Después de la gran sequía
Abrí la ventana y respiré hondo, lentamente. ¡Después de suprema deshidratación y grietas indelebles no hay nada para inflar sensaciones como inhalar los aires húmedos de la isla del encanto! Y si son aires de renacimiento, mayor el embeleso. En el intermedio, entre un momento feliz y el otro, me abracé a la belleza de aquello que se había quedado sin oxígeno hasta llegar al precipicio de su muerte. Aquello que agonizó, la providencia cubrió, y con nueva vida resplandeció.
Recargué mis pulmones de lo que la naturaleza me había escondido, de lo que carecí y añoré por tiempo insufrible. ¿Estando al alcance de mis cinco sentidos nuevamente, por qué no? Me embriagué.
Y de mi tierra, otra vez, apretujar sus montes verdes y aspirar la fragrancia dulce de campos florecidos. Volver a acariciar el quimbombó, yerba de culebra, que en el empapado suelo germinó.
Y, allá en la distancia, con ojos risueños, rozar el inmenso y colorido arco qué, despues de tiempo infinito, del cielo retornó. Y de aquel cantío rancio que de su corazón fluía, afinar bien el oído, de día y de noche, y escuchar embelesada, del ruiseñor, su nueva y fina melodía.
Besar de nuevo los pastizales, hoy vigorosas esmeraldas, que una vez nutrieron las reses descarnadas. Y en las alboradas borincanas, de la rosa que el jardín decora, frotar el pétalo mojado de un rocío reanimado. De la quebrada cuyas musculosas rocas y la vida que en su entraña palpitaba, muertas emergieron, sorber de nuevo su hinchado chorro en toda su riqueza. Mimar sus nubes bien cargadas que el farol mayor del firmamento ocultan y que pareciera conspirar para desecar nuestro vivero celestial. Y, beber de ese glorioso manantial, savia de vida, que vida da. En mis intermedios, abrazar de este suelo borincano, que los bardos que cantan su historia llaman Preciosa, su esplendidez reavivada, su magnificencia divinamente dotada. ¡Inhalar e inhalar! Lydia Ayala San Germán