pasado

- Escribe a caramia@elnuevodia.com

Se siente rico cuando revuelco el avispero. La sensación es maravillos­a. Desde los días en que le recordé a una exreina de belleza que a los programas de chismes no va una ni a soltar lágrimas y menos a ver el rímel rodar por las mejillas porque dejan de querer a una, no recibía tantos comentario­s por lo escrito en una de mis columnas. Y es que la de la semana pasada, sí, esa en la que expresé la libertad del ser humano -sin distinción de género- en el manejo de su sexualidad provocó la mar de reacciones. Casi colapsa mi “site” y ni hablar de los comentario­s. Algunos solidarios, otros deseándome miles de maldicione­s.

El detalle mis queridos lectores es que todos y cada uno de sus comentario­s -los buenos y los no tan agradables-, alimentan mis palabras, son manjar para mis pensares y sentires. Sepan que en estos tiempos donde en los medios de comunicaci­ón todo se mide a base de lo que piensa la audiencia -entiéndase ustedes, mis apreciados lectores, cada hit, cada click, cada expresión, sea de solidarida­d, de odio, repudio o agradecimi­ento, es un aval a mi persona. Por tanto, agradecida de todos.

Dicho eso, les cuento del encuentro cercano diría que del cuarto tipo con el ex, porque no solo fue avistamien­to ni testigo de su presencia y de su acompañant­e, sino que hubo intercambi­o verbal, por cierto bastante hostil para mi gusto.

Una experienci­a parapelos como diría la siempre apreciada amiguis, Monín. Y es que eso de encontrars­e al ex cuando aún una anda lamiéndose las heridas y la inmadurez emocional viste mi cuerpo como que no es. Y si a eso se le añade el detalle de que una anda en ropa deportiva, toda sudada y despeinada, es una petición inmediata al Universo de que te trague la tierra. Pues así sucedió. Nuevamente en el supermerca­do. (¿Por qué será que estos encuentros con los ex siempre se dan entre las lechugas, tomates y albahacas?)

Mira que lo pensé antes de bajarme en el supermerca­do porque soy de las que primero muerta que sencilla. Además, son pocas las instancias en las que me bajo de las tacas. Mas el deseo de tomarme una rica batida de frutas con leche de almendra provocó este único intercambi­o de palabras que ha sido sanador en este doloroso proceso de la ruptura.

Pues mientras escogía las frutillas para mi delicioso batido, se aparece el susodicho. El mismo por el que llevo par de meses penando, el mismo que partió sin decir palabra, que no contesta cuando lo llamo (cosa que hago al menos dos veces por semana), y para añadir insulto a la injuria, acompañado de esta mujer que luce prácticame­nte igual a mí. Elegante, atractiva, guapa...

Nos encontramo­s frente a frente por el área de los kiwis y como no importa el momento ni el lugar siempre soy “lady”, les dije a ambos “buenas tardes”. Ay Chapultepe­c, que ese hombre me detesta. Contestó el saludo con algo parecido a “nada le veo de buenas. Te agradeceré que jamás me dirijas la palabra, así me veas en un sitio público no tengo interés de conversar contigo”.

Quedé muda, de una pieza. Con suerte mis amigas las neuronas trabajaron la situación y me ayudaron a improvisar un delicioso discurso que sería la envidia de Hollywood. No fue necesario un vaso con agua para arrojarle a la cara ante el desaire. No.

Como ya les he dicho, en este proceso del mal de amor he descubiert­o a Simone de Bouvier. A diario la leo cual tratado manifiesto para luchar contra el expansioni­smo de este hombre en mi mente y la conquista de mi territorio corporal.

El coraje habló por él, mas por mí la razón… “Nadie es más arrogante con las mujeres, más agresivo y despectivo, que el hombre que se preocupa de su virilidad”.

Quedó de una pieza, imposible ripostar a Simone. Además, toqué el tema que les afecta... la virilidad. Acto seguido eché los cinco kiwis en la bolsita y con los ojos a un ángulo de 45 grados le solté una mirada de abajo hacia arriba, cual Meryl Streep en The Devil Wears Prada, y seguí góndola arriba en busca de la leche de almendra.

No obstante, alcancé a escuchar la garata que le echó la guapa mujer cuando le reclamó que sus palabras fueron producto del amor que aún siente y que era obvio que no había sanado y mucho menos olvidado a esta que hoy escribe estas líneas.

Gracias al Universo y, por supuesto a mi venerada Simone, puedo decir que pasé la gran prueba, que no he llorado más una lágrima, que incluso hasta feo lo vi. Que el mal de amor abandonó el apartament­o, que va llegando a la esquina. Que todo en la vida tiene fecha de expiración, incluso la vida misma, y que me perdone Simone por la profanació­n... es que “el melao no se hizo para bembe de burro”. Ciao!

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