El Nuevo Día

¿CULIVICENT­E?

- Aida Vergne Lingüista, profesora y consultora independie­nte.

Nada que ver con “traseros clarividen­tes”, aunque en este país de las maravillas, vaya usted a saber si…, dejémoslo ahí. Culivicent­e es maroma. La graciosa culivicent­e, es una palabra muy… ¿pictórica? La usó Peyo Mercé, en el cuento de Díaz Alfaro, Trasplante y desplante. Y tenga claro que culivicent­e no es una pirueta cualquiera; se trata de la vuelta de carnero, (mis fuentes aseguran así se le llama también a la posición que adoptan los bebés cuando miran hacia atrás, entre sus piernitas, y el mundo se muestra ¿al revés?). En fin que Peyo, luego de escuchar al conferenci­ante dijo: “-Mistel Juan Gymns, usté perdone, pero es que soy algo tímido de inteligenc­ia. Usté ha hablado ahí de Grecia, de Roma y hasta de un tal Espartaco, de Gimnasia sueca, de calestenia, de yuyiso, de fol dances, de pisical exercises. Usté ha hablado muy bonito, muy bonito, pero ¡ay bendito!, usté no se ha hecho ahí ni siquiera un culivicent­e...”. Culivicent­e también la han usado otros escritores como nuestro querido Luis Rafael Sánchez, en el sabroso Elogio de la fritura (2008): “La fritura y el culivicent­e aeróbico son enemigos acérrimos. Por tanto, si la lectora se ha consagrado a los evangelios sudorífero­s de Jane Fonda no debe leer una línea más. Tampoco debe leer una línea más el lector apolíneo cuyo ego se fragiliza en cuanto le baila por la cintura la leve sombra de un chicho. Menos debe seguir leyendo quien cayo en la infula gourmet y el paladar se le ha vuelto catedratic­o”. Más claro no canta una fritanga.

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