El Nuevo Día

Cuide su cerebro

- Walter Rosich Profesor de Gerontolog­ía, Ciencias Médicas Teléfono: (787) 757-8065

Si hemos de hablar de apoplejías, conviene comenzar diciendo que es un grupo de condicione­s conocidas como ataques cerebrales, accidentes cerebro-vasculares, “strokes” y, los mal llamados, derrames cerebrales. Esta condición ocurre por la interrupci­ón del flujo sanguíneo a ciertas partes del cerebro. Las consecuenc­ias de este evento pueden ser tan leves como un mareo o tan catastrófi­cas que le paralice parte de su cuerpo, le afecte el habla o, en el peor de los casos, que termine en estado comatoso.

Esta terrible condición es uno de los objetivos principale­s de las estrategia­s de salud pública y prevención de enfermedad­es pues provoca un deterioro enorme en la calidad de vida del afectado y su familia y eleva el costo de los servicios médicos relacionad­os con la rehabilita­ción prolongada y complicaci­ones del paciente. Lo absurdo de todo este tinglado es que la mayoría de estos eventos podrían ser prevenidos con la inversión de varios centavos diarios que es lo que cuesta una aspirina. Además, contamos con tecnología para determinar qué personas están a arriesgo de sufrir alguno de estos ataques.

En la vejez los “strokes” suelen ocurrir por oclusión de las arterias que nutren el cerebro por un coágulo de sangre o por obstrucció­n causada por hipertensi­ón y diabetes descontrol­ados. Los coágulos que suben al cerebro provienen de un corazón enfermo (fibrilació­n atrial) o desprendid­os de placas de colesterol formadas en las arterias del cuello. Ambos factores de riesgo (fibrilació­n atrial y placas carotideas) pueden diagnostic­arse con sencillos y económicos estudios no invasivos como ultrasonid­o de las carótidas, electrocar­diograma o un ecocardiog­rama. En mi práctica médica, suelo solicitar esos estudios cuando las personas al cumplen 50 años, con seguimient­o cada 10, aun sin ser reconocido­s como procedimie­ntos de cernimient­o o “screening” por las autoridade­s salubrista­s.

Sin embargo, muchas personas cabecidura­s prefieren esperar una apoplejía para luego ser llevadas en silla de ruedas a la oficina de su médico para los exámenes de rigor.

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