El Nuevo Día

LA COTORRA Y EL PAVO

- Aida Vergne Lingüista, profesora y consultora independie­nte. profabocad­illos@gmail.com

Sucede que mis lectores me envían colaboraci­ones muy simpáticas como ésta de mi fiel lector, y profesor de lingüístic­a, Bill, que comparto hoy con ustedes, lamentable­mente con un día de atraso: Un individuo recibió un loro como regalo. El lorito, a pesar de bonito, tenía una muy mala actitud y un vocabulari­o aún peor; una cloaca. Su infeliz dueño trató y trató de cambiar su actitud hablándole con cortesía, poniéndole música suave, recitando poesía, en fin, toda suerte de artimañas para “limpiar, purificar y dar esplendor” al vocabulari­o del lorito. Las cosas no mejoraron y nuestro personaje fue perdiendo la paciencia hasta que un día le gritó al lorito y éste, ni corto ni perezoso, le ripostó aún peor. Su dueño agarró al lorito por el pescuezo y lo sacudió a ver si entraba en razón, pero nada. Con cada sacudida el loro soltaba otra grosería. Harto de la situación, nuestro personaje agarró al lorito, lo metió en el “freezer” y cerró el congelador. Durante unos minutos el lorín chilló, pateó y gritó. Entonces, de repente, silencio total. Asustado por la salud del lorito, abrió la puerta del congelador. El lorito salió a los brazos extendidos de su atribulado dueño y le dijo: “Te he ofendido con mi lenguaje grosero. Estoy sinceramen­te arrepentid­o y haré todo lo posible para corregir mi imperdonab­le comportami­ento”. Su dueño, conmovido por el dramático cambio de actitud lo acarició suavemente. Justo antes de preguntarl­e qué había motivado ese cambio tan dramático en su comportami­ento, el loro lo miró fijamente a los ojos y en voz muy baja le dijo "¿Qué fue lo que hizo el pavo?”

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