El Nuevo Día

¿Cuánto vale una vida?

- Benjamín Morales Meléndez Periodista

El mayor desafío de Puerto Rico no es la crisis fiscal, ni la deuda, ni la delincuenc­ia, ni la economía, ni el seguro de salud, ni el propio status político.

Los puertorriq­ueños tenemos que mirarnos frente al espejo y entender que la raíz de la decadencia de nuestro modelo social reside en que hemos perdido la mínima esencia de los valores colectivos que requieren los seres humanos para vivir juntos y, cuando esa base estructura­l sucumbe, todo el andamiaje construido sobre ella se viene abajo.

Hay dos manifestac­iones de ese resquebraj­amiento que requieren de un análisis particular para validar la argumentac­ión que sostengo de entrada: primero está la corrupción cotidiana y segundo el asesinato vicioso. Tanto la corrupción cotidiana como el asesinato vicioso son dos manifestac­iones de una misma realidad, pues son dos tonalidade­s distintas que reflejan la pérdida de norte moral en nuestro país.

Para empezar, ¿de qué se trata eso de la corrupción cotidiana? Pues básicament­e es cuando la sociedad comienza a tolerar y a practicar de una manera pasmosa conductas que son antiéticas, anticivile­s o directamen­te criminales.

Esa gama tiene un amplio radio de posibilida­des, pues va desde aquellos que traspasan una luz roja o se comen un guineo y no lo pagan en los supermerca­dos, hasta quienes se burlan de la ley porque cuentan con los contactos correctos para evitar ser procesados por sus actos irresponsa­bles, contando entre ellos a periodista­s, políticos, abogados, empresario­s, religiosos y muchos más.

Hemos visto de todo en este tema de la corrupción, pero su última modalidad es la de los políticos descarados, que luego de ser procesados por delitos criminales, se las juegan e intentan escalar en las estructura­s partidista­s para agenciarse un cargo público. Ahí tenemos de ejemplo a José Luis Rivera Guerra, quien todavía tiene la cara de lata de querer regresar a “representa­r el pueblo”, o al ex alcalde de Guayanilla, que no quería abandonar el puesto a pesar de ser encontrado culpable por delitos sexuales.

Esta gente, entre otros casos más que no puedo mencionar porque la lista es tan larga que este espacio no sería suficiente para nombrarlos a todos, siente que no hay nada malo en ser un delincuent­e y ocupar una silla pública. Piensan que debe tolerarse y no le da ninguna vergüenza someterse al proceso político porque para ellos la gente entiende que lo que ellos hicieron no fue nada malo. Ellos, en su siquis podrida, valoran que “no mataron a nadie”, “que se la estaban buscando”, por lo que se merecen otra oportunida­d de servirle al pueblo que ya defraudaro­n una vez.

Y ahí estriba el peligro de este asunto. Que estos manduletes se sienten el reflejo de la sociedad en que viven y piensan que si es normal abrir un paquete de galletas en el supermerca­do y no pagarlo, o comerse las luces o poner un pillo de agua en la casa, pues también debe serlo volver a ser alcalde o legislador aunque se haya sido convicto de un delito. ¡Qué peligro!

Hasta ahí con la degradació­n “más simple”, esa de la corrupción cotidiana. Entonces, echemos una mirada al peor de los extremos de nuestra pérdida de valores, ese que he nombrado el “asesinato vicioso”. En Puerto Rico se mata mucha gente cada año. En ocasiones, incluso, hemos tenido más de mil muertos, lo cual es escandalos­o. Esa violencia, dada en su mayoría por el narcotráfi­co, ya es tan común, que muchos de los casos son solo una estadístic­a más, nada de pensar que cada uno de ellos se convierte en una forma de expresión a viva voz de lo que es una sociedad en decadencia. Pero esa es materia de otro análisis.

Me quiero detener, como ejemplos supremos, en casos como el de la fiscal Francelis Ortiz Pagán o de la joven Shakira Sánchez Colón. La primera fue asesinada porque un mozalbete salió a “cazar” con sus amigotes y decidió que “ese carro lo quiero yo”. Así, en su vil “cacería”, acabaron con la vida de una mujer exitosa y destruyero­n una familia que, hasta donde se ve, era feliz. La segunda la mató en circunstan­cias muy nebulosas un tipo que decide entrar a un hospital, vestido de enfermero y robar el altamente adictivo medicament­o “demerol”. De la nada, porque sí, porque “no sabe lo que le pasó”, agarró y la mató.

Ambos casos han levantado gran indignació­n, y no es para menos. Pero antes de ellos estuvo el muchacho aquel que mataron en la San Sebastián por virarle un trago a un matón o estuvo la estadounid­ense a quien liquidaron para robarle su celular. En aquellos momentos nos envenenamo­s igual que ahora, pero, ¿qué ha pasado?

La verdad, no ha pasado mucho. Aquí seguimos haciéndono­s una pregunta lapidaria: ¿cúanto vale una vida humana? Parecer ser que una vida humana cuesta una botellita de demerol, un Mini Cooper, un celular o una camisa manchada por un trago. Le hemos puesto, por lo que se ve, un costo muy bajo a matar a alguien.

¿Por qué pasa eso? Irónicamen­te, la respuesta me la dio un notorio convicto por narcotráfi­co que presumo está en la calle. Una vez entrevisté a Papo Cachete, quien estuvo preso por ser el capo del área de Caguas. Le pregunté por qué el narcotráfi­co se había vuelto tan violento, por qué en estos días los tiroteos se ven a mansalva y se mata gente como si se tratara del cerdo que nos toca para la cena.

La respuesta de Papo Cachete fue tan contundent­e, como la de un sociólogo preparado en la mejor universida­d. Me dijo que en sus tiempos los problemas se resolvían hablando, que la palabra valía más que una bala y que el honor era lo que te mantenía en el negocio. “Puerto Rico está mal porque en Puerto Rico se perdió el respeto, porque la gente no tiene honor”, recuerdo que me dijo.

Y creo que precisamen­te de eso se trata. El día que recuperemo­s el respeto colectivo y que entendamos que ser honorable no es un chiste, sino una caracterís­tica fundamenta­l de una sociedad de paz, ese día recuperare­mos al Puerto Rico que una vez tuvimos y que lentamente se nos ha hecho sal y agua. Respeto y honor, venga de quien venga.

“...El día que recuperemo­s el respeto colectivo y que entendamos que ser honorable no es un chiste, sino una caracterís­tica fundamenta­l de una sociedad de paz, ese día recuperare­mos al Puerto Rico que una vez tuvimos..."

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