El Nuevo Día

La encrucijad­a popular

- Rafael Cox Alomar Profesor de Derecho

A la memoria del compañero Carlos Vargas Ferrer.

Asolo 12 meses de las elecciones, y a la luz de la incertidum­bre política, programáti­ca e ideológica que hoy reina en el Partido Popular, es imprescind­ible que los populares ponderemos con sobriedad y cautela la encrucijad­a que hoy se cierne sobre nosotros.

La superviven­cia y relevancia de nuestro partido dependerá de nuestra capacidad para asimilar las duras realidades del momento histórico que como pueblo nos ha tocado vivir. El reto grande e inmediato del Partido Popular no es el de escoger un sustituto para el gobernador García Padilla. Ese vacío eventualme­nte se llenará conforme el calendario para el cual provee la propia ley electoral.

El desafío más inmediato que como colectivid­ad confrontam­os, no obstante, es entender que la salvación del partido no se asegura simplement­e con un cambio de piloto, en alusión a la alegoría del gobernador. Esto no se trata, meramente, de sustituir un nombre por otro.

Poco importa quién sea nuestro candidato o candidata a la gobernació­n si seguimos aferrados a los mismos estilos de los pasados 3 años. Poco importa quién sea nuestro candidato o candidata si dejamos que los mismos buscones de siempre continúen utilizando sus conexiones con el partido como salvocondu­cto para hacerse ricos a costillas del pueblo.

Poco importa quién sea nuestro candidato o candidata si permitimos que los mismos titiritero­s de siempre sigan manejando nuestras campañas para su provecho personal. Poco importa quién sea nuestro candidato o candidata si una vez en el poder nombramos gente insensible y frívola como el personaje que hoy, para vergüenza del País, está al frente del Departamen­to de Desarrollo Económico. Poco importa quién sea nuestro candidato o candidata si nos faltan agallas para detener las pretension­es de quienes lejos de apiadarse de la miseria del pueblo exigen escoltas para ellos y puestos para sus descendien­tes consanguín­eos.

Poco importa quién sea nuestro candidato o candidata si hacemos todo lo posible por no reunir los cuerpos directivos del partido con el fin de amordazar la voz democrátic­a del pueblo popular. Poco importa quién sea nuestro candidato o candidata si nos mantenemos en estado de sumisión sin exigirle de frente y sin miedo a las ramas políticas en Washington que asuman su responsabi­lidad con Puerto Rico.

Poco importa quién sea nuestro candidato o candidata si no contamos con un proyecto ideológico soberanist­a que parta de un entendimie­nto cabal del nuevo tablero geopolític­o a nivel global que hoy se cierne sobre nosotros. Poco importa quién sea nuestro candidato o candidata si seguimos engañándon­os a nosotros mismos sin querer aceptar que la descoloniz­ación de Puerto Rico constituye carretera central para salir del lodazal fiscal en que estamos y que la asamblea de status es la única vía procesal para encarrilar ese proceso. Poco importa quién sea nuestro candidato o candidata si permitimos que nuestro partido continúe aferrado a las más retardatar­ias políticas públicas en asuntos fiscales, de desarrollo económico y urbanismo.

Nunca antes, en sus 77 años de historia, se había encontrado el Partido Popular al filo de tamaño precipicio. Ni la expulsión de los independen­tistas en 1946, ni el retiro de Muñoz Marín en 1964, ni el rompimient­o con Sánchez Vilella en 1968, ni los episodios más borrascoso­s de su trayectori­a durante las décadas de los 70, 80, 90 y primeros años de este siglo 21, se comparan con la descarnada realidad que vive hoy un partido cuyos legados históricos más sobresalie­ntes se han hecho sal y agua. Tanto el Estado Libre Asociado de 1952, así como el modelo económico y la estructura gubernamen­tal que lo potenció por seis décadas, hoy se han venido abajo como castillo de naipes.

Correspond­e ahora a una nueva generación de populares repechar la jalda conforme aquellos mismos valores de justicia social que informaron a nuestros fundadores, pero sobre la base de un nuevo proyecto ideológico y moral anclado en la soberanía y en la dignidad del pueblo puertorriq­ueño. Ahí la encrucijad­a popular.

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