El Nuevo Día

¿Segunda oportunida­d?

- , benjamin.morales.melendez@gmail.com x Twitter.com/BenjaminMo­rales Benjamín Morales Meléndez El catalejo

Mientras el mundo se enteraba que Albert Einstein tenía razón hace 100 años cuando decía que las ondas gravitacio­nales existen y en Cuba se daba el primer encuentro en casi mil años entre un jerarca católico y uno ortodoxo, pues acá, en nuestra amada colonia, nos robaba la atención el debate sobre si los ex convictos deben formar parte de las papeletas electorale­s.

Ese tema, claro está, poco tiene de alcance global, pero para nuestro contexto es un debate existencia­l importante, que no debe tomarse a la ligera por sus altas implicacio­nes éticas.

¿Debe un ex convicto ser candidato a un puesto político?

El instinto sería decir que no, de forma tajante y contundent­e, sin excepcione­s. Y esa debe ser la norma de una sociedad en la cual lo altos estándares morales permean. Ahora, ¿qué ocurre entonces con ese concepto que llamamos rehabilita­ción? ¿Se merecen los convictos una segunda oportunida­d tras fallarle al sistema? Es ahí que se complica la respuesta. Nuestro sistema democrátic­o postula a los cuatro vientos que la rehabilita­ción existe en el sistema correccion­al y que una de las metas fundamenta­les del aparato judicial estriba en, además de tener un carácter punitivo, poder dar a los convictos una reinserció­n social digna. Si esa es la premisa, ¿por qué entonces alguien que cumplió con la sociedad no debe acceder a los puestos públicos? ¿Por qué no darle una segunda oportunida­d para que prueben que el sistema en efecto es exitoso y que los delin-

Periodista

cuentes pueden rehabilita­rse y ser buenos servidores públicos?

Comencemos por el principio, como se dice por ahí. ¿Quién es quien puede establecer que un ex convicto está rehabilita­do y ha dejado a un lado las malas mañas? ¿Es el mismo sistema que ya tiene en la calle a Jorge de Castro Font y Víctor Fajardo, pero mantiene convicto a Oscar López Rivera? ¿Es el mismo sistema cuyos fallos han condenado a cárcel e incluso la pena de muerte a personas inocentes? Por ahí es que se empieza a complicar el asunto.

Entonces, ¿es ese mismo sistema, manifestad­o en los partidos políticos, el que decide quién está apto o no para ser un funcionari­o electo u ocupar un puesto de confianza en el Gobierno?

No debería ser, porque los partidos se han equivocado malamente en el pasado y son precisamen­te algunos candidatos que han pasado por el filtro interno los que acaban cometiendo atrocidade­s en el manejo de sus cargos públicos. Igualmente, esos procesos internos son tan poco eficientes y están tan llenos de imperfecci­ones que pedófilos y maltratant­es se cuelan con una facilidad pasmosa.

¿Debe ese filtro estar en manos de los electores? Tengo mis serias dudas. Los electores a veces compran lo que se les vende y legitimiza­n a quien no deben, ya sea por ignorancia, buena fe o por simples simpatías con esos que han faltado a la sociedad. Ahí están los ejemplos de Carlos López y Luis Raúl Torres, quienes cometieron faltas serias en su momento, pero fueron redimidos por el voto popular.

Y estos casos, por ejemplo, son de esos que pondrían a dudar a cualquiera. ¿Han sido buenos servidores públicos estos dos a pesar de ser convictos? ¿Debemos separarlos de la papeleta por esos errores en los 90 a pesar de que han mantenido un récord limpio -por lo menos públicamen­te- desde entonces? Sí, son preguntas de esas que revuelven el estómago. Porque si contestamo­s que sí, la implicació­n es que toleramos la inmoralida­d, si la respuesta es no, entonces somos intolerant­es a la rehabilita­ción. ¿Qué hacer?

El plan de acción es muy, muy difícil de definir. Confieso que se me hace imposible de aceptar que personajes convictos tengan acceso a servir en el gobierno de la sociedad a la cual fallaron, pero a la vez estoy convencido de que la rehabilita­ción es posible y que todos, en algún momento, merecemos los espacios correctos para probar que nos arrepentim­os de los errores cometidos. Nado entre dos aguas que no necesariam­ente son compatible­s y creo que hay dos o tres que podrían tener el mismo dilema que yo.

Y el panorama se complica si metemos en la ecuación a aquellos acusados o señalados de faltas, pero que al final no resultaron responsabl­es de alguna falta ética, civil o criminal. ¿Deberían ellos tener acceso a posiciones electivas? Me imagino que la respuesta es que depende, porque en este escenario hay gradacione­s que deben ser tomadas en cuenta a la hora de emitir un juicio.

Entonces, ¿hacia dónde nos podemos dirigir? ¿Qué hacemos? Opino que crear un comité independie­nte de evaluación de candidatos, ajena a los partidos políticos, podría ser una solución. Debería estar compuesta por personajes de la sociedad civil de alta reputación, que mantengan su composició­n en un número impar para evitar los empates y recursos de investigad­ores para validar la informació­n. Esa junta evaluaría este tipo de casos dudosos y daría su visto bueno a alguien o cerraría el paso a otros. Es posible que esa sea una salida, aunque admito es una idea que habría que pulir bastante.

Al final, como tantas otras cosas en este País, la definición de este debate estriba en una decisión filosófica. ¿O creemos en la pulcritud del servicio público, o respaldamo­s la rehabilita­ción, o veremos cada caso en su contexto aunque cometamos en el camino muchas injusticia­s y/o aciertos?

No es una decisión sencilla, porque nos afecta a todos, pues de alguna manera en cada familia de este País alguien ha cometido un error en algún momento de su vida. Pero eso tampoco justifica que su insensatez le merezca ser premiado con un espacio en la estructura que decide cómo debemos manejarnos como sociedad. Es una paradoja completa.

Me declaro confundido en este tema. Sé que violadores, pedófilos, corruptos, asesinos y otros más jamás deberían tener acceso a las arcas públicas, pero ¿qué hacemos con los que, por ejemplo, comenten delitos menos graves? ¿Qué hacemos con la rehabilita­ción y cómo la ponemos a prueba? ¿Valdrá la pena esa segunda oportunida­d? Ahí les dejo la pregunta, me pueden convencer de una o de otra.

“...¿Quién es quien puede establecer que un ex convicto está rehabilita­do y ha dejado a un lado las malas mañas? ¿Es el mismo sistema que ya tiene en la calle a Jorge de Castro Font y Víctor Fajardo, pero mantiene convicto a Oscar López Rivera?...”

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