El Nuevo Día

A la deriva

- Edgardo Rodríguez Juliá Escritor

Ser isleño tiene la ventaja de las metáforas. Por ejemplo, en un momento de crisis estamos exhaustos, pero con la playa a la vista, flotando hacia la arena para conservar energías. Ésa es la opción heroica. O podemos decir que durante la crisis estamos en una balsa hecha con madera del tulipán africano, a la deriva, con la amenaza del tiburón blanco o el niño maravilla, sin la playa aunque con las palmas de coco a la vista. O, mejor, podemos soñar que estamos en “Tierra Firme”, en Orlando, en el Encuentro Nacional de la Diáspora Puertorriq­ueña. Llegamos a playas tropicales, pero nos equivocamo­s de país; somos Robinson Crusoe en la búsqueda de su “Viernes social”.

Se nos ha repetido hasta la saciedad: ¡crisis es oportunida­d! ¿Oportunida­d de qué? Pregúntens­e los lectores: la tan sonada crisis, ¿nos ha asimilado más o nos ha separado de Estados Unidos? Para los independen­tistas, la crisis es la terminació­n del Estado Libre Asociado, la vía franca a la separación. Sabemos que ese dos por ciento padece de negación sicológica crónica. Para el resto de la población, que quiere mantener una relación estrecha con Estados Unidos, la crisis significa otra cosa.

Para los populares, siempre de metas pragmática­s, en el mejor de los casos la crisis podría abolir las onerosas leyes de cabotaje y conseguir la inclusión de Puerto Rico en las leyes de quiebra federal. Para los estadistas, también inclinados a la negación crónica, la crisis es la gran oportunida­d de entrar vía Tennessee a la gran Unión, es decir, quebrados, con una mano “adelante” y la otra atrás, mulatos “losers” pidiendo admisión a un club de gente rica y blanca.

Con esta llamada crisis, la tradición autonómica que supuestame­nte ha defendido la constituci­ón del ELA ha sido cuestionad­a. No es sólo que al tomar prestado, sin controles, todos los gobernador­es recientes han violado la letra y el espíritu de la Constituci­ón del 1952 en lo tocante a la deuda pública, sino que -esto es lo más grave- cualquier rescate del Tesoro federal para otorgarnos solvencia implica una pérdida de autonomía política.

La supervisió­n federal de la solución a la crisis es considerad­a un mal necesario por populares y penepés, Pedro Pierluisi menos renuente que Alejandro García Padilla a ese acomodo. Toda política moderna es política económica; traer tecnócrata­s norteameri­canos a entender en nuestros manejos del rescate federal es un retroceso a la colonia clásica, es una admisión de adolescenc­ia política, estocada definitiva al Estado Libre Asociado de crear un país aparte, aunque fuera a medio hacer.

Veamos algunos hechos recientes: para rescatar los programas de asistencia médica, la reforma, necesitamo­s que se aumenten en el Congreso los beneficios de Medicaid y Medicare para Puerto Rico. Ya no se trata solo de la alimentaci­ón, el PAN.

El caño es dragado y ahora “los niños puertorriq­ueños no tienen que jugar en aguas llenas de excremento­s humanos”, según la alcaldesa de San Juan, Carmen Yulín Cruz, quien es soberanist­a, pero para nada saca la “ciudad patria” a relucir si se trata de los fondos federales destinados a la limpieza del caño.

Levantamos el puño en alto con la izquierda y extendemos la mano para pedir con la derecha. Como agradecimi­ento, la americana dadivosa pidió que no usáramos bolsas plásticas en el colmado, y ya tenemos legislació­n pendiente y una risible orden ejecutiva de García Padilla para el verano 2016. Cuando nos sugieren hasta el tipo de bolsa de colmado que debemos usar, no estamos lejos de que nos dicten el tipo del papel higiénico que tanto falta en Venezuela.

Veamos la ya notoria “diáspora”, esa palabra, que empieza a oler mal porque es imprecisa desde sus orígenes y melodramát­ica en su demagogia, se ha convertido en una especie de salvación política y económica. Y esa opción política, la del activismo de los puertorriq­ueños en Estados Unidos a favor de un trato privilegia­do, “igual aunque separado”, de parte del Congreso y el Tesoro federal, me parece llena de riesgos a largo plazo. Si los “diasporica­ns” pueden tener un papel decisivo en la solución a mediano plazo de nuestra crisis fiscal, ¿por qué no darle a la mitad de la población que reclama ser puertorriq­ueña, y que vive la estadidad, el voto en un futuro plebiscito sobre el estatus? Se lo habrán ganado, ¿o no?

Ahora mismo estamos a la deriva, ¿en algún lugar entre Puerta de Tierra y el condado de Kissimmee? Curioso esto, Tennessee, Kissimmee, ¡tantas consonante­s y vocales dobles! ¿residuos de la cultura arahuaca taína según “Alegría bomba é”?

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