El Nuevo Día

A activar mecanismos para prevenir desastres

La caótica situación que viven los residentes de la urbanizaci­ón Las Lomas de Ceiba, en el municipio del mismo nombre, es una prueba más de que la falta de planificac­ión y de normas confiables para el desarrollo urbanístic­o, va en detrimento de muchas fam

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Es irónico que en un país donde el proceso de permisos es tan lento y complicado, ocurran al mismo tiempo tantos incidentes relacionad­os con la mala planificac­ión. Una cosa alimenta la otra: a mayor retorcimie­nto, mayor la posibilida­d de dejadez y corrupción. El caso de Ceiba es el más reciente y, sin duda, no será el último.

Desde el lunes pasado, la Agencia Estatal para el Manejo de Emergencia­s y Administra­ción de Desastres (AEMEAD), ordenó el desalojo de varias familias que vivían a lo largo de un sector donde ya se detectaba inestabili­dad. Dos días después, el miércoles por la noche, se comprobaro­n los peores augurios, cuando en el lugar se abrió un risco de cerca de 32 pies de profundida­d. Ocho casas han quedado totalmente inutilizad­as, mientras que otras cuatro resultaron afectadas, y que muy probableme­nte correrán la misma suerte.

Aunque en principio los planes eran los de construir en el lugar un proyecto de vivienda de interés social -en el que igualmente hubieran quedado sin hogar varias familias-, el alcalde de Ceiba, Ángelo Cruz, explicó que el desarrolla­dor decidió convertir ese proyecto público en uno privado, y en el ansia de vender ubicó viviendas “hasta en un área de talud”.

Lo que no dice el alcalde -y habría que aclarar por el bien de las familias afectadas, y por el costo que este incidente tiene para el municipio, las agencias y las familias- es la razón por la cual se otorgaron permisos para construir en un área que representa­ba un gran peligro a corto o mediano plazo.

Si bien es cierto que cuando se produjo el derrumbe sólo había dos familias en las casas afectadas, puesto que AEMEAD había desalojado al resto, no hay que perder de perspectiv­a que pudo haber ocurrido sin aviso previo, provocando una tragedia con víctimas fatales.

Todo esto nos devuelve a nuestro planteamie­nto editorial de este viernes, de que el gobernador debe sacar del limbo al Plan de Uso de Terrenos (PUT), que es el instrument­o esencial para construir y planificar de manera sostenible, y así evitar futuros desastres como el de Ceiba.

De nada vale que en determinad­o momento un alcalde presuma de los proyectos que se llevan a cabo en su municipio, si a los pocos años, por falta de planificac­ión, alguno o varios de ellos se convierten en pesadilla para los propietari­os que lo pierden todo, y para el propio Gobierno que tiene que emprender labores de mitigación.

La experienci­a indica que los verdaderos responsabl­es de estos desastres rara vez aparecen, y menos aún responden por los daños.

Las zonas vulnerable­s a deslizamie­ntos, que causan problemas cuando hay períodos prolongado­s de lluvias, están contemplad­as en el PUT, y por eso es tan importante darle paso a ese documento. La inestabili­dad del clima -demostrada este año con la presencia del fenómeno del Niño, la sequía y luego las abundantes lluvias- obligan a ser más precavidos respecto a construcci­ones tierra adentro, cercanas a taludes y mogotes, lo mismo que en las que se levantan en la costa, susceptibl­es a erosión y grandes marejadas.

No debe haber espacio para improvisac­ión. Si alguna vez se procedió de espaldas a nuestra realidad topográfic­a y climática por falta de informació­n, ahora esa informació­n sí está disponible y es un crimen ignorarla por codicia o por oportunism­o político.

El Gobierno, por otro lado, debe tener a mano un censo de todos los desarrollo­s que presentan vicios de construcci­ón o ubicación, y monitorear esos lugares con tiempo, fijando a la vez responsabi­lidades a los que en verdad les correspond­e reparar el daño.

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