No hay ambiente
No hay ambiente. Esa es la respuesta que escuchamos reiteradamente de parte de nuestros líderes políticos en cada ocasión en la que se hace necesaria la intervención del Congreso de los Estados Unidos para atender cualquier asunto relacionado con Puerto Rico.
Trátese de un asunto de relativa importancia o no, al parecer el ambiente nunca es el preciso. Para colmo de males, no se ve la luz al final del túnel.
La falta de “ambiente” en el Congreso para tratar todo tema que ataña a Puerto Rico se hace cada día más patente. De hecho, al presente, Puerto Rico atraviesa por una crisis fiscal y económica sin precedentes que requiere acción inmediata del Congreso para evitar el colapso de nuestra economía.
Sin embargo, el Congreso ha optado por asumir una postura de relativa indiferencia e inacción que nos deja prácticamente en un estado de indefensión ante la situación adversa por la que pasa la Isla.
Entonces las preguntas que todos debemos hacernos son: ¿cómo creamos ese ambiente? ¿Cómo nos insertamos en la discusión de la política pública estadounidense? ¿Cómo nos hacemos pertinentes? La respuesta inequívoca a dichas interrogantes está en una solución a nuestro estatus político.
Ciertamente, Puerto Rico se encuentra en desventaja toda vez que no tenemos representación plena en el Congreso. Por ello, en gran medida, hemos sufrido las nefastas consecuencias que estamos viviendo al presente.
Toda legislación federal que no sea localmente inaplicable tiene pleno vigor en Puerto Rico sin que, en la mayoría de las instancias, se haya realizado un estudio sobre los efectos de la misma en la Isla.
Tampoco tenemos el marco legal necesario para nosotros mismos crear los mecanismos que resuelvan de una vez por todas los problemas económicos que nos afectan. En fin, nos hemos quedado sin la soga y sin la cabra; sin una solución y sin la manera de alcanzarla.