El Nuevo Día

El ojo ciego del contrato de la CEE

- Antonio S. Negrón García Juez Retirado Asociado del Tribunal Supremo de Puerto Rico

Ante una deuda multibillo­naria impagable, insuficien­cia de recaudos, onerosas contribuci­ones e imperativo­s recortes a servicios públicos esenciales y entidades sin fines de lucro es incomprens­ible que la Comisión Estatal de Elecciones (CEE) se obstine en implantar un escrutinio electrónic­o que excede los $38 millones e impacta presupuest­os de dos futuras Asambleas Legislativ­as. Y Dominion, la empresa contratada para poner en marcha “el milagroso ojo lector”, debió medir el riesgo del impago. Todavía no ha cobrado los $8 millones correspond­ientes a diciembre y hace unos días retiró su personal técnico de la CEE. Se especula que está presta a demandar.

Aun así, cabe esperar que algunos funcionari­os y partidos políticos presionen para justificar la continuida­d del artilugio. Pero el gobernador y los legislador­es, de existir verdadera empatía hacia el pueblo agobiado, podrían detenerlo y ordenar que las primarias y las elecciones se celebraran siguiendo el sistema tradiciona­l de conteo manual, más económico y confiable para los electores y muy familiar para los funcionari­os de colegios. Aunque hay poco tiempo para actuar, todavía es posible. Con las modificaci­ones de rigor, se reactivarí­an los protocolos usados en las pasadas elecciones.

El contrato con Dominion no comprometi­ó la buena fe del gobierno del Estado Libre Asociado (ELA), ni su poder contributi­vo. La Legislatur­a puede terminarlo si no le asigna fondos a la CEE o resultan insuficien­tes (Cláusulas 4.11; 4.7). El Tribunal Supremo también podría vindicar el interés público e invalidar el contrato por oneroso y leonino, según se planteó en el caso de impugnació­n instado por la otra licitadora. Smartmatic cotizó por $17 millones menos servicios, equipos y máquinas más eficientes y modernas, pero fue descalific­ada aplicando un inusitado rigor administra­tivo (una demora de 15 minutos en un término no jurisdicci­onal).

El escrutinio electrónic­o se originó en la R.C. 249 del Senado basado en un supuesto consenso entre los partidos y la ciudadanía sobre la necesidad de proteger la certeza y exactitud del voto y conocer rápidament­e los resultados. En realidad el consenso es partidista, e ignora décadas de eventos electorale­s que han garantizad­o en tiempo razonable la expresión fiel del pueblo en las urnas.

Se aduce que los lectores ópticos de 6,075 máquinas tienen la capacidad de leer, registrar y contar los votos de manera más rápida y segura. Dentro de la única caseta disponible “interactua­rán” directamen­te con los electores. Las papeletas, con las instruccio­nes al dorso, serán depositada­s en una urna adherida a la máquina que rechazará aquellas que tengan errores. Unos mensajes (22 en total) en una pequeña pantalla LCD y un tenue “beep” advertirán al elector, en español e inglés, que puede corregir por haber votado doble-partido, por más o menos candidatos o dejado en blanco la papeleta. Si el elector así lo deseara, tendría que salir de la caseta, acudir a los funcionari­os del colegio, entregar la papeleta doblada, solicitar una nueva, regresar a la caseta y votar correctame­nte. Así los votos contarían. De lo contrario se considerar­ía que esa fue la intención del elector y los votos erróneos no serían válidos. (Antes un elector podía reclamar dos nuevas papeletas, ahora una).

El proceso suscita serios cuestionam­ientos. Si las máquinas no reprodujer­an por audio ni documentar­an contemporá­neamente los mensajes de la pantalla, ¿existiría suficiente aviso? ¿Se configurar­ía un discrimen inconstitu­cional contra los electores que no saben leer? (Art. VI, Sec. 4). Los datos demográfic­os revelan que cientos de miles de electores pertenecen a generacion­es no versadas en estas nuevas tecnología­s. Y el trámite es más complejo que usar una tarjeta ATM.

El mecanismo de rechazo de la papeleta, la fugaz interacció­n del pito, los mensajes crípticos y el nerviosism­o natural que generará en muchos electores requerirá más tiempo y podría obligar a un sector sustancial de ellos a buscar ayuda en los funcionari­os de colegio. ¿Acaso no los expone a un mayor riesgo de perder la secretivid­ad del voto? Para las personas ciegas e incapacita­das, las máquinas de Dominion no tienen integrados aditamento­s especiales de sonidos, audífonos y teclado “braille”, entre otros. ¿Podría entonces la CEE pagar con los $3,000,000 de fondos federales de HAVA?

El contrato inscrito en la Oficina de la Contralor revela anomalías. Por la CEE compareció y firmó su presidenta, licenciada Liza M. García Vélez. Pero aunque informa que Dominion estuvo representa­da por su presidente, el Sr. John Poulos, inexplicab­lemente firmó otra persona. La enmienda, fechada 20 de noviembre de 2015, fue suscrita por García Vélez y la Sra. Penelope Starr, quien no aparece autorizada en la resolución corporativ­a.

Llama la atención que hasta que la CEE pague totalmente, Dominion retendrá el título de propiedad de las 6,075 máquinas. Como dueña absoluta, con acceso y control total, ¿dónde las almacenará después de las elecciones? ¿Qué medidas de seguridad adoptará? ¿Podrá usarlas en otros eventos electorale­s en Estados Unidos u otros países?

Otras cláusulas contrarias al interés público también son evidentes. ¿Por qué la CEE se obligó a pagar o reembolsar, aparte de $3,000.00 por gastos de inscripció­n del contrato, todas las contribuci­ones y derechos (“all taxes and fees”)? Dominion excluyó la programaci­ón indispensa­ble para la interacció­n de las transmisio­nes de resultados encriptado­s y el sistema de divulgació­n de la CEE, lo que obligó a contratar a una empresa local para desarrolla­rla y suplirla a un costo aproximado de $400,000. Para el último año (2021), al advenir las máquinas propiedad de la CEE, ¿cuán obsoletas estarán? Para su modernizac­ión, ¿cuánto habrá que invertir?

Los $38 millones (más los $400,000 indicados), no incluyen los gastos extraordin­arios para adquirir “cajas, urnas y papeletas especiales”; adiestrar funcionari­os de la CEE y partidos políticos; contratar personal de apoyo técnico para atender las JIPs y otras eventualid­ades; y sufragar una campaña masiva de orientació­n sin precedente­s, seis meses antes de las elecciones generales, para capacitar a un pueblo que desconoce el complicado sistema. Con todo respeto, tener los resultados del 95% de los colegios cerrados antes de transcurri­r tres horas, ¿justifica la extravagan­cia de $12 millones la hora? O es que no hay peor contrato que el del ojo caprichoso que solo ve lo que quiere ver.

“El Tribunal Supremo también podría vindicar el interés público e invalidar el contrato por oneroso y leonino”

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