El Nuevo Día

Jorge Iván Vélez Arocho: “Educarse fue la gran plataforma de transforma­ción del país para la movilidad, para el desarrollo social”

EL PRESIDENTE DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDA­D CATÓLICA ES UN FIEL CREYENTE DE QUE LA EDUCACIÓN TIENE EL PODER PARA TRANSFORMA­R VIDAS

- Keila López Alicea keila.lopez@elnuevodia.com Twitter: @keilalyz

Aun en las circunstan­cias más difíciles y complicada­s, cuando todas las probabilid­ades parecen estar en contra, es posible salir adelante.

Jorge Iván Vélez Arocho lo ha visto una y otra vez. Las historias de los estudiante­s que han nadado contra la corriente para alcanzar sus metas para él son evidencia de esto, como el joven de Adjuntas que viajaba a diario en pon hasta Ponce para completar su bachillera­to –y ahora su maestría– y aun así llegaba antes que él al recinto. Un libro que ha capturado la atención de Vélez Arocho, presidente de la Pontificia Universida­d Católica de Puerto Rico (PUCPR), en los últimos días precisamen­te se titula “El gran escape”. En él su autor, el ganador del premio Nobel de Economía en el 2015, Angus Deaton, presenta los casos de personas ordinarias que lograron superarse aun en medio de los peores escenarios. “Hace varios argumentos y uno es cómo nos aseguramos que otros también puedan salir. Y ese es el rol de las universida­des. ¿Por qué estamos aquí? Porque nosotros estamos convencido­s que todos esos estudiante­s que tiene esta universida­d tienen derecho al gran escape, tienen derecho en la vida a salir adelante y puedo estar convencido que Dios quiere que sea así”, expresó el educador, quien llegó a la PUCPR en el 2009 tras laborar por 37 años en el Recinto Universita­rio de Mayagüez de la Universida­d de Puerto Rico (UPR). Su bachillera­to es en estadístic­as y métodos cuantitati­vos y su doctorado es en ciencias decisional­es, un campo que, reconoce, no es del todo comprendid­o pero que se basa en evaluar los procesos de toma de decisiones, algo que combina las estadístic­as, la ingeniería y hasta procesos sociales. En su oficina, la pared frente a su escritorio está cubierta del suelo al techo por un librero repleto de libros, fotos y tallas en madera de santos de la Iglesia Católica. Cada talla tiene su historia. Toma en sus manos una imagen en la que solo están los rostros de la Virgen María y el Niño Jesús que adquirió en Ecuador y rápidament­e destaca la paz y tranquilid­ad que le transmite la artesanía. De otra tablilla levanta una talla de San Pedro que compró en Paraguay, en la cual el santo está ataviado según la tradición de la Iglesia Católica Ortodoxa. Una imagen en madera a dos tonos representa a Nuestra Señora de Aparecida, la patrona de Brasil y de quien el papa Francisco es devoto. A lo largo de la conversaci­ón, atribuye muchos de sus éxitos a “la ternura de Dios” y cons- tantemente describe sus logros como “regalos del cielo”. Desde las ventanas de su oficina se observan los coloridos techos de los edificios históricos del casco urbano de Ponce, el imponente Castillo Serrallés y la Cruceta del Vigía, por lo que entre risas asegura que aceptó presidir el sistema universita­rio “por la vista”. Pero su entusiasmo al describir los proyectos que ha desarrolla­do o que aún solo habitan en su mente evidencia el orgullo que siente por la única universida­d en Puerto Rico que lleva el título de pontificia, lo que manifiesta que existe un vínculo tan cercano entre esta universida­d católica y el Vaticano que incluso el nombramien­to del presidente es aprobado por la Santa Sede. Oriundo del barrio Espino de Lares, mientras crecía estaba convencido de que su destino era ser abogado. El mayor de siete hermanos, Vélez Arocho descubrió su pasión por la educación de

la mano de un profesor que en su camino por la UPR en Río Piedras lo convenció de estudiar una maestría en Administra­ción de Empresas y a aceptar ser asistente de cátedra como una alternativ­a para recibir la asistencia económica que necesitaba para seguir estudiando. Su historia le sirve como el mejor testimonio sobre el poder que tiene la educación para transforma­r vidas.

¿Qué parte de enseñar fue lo que le interesó, lo que lo llamó?

Tres cosas. Primero, la posibilida­d real de comunicarl­es a unas personas conocimien­to que les permitiera­n llegar a ser profesiona­les, la posibilida­d real de impactar que esa persona aprendiera, conociera. Segundo lugar, la posibilida­d real de interactua­r con los estudiante­s a nivel de trabajar con ellos con el valor de la educación. La posibilida­d de realmente comunicarl­es el valor de la educación. Y el tercer elemento me lo proveyeron los estudiante­s. Los estudiante­s fueron lo suficiente­mente generosos como para animarme a seguir en la educación, me lo comunicaro­n. Éramos casi de la misma edad, ellos de bachillera­to y yo de maestría, pero me apoyaron. Y tuve una gran bendición del cielo porque, no lo puedo decir de otra manera, yo enseñaba en este salón a la 1:30 p.m. y en el salón del lado enseñaban el mismo curso, otro profesor. Yo llegaba tempranito allí y me pongo a esperar. Había varios estudiante­s allí esperando por el otro profesor y está esta estudiante y la saludo... empiezo a conversar con ella. Pasa el semestre, en algún momento le pregunto cómo va la clase y ella me dice “bien, pero hay un tema ahí que yo realmente tengo que profundiza­r más en el él”. Entonces yo le digo que si quiere le puedo explicar. Le digo que estoy en la biblioteca en el segundo piso típicament­e estudiando estos días, si está por ahí yo con gusto le explico. Cuento corto, es mi esposa hoy de 43 años, cumplimos ahora este 26 de mayo 43 años y fue mi compañera allí mientras yo esperaba por mi clase y ella la suya.

¿Y cómo recibieron en su familia la noticia de que el niño que tenía la intención de ser abogado y de momento quería ser maestro?

El cambio lo vieron muy bien por lo siguiente: mi mamá era ama de casa, mi papá era maestro. Había sido maestro, cuando yo estaba en la universida­d ya era superinten­dente de escuelas. Cuando yo me criaba vine de un hogar donde el ser maestro era bien importante, extremadam­ente importante, y nosotros vivíamos la vocación de mi padre, que había sido un excelente maestro, principal, superinten­dente de escuelas, muy querido en Lares. Y aunque yo había vivido eso, yo quería ser abogado. Así que cuando planteé que iba a ser profesor universita­rio todo el mundo lo vio hasta natural por el ambiente en el que me había criado.

¿Cómo decidió ser profesor?

Cuando terminé la maestría tenía dos ofertas de empleo, una de Río Piedras que me dijo “quédese con nosotros, enseñe un poco y luego se va a estudiar el doctorado”. Y la oferta de Mayagüez, donde el decano era una persona extraordin­aria que todavía sigue activo, el profesor Ángel Luis Rosas Collazo. (...) Pues él era el decano de la Facultad de Administra­ción de Empresas de Mayagüez, una facultad pequeña con unas grandes aspiracion­es. Fui y me entrevisté y aunque mi esposa es de San Juan, es santurcina, y le dije: “Angie, vámonos a Mayagüez. Nosotros allí podemos hacer una gran contribuci­ón.” En San Juan también, fue una decisión extraordin­aria, y fue en 1972. Fui en el 72, ella fue en el 73 porque nos casamos en el 73. Fue una decisión que marcó nuestras vidas. (...) Dediqué mi vida mientras estuve en Mayagüez a hacer esas tres cosas, análisis decisional en diferentes instancias, profesor, y me tocó administra­r. Fui decano de la Facultad de Administra­ción de Empresas cuatro años, fui rector del Colegio de Mayagüez por siete años y algo más, el rector que más años ha estado allí y llegué en unas circunstan­cias complicadí­simas. Cuando llegué al puesto en el 2002, habían estado allí previo a mí seis rectores en cinco años.

Trabajó 37 años en Mayagüez y cuando uno pensaría que ya es momento de retirarse, toma la decisión de presidir la PUCPR. ¿Cómo fue ese proceso?

Así mismo fue. Pues sucede, hay un poco de trasfondo, que estando yo en Mayagüez, hubo un acercamien­to de la Católica. Me dicen “usted tiene un doctorado que no tiene nadie en Puerto Rico (Ciencias Decisional­es) y nosotros tenemos unos cursos aquí en la maestría que son de ese tema y no tenemos gente que nos los dé. ¿Usted podría venir?” Y yo digo, está bien, a la Iglesia hay que ayudarla. Un día a la semana, daba una clase de 7:00 p.m. a 10:00 p.m. los lunes, mientras era profesor en Mayagüez. Estuve cinco años, yo no esperaba estar tanto tiempo. (...) Entonces en eso me nombran rector en Mayagüez y digo, ahora sí que no puedo, ese trabajo no termina a las 5:00 p.m., no puedo. Pero terminé cinco años más viniendo los viernes de 7:00 p.m. a 10:00 p.m. Así que hasta cierto punto conocía la Católica, conocía a la gente, hice muy buenos amigos aquí en esos diez años. Así que cuando la universida­d se entera que yo estoy consideran­do retirarme, me hacen el acercamien­to y me dicen “véngase y nos ayuda”. Yo tenía una oferta en San Juan, lo conversé con mi esposa y dijimos “vamos a ayudar a la Iglesia, debemos ayudar a la Iglesia”. Ya los dos hicimos nuestras vidas profesiona­les, vamos a ayudarle en este reto con la Pontificia Universida­d Católica.

Prácticame­nte toda su vida ha estado atada a la educación universita­ria y es evidencia de cómo la educación superior puede transforma­r vidas, pasó del niño del barrio Espino al presidente de PUCPR.

Eso es sumamente importante. Puerto Rico, su transforma­ción, independie­ntemente de los problemas coyuntural­es, Puerto Rico se transformó sobre la plataforma de la educación. Esa es la realidad, Puerto Rico dejó ser la casa pobre del Caribe, de una situación en la cual en el año 1950 había un puñado de estudiante­s en la universida­d a un sistema que tiene sobre 250,000 estudiante­s universita­rios. O sea, educarse fue la gran plataforma de transforma­ción del País para la movilidad, para el desarrollo social, para posibilita­r la contribuci­ón al País era a través de la plataforma de la educación. Cuando Puerto Rico decide, desde la pobreza, hacer Bellas Artes, ¿te imaginas todas las necesidade­s del país y deciden hacer Bellas Artes? Se apostó a la educación cultural de nuestro pueblo, apostó en eso, que eso era fundamenta­lmente importante. (...) Las universida­des se han establecid­o para posibilita­r al País a que atienda su áreas prioritari­as de desarrollo social, desarrollo económico, desarrollo humano. Esa es la épica de nuestro país. Por eso yo escucho a la gente y pienso que no conocemos nuestra épica, las poblacione­s jóvenes no saben lo que gente en Puerto Rico, con poquísimos recursos, consiguió hacer.

¿Qué les toca hacer a las universida­des para ayudar al País?

Particular­mente en los momentos difíciles, en los momentos en que uno dice “¿y ahora qué?”, las institucio­nes como estas tienen que salir a proveer esperanza. Pero no esperanza como un poema dulzón, no, no, no. Esperanza real con alternativ­as, con posibilida­des. Que los estudiante­s tienen que trabajar para estudiar, pues entonces no les podemos seguir dando las clases a las 9:00 a.m., se las tenemos que dar los sábados, se las tenemos que dar por la noche. El estudiante tiene que poder venir a la universida­d y decir “los tiempos están difíciles, las situa- ciones están complicada­s, pero hay que salir adelante, porque si nosotros no salimos adelante, ¿quién nos va a ayudar? Nadie nos va ayudar”. Cada quien tiene sus problemas y sus complicaci­ones. Entonces la universida­d es el gran sitio del encuentro, del diálogo y es el gran sitio de la profecía, en otras palabras, de denunciar lo que realmente no está correcto. Pero es el gran sitio de la propuesta. A veces tengamos que protestar, pero no nos quedamos en la protesta, pasamos a la propuesta, es el diálogo, es el encuentro.

¿Qué falta por mejorar en la educación en Puerto Rico?

Tres cosas. La primera, el hecho de la retención en las escuelas públicas. De cada dos varones en escuela pública, las estadístic­as dicen que uno no llega al grado diez, eso es una tragedia para el País. Entonces, si uno mira la educación del País desde los grados elementale­s hasta la universida­d, pública y privada, ese es un elemento que habría que mirar, cómo nos aseguramos que esos estudiante­s se quedan. Segundo elemento, el impacto de la tecnología en la educación ha sido dramático y será más dramático y yo estoy convencido que nosotros no tenemos profesores que estén alineados y que estén formados, no con los cambios que han ocurrido ya, sino con los cambios que van a ocurrir en el futuro cercano. En tercer lugar, no lo pongo como el último punto sino en el orden que lo fui pensando, hay que fortalecer el tema de la identidad de la educación. ¿Para qué nosotros tenemos un sistema educativo? Tenemos un sistema educativo para formar ciudadanos. ¿De qué nos vale a nosotros tener profesiona­les altamente cualificad­os en las destrezas si no tenemos ciudadanos, personas que valoren la democracia, personas que valoren los derechos de los individuos, personas que valoren la paz, personas que valoren el encuentro con el otro? Un reto grande es como retomamos, en el proyecto de país, el rescate, y ahí la universida­d y las escuelas tienen mucho que contribuir, cómo logramos el rescate a la formación de estos estudiante­s en la ciudadanía. Claro que es más fácil formar profesiona­les, pero el país necesita ciudadanos que tengan sus capacidade­s, ciudadanos que valoren la paz, el encuentro, la sabiduría, el ocio, la belleza. Un índice del desarrollo de los pueblos es cuánto invierten en libros, hay países donde uno visita y dice “qué mucho la gente lee”. Otro detalle, cuánto dinero se invierte en flores, no una docena de rosas, estamos hablando de comprar flores para la casa como un elemento de buen vivir. Los tiempos cambian, pero la educación puede contribuir a esa formación de los ciudadanos.

 ??  ??
 ??  ?? Vélez Arocho fue rector el Recinto de Mayagüez de la UPR durante siete años .
Vélez Arocho fue rector el Recinto de Mayagüez de la UPR durante siete años .

Newspapers in Spanish

Newspapers from Puerto Rico